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Sol Ruiz de Lihory, en su tienda de ropa de la galería Jorge Juan, donde se realiza la entrevista.
«Los títulos nobiliarios sólo ayudan para que te den mesa en algún restaurante»

«Los títulos nobiliarios sólo ayudan para que te den mesa en algún restaurante»

Sol Ruiz de Lihory, una baronesa que recuerda que los nobles también tienen hipotecas

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Martes, 12 de julio 2016, 21:26

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Aparta con un movimiento rápido el pelo rubio que le tapa la cara mientras con la otra mano toquetea un colgante azul que destaca entre su ropa negra. Se le nota estilo al vestir, el mismo que las prendas que la rodean en su tienda de la galería Jorge Juan. Sentada en un sofá blanco, acorde con la cegadora iluminación del local, su conversación es un torrente de historias, de emociones y sentimientos. De mucha sinceridad porque, a pesar de todo, detrás de un apellido ilustre, de una existencia privilegiada, no todo ha sido fácil. Cuatro años después de su divorcio se muestra feliz, en especial por unos hijos convertidos incluso antes de nacer en el gran motor que hace que todo ruede en la vida de Sol Ruiz de Lihory.

Un día usted decidió ser empresaria, incluso le han dado un premio como mujer emprendedora en la Cámara de Comercio de Barcelona, pero antes había sido jueza. Desde luego es una persona muy activa.

Estudié Derecho y saqué plaza en el Ayuntamiento de Valencia, donde estuve en el gabinete económico y financiero de Clementina Ródenas. Ella misma me ofreció meterme en la judicatura, porque a mí en realidad el derecho y el trabajo de funcionario no me gustaban. Pedí excedencia y me dediqué durante dos años a estudiar, saqué la plaza y me especialicé en derecho administrativo.

¿Y qué pasó?

Conocí a Martín de Oleza, abogado muy prestigioso, especialista en derecho nobiliario. Fue un flechazo, nos enamoramos y nos casamos. Quise tener hijos enseguida porque yo había sufrido un cáncer, el instinto maternal siempre estuvo acentuado en mí y al mismo tiempo tenía un miedo muy grande a no poder ser madre. Perdí un bebé, pero lo volví a intentar. Luego nació Jaime y a los dieciséis meses Gisela. Pedí la excedencia, eran muy pequeños, y cuando quise volver me mandaban a Estella, en Navarra, así que renuncié a la plaza.

No debe de ser una decisión fácil.

Pero yo lo hice por amor a mis hijos y a mi marido. Ser mamá y esposa me ha traído muchas satisfacciones. A pesar de que ya no estamos juntos, lo que hemos construido nadie lo puede destruir. Los dos nos queremos, tenemos unos hijos en común a los que adoramos por encima de todo.

No considera que el divorcio haya sido un fracaso en su vida.

No porque tengo lo más valioso, que son mis hijos. Quizás no han salido las cosas como él y yo hubiéramos querido, pero eso no significa que hayamos fracasado.

¿Cómo es su vida ahora? ¿Se ha acostumbrado a estar sola?

No sufro de soledad. Un divorcio no significa quedarse sola, porque están mis hijos, amigos, familia, trabajo. Fue doloroso, porque Jaime y Gisela tenían una mala edad, les pilló en plena adolescencia y evidentemente ellos no querían, pero si ves que les va a perjudicar es mejor tomar la decisión. Mi exmarido se ha vuelto a casar, pero nos queremos y nada ni nadie lo va a cambiar.

¿Y a usted, le gustaría volver a casarse?

No lo sé, no creo, aunque no me cierro a nada porque me encanta dar y recibir amor.

La libertad es también un privilegio a valorar.

Sí, ya van a hacer cuatro años del divorcio y la verdad es que estoy encantada, salgo, entro y hago lo que quiero. Lo único que me falta es tiempo, afronto muchas iniciativas y necesito horas. Nada más levantarme tengo que organizar la casa y quejarme de que mis hijos lo dejan todo por en medio. La tienda, comprar, la comida. Así que cuando me meto en la cama estoy reventada. ¿Cómo voy a tener tiempo de aburrirme y pensar en el amor?

Hábleme de su colaboración con la Fundación Pequeño Deseo. ¿Qué le aporta?

Me emociono cuando hablo de esas cosas porque me da mucho, es una satisfacción bestial. Por ejemplo, el último deseo que se ha cumplido era el de una niña que quería ir a un concierto de Malú. No se podía imaginar que incluso iba a estar con ella. Además, una vez al año organizamos el día de los besos, y a los niños que están bajos de defensas les bailamos a través de los cristales, cantamos, médicos y enfermeras también, y hacemos un poco el ridículo. He llegado hasta a desfilar, pero es que por los niños, y estos tienen mal pronóstico, hay que hacerlo todo. Además, también colaboro con la Orden de Malta. Es muy importante para mí esa parte solidaria.

Tiene una tienda de ropa muy bonita. Después de ser funcionaria y juez, ¿ha encontrado aquí su pasión?

Estuve trabajando como directora general en una empresa que se dedicaba a fabricar gemelos, pasadores de corbatas. Nuestros clientes eran Cartier o Chanel, y nos compraba El Corte Inglés. Pero quería montarme algo que fuera realmente mío y empecé con una tienda, luego otra. También con los It Market, una iniciativa que me divierte muchísimo, y que con mis amigas Pilar Carbonell y Amina Basáñez montamos cada poco tiempo en Xàbia, donde tengo una casa. El 17, 18 y 19 de julio hacemos la próxima en el parador, y siempre es un éxito rotundo.

¿Ha encontrado en Xàbia su lugar?

Me encantaría jubilarme y retirarme allí. Es un lugar maravilloso, donde vivir supone un lujo, porque además cuando se está bien es en invierno, en primavera, en otoño. En verano hay demasiada gente, agosto es agotador, pero claro, a mis hijos les gusta esa época. Yo por mí que me dejen allí con mis futuros nietos. Es que me encantaría ser abuela, me volvería loca.

¿Le hubiera gustado tener más hijos?

Sí, ocho o diez, soy muy madraza (bromea). Estuvimos en trámites de adopción, una niña de Centroeuropa, pero desistimos porque fue entonces cuando empezó a funcionar mal nuestro matrimonio. Además, sacándome el título de patrón de yate hice unas prácticas sin saber que estaba embarazada, con muy mal tiempo, y la misma noche empecé a sangrar. Vi que esa había sido la última oportunidad.

Parece que su proyecto vital era la maternidad.

Por supuesto. Tenía tanta ilusión por ser madre que leí muchísimo, conocí a Pedro Enguix y decidí que fuera mi ginecólogo. Recuerdo que cuando me puse de parto con Jaime me llevaron a Dénia, a la clínica Aquarium, con una matrona y todo el instrumental, porque estaba con seis centímetros de dilatación y podía tener el bebé en cualquier momento, en la cuneta. Mi marido iba detrás con su coche. No quise epidural porque había leído que eso te conecta más con tu hijo y luego le decía: «Por favor, dame algo, aunque sea un cigarrillo». Con la niña le advertí: «Ponme lo que sea que yo ya lo he vivido».

Supongo que como toda madre está orgullosa de sus hijos.

Desde luego. Jaime, que va a ser futuro barón de Alcalalí, es muy inteligente y muy formal. Estudia doble grado en la Universidad Católica y ha aprobado todo. Es además caballero de la realeza de Cataluña. Gisela es una niña estupenda, un poco más trasto, y se ha decantado por las artes. Canta, baila, hace teatro. Ahora le van a realizar una prueba en la escuela de arte Charles Chaplin en Los Ángeles y ya ha debutado en el teatro Talía.

Si busco su apellido en internet, Ruiz de Lihory, me aparecen familiares ilustres y nobles, además de un litigio por recuperar el título que le correspondía.

Sabía desde muy chiquitita de la familia que procedía. Así me lo inculcaron, pero la muerte de mi madre fue para mí un golpe muy duro. Pasaron los años y no lo solicité. Entonces un pariente, Manglano, se lo apropió. Recapacité y litigamos para recuperarlo, porque me correspondía por línea directa. Ahora estamos pidiendo el marquesado de Vilasante y el título de condesa de Val del Águila, que también me corresponden por rama materna. Mi padre no era noble, pertenecía a una familia muy trabajadora, de Alcoy, que me ha enseñado muchos valores. De todas formas eran otros tiempos, porque desde muy chiquitita he estado interna, a partir de los seis años en Alzira, en las Franciscanas, y cuando fui un poco más mayor en Suiza.

¿Cómo recuerda su infancia en un internado?

Cuando eres pequeña lloras porque te separan de tu casa, no comprendes bien por qué te mandan allí y piensas que no te quieren. Pero entonces no quedaba otra opción, mi madre había estado interna y mi abuela también. La primera noche tenía a mi lado a Marie-Chantal Miller, la que se convertiría con el tiempo en esposa de Pablo de Grecia, y nos cogíamos de la mano y llorábamos. Teníamos diez o doce años, no lo recuerdo bien, pero a los tres días me sentía feliz porque la enseñanza allí era mucho más liberal. Estoy muy agradecida a mis padres por la educación que me dieron, creo que he sido una privilegiada.

Ahora las cosas son distintas.

Mi padre era muy tajante con mi educación. Tenía mano dura y encima yo era hija única. Recuerdo que estaba esperándome en el aeropuerto cuando llegaba de Suiza, yo buscaba a mi madre y él me decía: «Mamá no va a venir». Porque me mandaban directa a Dublín en julio a estudiar inglés. A mí me apetecía estar con mi familia y mi padre me soltaba: «Si viene mamá me vais a ablandar, ahora me odias pero luego me lo agradecerás». Yo creo que era excesivamente duro, pero así se veía entonces.

Y más en la nobleza.

Pero los títulos nobiliarios sólo sirven para saber de la familia que procedes. El próximo mes de octubre hará 400 años que se nos otorgó la baronía de Alcalalí. Mis antepasados entraron en Valencia con Jaime I el Conquistador procedentes de Italia. Pero luego sólo ayudan para que quizás te den mesa en algún restaurante y para de contar, porque nos cuesta dinero. Así que yo creo que la mejor herencia que puedo dar a mis hijos son unos estudios y una formación. Somos gente normal que no nos dedicamos a cazar y hacer tonterías, sino que trabajamos, tenemos hipotecas y pagamos la luz, ya que si no lo hacemos nos la cortan. Es que no hay vuelta de hoja.

Su bisabuelo fue alcalde de Valencia y una persona muy cultivada. Además, un familiar suyo, Margot, se hizo famoso por un asunto algo truculento, al protagonizar una vida de película.

No es cierta esa historia. La desesperación de una madre cuando su hija muere de tuberculosis la lleva a la locura, y al parecer quería quedarse con un miembro suyo y le cortó la mano. Pero me pone enferma toda la leyenda creada a su alrededor. Yo la conocí y era una mujer maravillosa, fue la primera licenciada en Derecho en este país, la primera corresponsal de guerra en África y además espía para Franco y José Antonio. También mi abuela estudió una carrera universitaria cuando entonces las mujeres no lo hacían, y menos de la nobleza.

Como su tía abuela, ¿también usted ha podido hacer lo que ha querido?

Yo creo que sí. Aunque me han quedado muchas cosas por hacer, he sido feliz, con momentos de pena y sufrimiento, eso sí. Sobre todo cuando murió mi madre, porque era muy joven, tenía 52 años, íbamos juntas de compras y a las 24 horas estaba muerta con un tumor cerebral. Fue una sacudida, porque son cosas que crees que les pasan sólo a los demás. Y no puedes ni llorar. Mi mente no quería aceptarlo. O cuando pierdes a un bebé. Pero considero que he sido afortunada porque tengo unos hijos con una salud increíble.

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