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En familia con José Ramón Tramoyeres e hijo

En familia con José Ramón Tramoyeres e hijo

Comparten planta, altura y pasión arquitectónica. Desde niño supo J. R. que quería dedicarse a la profesión de su padre. De cara al próximo relevo generacional sólo espera que sus hijas escojan libremente, como pudo hacer él

ELENA MELÉNDEZ

Viernes, 31 de marzo 2017, 19:25

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El día anterior a nuestra cita José Ramón Tramoyeres padre ha celebrado su setenta cumpleaños. Cuando nos sentamos en un café frente al Mercado Central me enseña una foto en la que aparece feliz frente a una tarta, rodeado de sus cuatro hijos y de su mujer. La sonrisa que exhibe en la instantánea dice mucho y la expresión de orgullo que tiene cuando me la muestra confirma que se trata de un hombre amante de su familia. Con su hijo José Ramón comparte planta, altura y profesión. Nació y creció en Valencia, se casó con una mujer valenciana y tuvo cuatro hijos valencianos. «Soy valenciano hasta la médula», resume. José Ramón hijo decidió de niño que quería convertirse en arquitecto, quizá por el ejemplo paterno, quizá por la habilidad que desde pequeño mostró para el dibujo. «Siempre ha dibujado muy bien y siempre ha sido muy creativo. En el colegio, en todos los concursos el profesor le decía que su trabajo era el mejor, pero no le podía dar el premio porque eran dibujos muy raros. Igual hacia el Belén de Navidad con ninjas», recuerda su padre.

Cuando terminó la carrera se marchó a Londres para estudiar un máster y, al terminar, se quedó unos años trabajando en el estudio de la prestigiosa arquitecta ya fallecida Zaha Hadid. «Estudié cómo utilizar las nuevas tecnologías para generar nuevos espacios. Al volver trabajé un tiempo con Calatrava y luego me monté mi estudio con Javier Cortina. También trabajamos en México», explica. Antes de iniciar su etapa en Inglaterra estuvo un par de años colaborando en el despacho de su padre para adquirir experiencia. En ese tiempo, J. R. (así es como llaman algunos a José Ramón hijo) aportó su frescura e ideas y José Ramón padre trató de transmitirle muchas de las cosas aprendidas con los años. «Le interesaban sobre todo las fachadas. Cuando se marchó lo eché mucho de menos, pero entendí que era lo natural».

J. R. recuerda una infancia muy feliz, con su hermana Carmen, con la que sólo se lleva un año, como compañera de juegos, y unos años después con la llegada de sus hermanas menores Elena y Blanca. «Viajábamos bastante en familia. Mi padre insistía en que viéramos edificios, monumentos y catedrales. Me acuerdo de un viaje que hicimos a Toledo, donde vi El entierro del conde de Orgaz. Era muy pequeño y me marcó hasta el punto de que El Greco es uno de mis pintores favoritos», recuerda J. R.

José Ramón explica que, como durante años tuvo que dedicar muchas horas del día al trabajo, cuando llegaba a casa lo dejaba todo para dedicarse sólo a su mujer e hijos. «Yo siempre he dicho que mi mayor afición era cuidar niños. Les daba la mayor parte de mi tiempo libre. Me gustaba mucho jugar con ellos, escucharlos, compartir sus momentos», detalla. Décadas después ha descubierto la faceta de abuelo, un nuevo rol que disfruta y del que destaca la mejor parte: «La diferencia principal entre ser padre y ser abuelo es la gran ventaja que supone no tener que educar a los nietos. Con ellos soy todo lo consentidor que no he sido con mis hijos».

Si J. R. tuviese que replicar algo del modelo familiar en su propia familia sería sin duda la libertad que le dieron sus padres a la hora de escoger. «Me gustaría, aunque son muy pequeñas, que se sintiesen libres de elegir. Mis padres nunca me impusieron sus pensamientos y les estoy muy agradecido por ello. Cuando sean más mayores, para mí es importante inculcarles la ética en el trabajo», confiesa. «Y si pudieras adoptar algún rasgo de la personalidad de tu hijo, ¿cuál sería?», pregunto a José Ramón. «Sin duda lo dialogante que es. Yo tengo un carácter más fuerte y esa cualidad es algo que yo admiro».

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