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Calpurnio Pisón, el cowboy desenfunda su lápiz

Calpurnio Pisón, el cowboy desenfunda su lápiz

Es difícil saber quién tiene una deuda mayor, el icónico Cuttlas con el dibujante que le dio vida o el artista respecto de su obra maestra. Refugiado bajo la discreción del hombre que piensa antes de hablar, Calpur afronta nuevos retos profesionales desde su adorado barrio del Carmen

Ramón Palomar

Miércoles, 8 de marzo 2017, 21:02

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Rebuscando así un poco a salto de mata entre los pliegues de mi descascarillada memoria encuentro un Cneo Calpurnio Pisón y un Cayo Calpurnio Pisón, y me suena que uno participó en alguna intriga romana y el otro tuvo algo que ver con los presocráticos. Pero no se fíen ni un pelo. En cualquier caso, poco importa pues el Calpurnio que ahora mismo nos interesa es Eduardo Pelegrín, zaragozano afincado en Valencia y una de nuestras primeras espadas en materia de cómic, ilustración y otros oficios y talentos que irán ustedes descubriendo si mantienen la paciencia y un mínimo de concentración. Eduardo Pelegrín, por si no se habían percatado, firma sus obras como Calpurnio Pisón o Calpurnio a secas. Los amiguetes le abreviamos el nombre y lo dejamos en Calpur, pero recuérdenme que le pregunte de dónde sacó su nombre artístico...

Descubrí la obra de Calpurnio hace muchos años cuando compraba junto a dos amigos la revista El víbora. Entre los tres, universitarios primerizos de bolsillo paupérrimo y apetitos alternativos, uníamos nuestra calderilla para agenciarnos sin falta esa publicación saturada de viñetas tralleras y personajes atrabiliarios. Allí, un tal Calpurnio firmaba una página desternillante y originalísima protagonizada por un vaquero con revólver al cinto llamado Cuttlas. Sorprendía el dibujo minimalista, de una presunta sencillez aplastante. Aquello era nuevo, diferente, fresco, llamativo, único. Las tramas, breves, contundentes, afiladas tras una capa de inocencia, no le andaban a la zaga. Calpurnio, su protagonista vaquero y el ramillete de personajes que pululaban por allí (caballo incluido) nos entusiasmaban. Calpurnio otorgó al western otra dimensión. No podía imaginar que, bastantes años después, conocería al mismísimo Calpurnio y mantendría con él una relación basada en la admiración y el afecto.

Gasta delgadez de castellano antañón amante de la austeridad y sus huesos destilan porte de noble arruinado que, pese al mal viento, mantiene intacta la honra y la dignidad. Su cabeza va coronada por una mata de pelo entre blonda y castaña y la pálida piel de su faz viene marcada por unos surcos que indican reflexión, una pizca de escepticismo y un bagaje de ironía. Calpurnio habla con parsimonia y se mueve con calma. Se diría que, antes de soltar sandeces, piensa lo que va a decir. Creo que es de los pocos que conozco en esto de pensar antes de hablar.

Llegó desde su Zaragoza hace más de veinte años por motivos laborales y aquí se afincó. Le sedujo el relax del Mediterráneo, el mar, la clòtxina, la paella y la playa (aunque creo que rara vez se baña), pero cayó bajo estos influjos por lo que significan; esto es, comprendió el placentero modo de vida en esta orilla y las tertulias fecundas que emergen tras una comilona frente al mar. También le flipó el mundo de las Fallas, concretamente y sobre todo la mascletà.

En alguna ocasión ha proyectado imágenes mientras sonaba la mascletà porque Calpurnio, además de ilustrador y dibujante, es videojockey. Hombre polifacético, también reclaman su particular visión en este campo desde algunas discotecas para que enchufe imágenes mientras suena la música. Según sus sensaciones lanza las imágenes que tiñen la atmósfera del local. Ha depurado esta técnica gracias a su pasión por las maquinitas raras (no sé explicarlo mejor) y así, ahora, en vez de imágenes proyecta dibujos que realiza en directo mediante sobreimpresiones realzadas con la tecnología de las susodichas maquinitas que les mencionaba.

Cuida mucho su trabajo, se esmera al máximo y se lo toma en serio. Un simple vistazo para el que no entiende induce al error pues el minimalismo, su genuina bandera, puede engañar. Pero sólo pública cada trazo tras cavilaciones que el ojo normal jamás ve. «No, esto no me ha quedado bien, mira la pata del caballo, no, no me sirve...», explica antes de romper ese dibujo que considera fallido.

Comenzó en otra revista ilustre y gamberra llamada Makoki y lo último ha sido ganar el concurso de cómics Ciudad de Palma con una obra que a los fans nos encanta y que ustedes deberían descubrir. Mundo plasma, se llama, y de nuevo desfila atrapada en una pensión dadaísta una fauna imprescindible para nuestro desarrollo mental. Apostó por el barrio del Carmen cuando aquello era una zona apache de costuras broncas y allí vive con su pareja y su hija. A su personaje fetiche, Cuttlass, lo ha matado y resucitado algunas veces porque sospecho que mantiene una relación de amor-odio con él. Me huele que ahora andan contentos el uno con el otro, pero Calpurnio, Calpur para los amigos, es mucho más que Cuttlass, aunque buena parte de nosotros estamos en deuda con ese cowboy tan opuesto a John Wayne, pues gracias a él disfrutamos del resto de la facetas de su padre Calpurnio. Nuestra ciudad, como se dice en estas ocasiones, resulta en verdad mucho más interesante con el querido y admirado Calpurnio.

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