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Vicente Alarcón, entre sus hijas Pepa y Elena, en la nave de la empresa familiar.
En familia con Vicente, Pepa y Elena Alarcón

En familia con Vicente, Pepa y Elena Alarcón

Trabajó en una mantequería. Vendió en el Mercado Central. Incluso ejerció de antenista pese a tener vértigo. Eran tiempos en los que nunca se decía ‘no’. De ahí que celebre que sus hijos crecieran entre lotes de Navidad

ELENA MELÉNDEZ

Viernes, 23 de diciembre 2016, 19:28

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La entrada a la nave de Lotes de España me hace sentir como si estuviese en el taller de Papá Noel en Laponia, el lugar donde se preparan ilusiones en forma de lote que estas navidades llegarán a miles de hogares en todo el país. «Si tu empresa te da cincuenta euros como estrenas de Navidad quizá te quedas un poco despagado. En cambio, si te da una cesta llegas a casa con algo que te ha regalado tu jefe y compartes en familia», explica Vicente Alarcón. Pepa y Elena se unen a nosotros. Son dos de los cuatro hermanos, tres de ellos ocupados en la empresa familiar. Escuchan a su padre con cariño cuando éste relata unos inicios profesionales que comenzaron, a la edad de trece años, en las mantequerías Vicente Castillo, y luego en distintos puestos del Mercado Central hasta que se marchó para hacer la mili. «Al volver me puse a trabajar colocando antenas de televisión. Tenía vértigo, pero lo acabé superando. Después empecé con las representaciones de alimentación con firmas muy potentes», recuerda. Cuando la figura del representante perdió peso con la irrupción de los grandes supermercados, Vicente invirtió sus ahorros (14 millones de pesetas de la época) para comprar Lotes de España.

Pepa y Elena encarnan la segunda generación. Un caso singular es el de la primera de ellas, que inicialmente no quería vincularse a la empresa pero hace diez años se embarcó en esta aventura familiar tras adquirir experiencia trabajando en el sector de la publicidad y residir una temporada en el extranjero. Explica, mirando a su alrededor, que los hijos han estado vinculados a la firma desde que nacieron. «De pequeños íbamos a jugar a la nave donde se hacían los lotes y cuando cumplimos los dieciocho colaborábamos en el reparto».

Para Vicente y sus hijas, el ámbito en el que desarrollan su actividad empresarial ha evolucionado mucho. Cuando comenzaron, una cesta llevaba turrón de Jijona, de yema y de nieve, una botella de coñac, una de anís y unas galletas. Con el tiempo se añadió el whisky, el embutido y el jamón, hasta llegar a las cestas delicatessen con selección de ginebras premium. «Hay que adaptarse al mercado y a los nuevos clientes: tenemos un lote sin alcohol, un lote árabe... La presentación y el diseño de los envases también ha evolucionado mucho».

Para ellos, la cena de Navidad siempre ha sido estresante, ya que solían terminar repartiendo a las nueve de la noche, o en el peor de los casos se presentaba un problema de última hora con agencia de transporte. «Yo me he tenido que ir a Madrid con mi propio coche la misma tarde de Navidad a llevar veinte lotes», recuerda Vicente, aunque reconoce que la tecnología ha facilitado muchísimo el trabajo. Para Pepa su familia hace las veces de Papá Noel, pues empieza a repartir el día 8 de diciembre y el 24 tiene que estar todo entregado sí o sí. «Lo peor que nos puede pasar es que falle un lote, no llegar a tiempo. Es algo que la gente espera con mucha ilusión y eso no puede admitirse».

Pepa recuerda una infancia muy feliz, con un padre que estaba poco en casa y la familia al completo vinculada a su trabajo. «Incluso cuando nos íbamos de viaje entrábamos a los supermercados para ver a qué precios estaban determinados productos». De Vicente han aprendido a ser aprendices de todo, a tratar igual al cliente de veinte que al de diez mil, la cercanía y el sacrificio que conlleva trabajar en una empresa de campaña. Vicente, que se jubiló hace una década pero sigue al tanto del negocio, ha aprendido a su vez de los hijos a ser abuelo, faceta en la que se involucra. «Recojo a mis nietas del colegio y las llevo a sus actividades. Es mi forma de ayudar».

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