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Sara Guirado en su escuela de Patraix.
Sara Guirado, la bailarina viral

Sara Guirado, la bailarina viral

Más de 43 millones de personas han visto su talento para la danza oriental que se enseña en la escuela de Patraix

ELENA MELÉNDEZ

Viernes, 15 de julio 2016, 19:28

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Una de las paredes de la planta baja diáfana donde nos hemos citado la ocupa un espejo enorme; la otra, pinturas que emulan las dunas del desierto. En el centro de este escenario, Sara Guirado posa regia sentada en una gran butaca de mimbre. Estamos en su escuela de Patraix, barrio que la vio crecer. «Para mí era importante dar valor a mi zona. Aunque a lo mejor no es el lugar más cool de Valencia, me recuerda lo que he vivido. Tengo alumnas que fueron compañeras mías de instituto. Es entre barrio y huerta, se puede aparcar, no tiene el estrés del centro de la ciudad...», relata.

De padre del sur y madre conquense, siendo un bebé se trasladó con ellos a Valencia. Desde los primeros años la pequeña Sara ya manifestó interés por hacer cosas nuevas. «Notaba que sobresalía en las disciplinas artísticas. Practiqué algo de baile, aunque seguí con mi formación académica. Me gustaba mucho el medio ambiente e hice primero una ingeniería agrícola y luego una licenciatura en ambientales». Pero antes de entrar en la universidad descubrió la danza oriental y su vida cambió. Como aquí no hay mucho donde escoger, se vio obligada a investigar por su cuenta y hacer cursos fuera hasta dar con una profesora argentina que le aportó lo que necesitaba. «Pese a ser una danza bastante abierta e incluir elementos nuevos, hay cosas que no se pueden hacer. Un año después yo ya daba clase. La mayoría de alumnas me superaban en edad, empecé muy pronto a tener responsabilidad».

De natural emprendedora, montó un grupo de baile con otras alumnas a las que ella misma fue formando. Organizar los espectáculos, comercializarlos, diseñar las publicidades... «Yo hacía de todo. Empezó a haber mucho trabajo y llegaron cosas importantes desde Madrid. Siempre he estado convencida de que la danza tiene que pagarse como todo, porque si no la infravaloramos».

Fue entonces cuando, estando de Erasmus en Holanda, le ofrecieron quedarse allí para trabajar en una empresa de descontaminación de suelos. «Pero vine aquí en verano para unos espectáculos y ya no quise volver. Soy una persona que hace lo que le pide el corazón. Con el trabajo de laboratorio me veía muy desvinculada de mi cuerpo, tras seis meses sin bailar me sentía distinta», confiesa.

Centrada ya sólo en la danza, un tiempo después decidió abrir la escuela. Llegaron más alumnas, más actuaciones en directo y el suceso que lo cambió todo: «Una semana antes del espectáculo de fin de curso de mis alumnas me preparé un baile difícil. Salí al escenario, alguien lo grabó y lo subió a la red. En pocos días tuvo ocho millones de visitas». Tres años después el vídeo, convertido en fenómeno viral, lleva 43 millones de visualizaciones. Una difusión inmensa e inesperada gracias a la cual muchas personas han accedido a ella. «Mi nombre ahora es el primero en salir. Eso me ha llevado a las Seychelles, Tailandia, Sudáfrica, Niza o Estados Unidos. Me invitaron a Americas Got Talent, pero no quise ir. También fui finalista de Tú sí que vales. Y Sean Penn me llamó para hacer un espectáculo dentro de la conferencia internacional sobre el clima».

¿Cómo sienta la etiqueta de mejor bailarina del mundo que ya le han colgado?, me intereso. «Eso es subjetivo, habrá gente a la que yo le guste y quien prefiera a otras bailarinas. Para muchos tener el vídeo más visto me posiciona como la más famosa, aunque no es mi actuación favorita, en otras estoy más dulce. Lo de YouTube es incontrolable». ¿Asistimos a un boom de la danza oriental?, le lanzo. «Hay mucho estereotipo. Todavía la gente tiene la imagen de la bailarina semidesnuda haciendo movimientos sensuales, pero yo trato de dar un giro contemporáneo a movimientos o pasos autóctonos para que se entiendan mejor. Se trata de trabajar de una forma muy visual y sin demasiado artificio».

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