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Mónica Carrillo, entre el noticiario y la literatura

Mónica Carrillo, entre el noticiario y la literatura

La ilicitana de ojos de avellana enamora a la cámara y desde ella ejerce un efecto similar sobre el espectador. Aterrizó en nuestras vidas gracias a la televisión y su imagen, lejos de quemarse, sigue consolidándose, lo que evidencia que tras esta periodista hay mucho más que una cara bonita. La carrera literaria pone la guinda

Ramón Palomar

Jueves, 2 de marzo 2017, 20:45

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Nunca olvidaré el caso de una conocida presentadora de noticieros del difunto Canal Nou que ahora pretenden resucitar. La cámara la adoraba, su valenciano resultaba impecable, su aire dotado de cierta gravedad enganchaba al ocioso televidente aunque estuviese narrando las migraciones del cangrejo azul de una exótica isla... Era perfecta, sencillamente perfecta. También era analfabeta, profundamente analfabeta. Me fascinaba su caso, pues la gente creía que era una moza de gran talento e inteligencia. No sabía escribir y su capacidad para analizar cualquier suceso de la actualidad lindaba con la opinión de un murciélago acerca de la inmensidad del cosmos, pero daba el pego que no veas. La colocabas delante de la cámara para leer las noticias y aquello funcionaba de perlas. Una vez apagados los focos, despojada del maquillaje, jamás le escuché no ya una opinión medianamente sensata, sino un comentario que escapase de la banalidad más absoluta. Impresionante. Incluso admirable. Sin duda no podemos situar a la ilicitana Mónica Carrillo en ese sector de caras bonitas que se limitan a desgranar las noticias como verdaderos papagayos en la mejor tradición de los bustos parlantes. Mónica Carrillo es del año 76, se licenció en Periodismo y comparte pupitre con esa vaca sagrada de la comunicación y el chiste final que desintoxica llamada Matías Prats, el hijo de aquel veterano locutor del franquismo y actual imagen de una compañía de seguros muy insistente.

Mónica Carrillo se coló en nuestras vidas gracias a su trabajo televisivo en las franjas de máxima audiencia y, de momento, todavía no han quemado su imagen. Hay algo en ella, esos pómulos, esos ojos de avellana, ese tono moreno de piel, esas caderas de fuego, esa trasero pistonudo, como de india Pocahontas en versión palmeral de Elche, que de aquella ciudad es nuestra Mónica. La cámara también la desea y parece que levanta muchas pasiones entre una importante porción de señores españoles. Pablo Motos la entrevistó y me cuentan que la calificó de «mito erótico». Hombre, tampoco es eso. Lo de mito erótico se lo dedicamos a mujeres como Ava Gadner o Brigitte Bardot. Mónica Carrillo es guapa, pero su belleza no posee ese toque turbador de las mujeres que arrastran un pasado pecador y unos cuantos secretos en el canalillo del pecho. La presentadora de los telediarios que se instaló en Madrid para triunfar aunque no olvida la luz del Mediterráneo ni las paellas de su madre es la novia que los padres desean para sus hijos, más concretamente para que sus hijos sienten la cabeza, que ya iba siendo hora. Y Mónica me transmite, mira por dónde, imagen de fertilidad, aunque todavía no ha sido madre ni parece tener prisa en tal menester.

Es muy discreta en su vida privada y ni siquiera conocemos el careto de su afortunado novio. Se confiesa vergonzosa y tímida, tanto que sufre cuando se desnuda en el vestuario del gimnasio ante otras compañeras. Esto, en principio, podría chocar, ¿tan tímida pero luego su faz emerge desde la pequeña pantalla? Sin embargo me lo creo pues, en general, los actores, los presentadores, los faranduleros del ramo artistas multipelajes de multidisciplinas, suelen mostrar una timidez que en ocasiones linda con la enfermedad. Digamos que se transforman cuando entran en un plató o cuando pisan un escenario. Le chiflan los perros, digamos que es muy de perros, y leí en una entrevista que los admira mucho por cualidades como «la lealtad, la fidelidad y la nobleza», valores que ella espera tener pero que los amables chuchos poseen gracias a la divina naturaleza sin ningún esfuerzo. Los humanos, ya sabemos, somos rastreros, viles y mezquinos (bueno, unos más que otros), pero los canes son de un bondadoso que apabulla. Salvo cuando un perrazo de esos agresivos se come a un niño o a una anciana que pasaba por allí, claro.

Alma inquieta, nuestra Mónica dio el salto a la literatura hace un tiempo. La televisión ofrece fama y dinero, pero el prestigio sólo se consigue gracias a las letras y es frecuente que la peña televisiva se incline a la mínima ocasión hacia la escritura. Además, no en vano la dueña del canal que acoge a Mónica fundamenta su imperio desde una famosa editorial. Vamos, que si Mónica persiste en su carrera literaria la veo cualquier día ganando el premio Planeta. Al tiempo. Su primera novela (creo que era la primera) se tituló La luz de Candela. Luego siguió deleitando a su fans con otra obra de nombre Olvidé decirte quiero. Entenderán ustedes que con esos títulos no me haya atrevido a leer sus novelas. Carezco de la necesaria sensibilidad para apreciar tan, sin duda, espléndidas narraciones. Una buena amiga mía, lectora de olfato fino, me confesó que lo intentó con uno de esos libros, no sé si el de Candela o el de cuando se olvidaron de decirle que la querían, y abandonó. Esta amiga mía me temo que es una celosa y encima todavía luce menos sensibilidad que yo. Parece que en sus libros se especula sobre el amor, el desamor y esas cosillas de nuestros cosquilleos íntimos. También hay pasajes cachondos de sábanas, pero como no la he leído ignoro si añade algo de sudor y unas gotas de mugre. Mónica Carrillo es una estrella de los informativos y aguantar el tipo durante tanto tiempo tiene su mérito. Espero que no la achicharren y le deseo grandes éxitos en su aventura literaria, aunque vender libros los vende por toneladas. Las escritoras televisivas son carne de megaventas. Me alegro por ella.

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