Borrar
Urgente El precio de la luz sigue a la baja este Viernes Santo: las horas que costará menos de 1 euro
Gérard Mortier, el pasado mes de enero. / Afp
Muere Gerard Mortier, el gran agitador de la ópera contemporánea
a los 70 años

Muere Gerard Mortier, el gran agitador de la ópera contemporánea

El que fuera director artístico del Teatro Real de Madrid padecía un cáncer de páncreas

MIGUEL LORENCI

Domingo, 9 de marzo 2014, 21:19

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Gerard Mortier era uno de los verdaderamente grandes de su oficio. Acaso un Schummacher o un Mourinho de la ópera, tan osado, desafiante y controvertido como el piloto alemán o el entrenador luso. El cáncer de páncreas diagnosticado el verano pasado le venció el domingo en su Bélgica natal, donde regresó tras buscar en Alemania refugio, tratamiento, paz y distancia del barullo y la lucha de poder que enrareció sus últimos meses en el Real, teatro del que fue destituido en 2013, tras cuatro años como intendente y máximo responsable artístico, seguía ligado a la casa en calidad de consejero artístico. Ha sido Mortier el gran agitador de la ópera contemporánea, una figura clave que desafió convenciones y reticencias para conectar la tradición con el futuro. Murió en Bruselas "rodeado de amigos y familiares", según fuentes de su entorno.

De los setenta años que tenía, más de medio siglo lo dedicó a programar ópera y provocar al público en los centros neurálgicos de la lírica. La ópera de París, La Moneda de Bruselas, la Ópera de Nueva York o los festivales de Salzburgo y del Ruhr fueron sólo algunos de los teatros y certámenes marcados por su revolucionaria impronta y de los que salió casi siempre con cajas destempladas y marcado por la polémica. Enfrentado a menudo a los gestores, fue siempre respetado y admirado por las grandes batutas, directores de escena y cantantes.

Culto, amable y una pizca maquiavélico, educado, de apariencia ingenua pero de fuertes convicciones, homosexual tan discreto como batallador, llegó al Teatro Real tras la sorda bronca que sacó de la casa a su antecesor, Emilio Sagi. Su reto fue colocar al coliseo lírico español en la gran liga de la ópera, y quizá lo consiguió, para disgusto del sector más conservador del público madrileño.

El estreno mundial de 'Brokeback Mountain' tras un fastuoso 'Tristán e Isolda' fue su testamento. Hace poco más de un mes todo los grandes críticos internacionales de ópera y responsables de grandes teatros se daban cita en Madrid para dar cuenta del singular desafío que suponía estrenar un ópera sobre los torturados amores homosexuales de dos vaqueros basado en el cuento de Annie Proulx y diez años después del estreno de Ang Lee.

Delgadísmo y desmejorado por una agresiva enfermedad que jamás ocultó y a la que se enfrentó con decisión y entereza, aún tuvo Mortier energía para viajar a Madrid y presidir la presentación del estreno, sabedor de que sería su última cita con el púbico con el que mantuvo un divertido pulso, a veces tenso, siempre refrescante. Poco después tuvo la gallardía de enviar un mensaje de felicitación a Juan Matabosch, sustituto designado por él para tomar el timón del Real y que presentaba su primera temporada en la que el intendente del Liceo de Barcelona asumía varias de las producciones programadas por Mortier. "Aunque la muerte esté cerca no voy a cambiar mis ideas sobre el teatro", dijo en uno de sus últimas entrevistas y sabedor ya del ineludible final.

Vocación

Hijo de un repostero de Gante, Gerard Mortier nació en esta medieval ciudad belga en 1943. Formado con los jesuitas de su ciudad, se doctoró en Derecho y obtuvo una licenciatura en Comunicación. Pero pronto se dejaría atrapar por la pasión de la ópera a la que ha dedicado toda su vida.

Debutó como asistente del director del Festival de Flandes. Entre 1973 y 1980 colaboró como director artístico del director de orquesta Christoph von Dhonanyi en las ciudades alemanas de Dusseldorf, Fráncfort y Hamburgo. Rolf Liebermann y Hugues Gall lo reclamaron para colaborar en la Ópera de París, lo que supuso el primer gran ascenso de su carrera.

En 1981 fue nombrado director del Teatro Real de la Monnaie (Bruselas). Logró convertir el histórico olvidado teatro de ópera de la capital belga en uno de los centros neurálgicos de la modernización de la lírica en Europa, dando prueba de su osadía a la hora de programar y de un talento muy especial para reclamar a otras talentos.

A finales de los ochenta es fichado por la renovada ópera de París. Entre 1988 y 1989 impulsó la emergente Ópera de la Bastilla en París. Al arrancar la década de los noventa se coloca al frente del Festival de Salzburgo, una alta responsabilidad en la que sucedió a Herbert von Karajan. La renovación y la modernización de la oferta y las audiencias fue de nuevo su marchamo al frente del festival de la ciudad austriaca. En una década en Salzburgo encadenó éxitos soportando las presiones de un público y unos gestores más que conservadores y reacios a su osadía.

Con la llegada del nuevo siglo el desafío llegó de Alemania. El Gobierno regional de Renania del Norte-Westfalia le recluta para crear y dirigir en la deprimida zona minera del Ruhr una bienal de ópera, una responsabilidad que compaginaría con la dirección de la Ópera de París, de la que era director delegado desde diciembre de 2001.

Cruzaría el Atlántico con la intención de aplicar su revolucionaria receta en la escena lírica neoyorquina. Debía acceder a la dirección en 2009 pero la crisis hacía ya estragos y la tijera se cebaba con la cultura, de modo que en 2008 renunció a dirigir la ópera en la gran manzana en asegurando que los recortes le impedían llevar a cabo una programación digna. No en vano los 60 millones de dólares con los que esperaba contar mermaron hasta quedarse en 36. Mortier dijo entonces que ese era el presupuesto del teatro de ópera más pequeño de Francia y un diez por ciento que el de la Ópera de París.

Un laboratorio de la ópera del siglo XXI

De vuelta a Europa, el convulso Real de Madrid, marcado por las luchas de poder y el fracaso en la gestión económica de Miguel Muñiz, ficha al intendente belga en noviembre de 2008. Hasta su cese en septiembre de 2013 no cejó en su empeñó de convertir al primer coliseo lírico español en "un laboratorio de la ópera del siglo XXI". "Cuando me vaya de este teatro quiero dejar un aparato musical a nivel europeo. Esa es mi misión", dijo. Pero sus desafíos no tuvieron el respaldo de los gestores del teatro y tampoco de una parte del público, de modo que se le defenestró dos años antes del vencimiento de contrato en 2016.

Acostumbrado a vender cara su piel, libró con el presidente de Patronato, Gregorio Marañón, la batalla de su salida en los periódicos, no ocultó su malestar y las presiones a las que dijo ser sometido. Acabó fumando una suerte de pipa de la paz y acordó con el Real que su sucesor fuera el catalán Joan Matabosch.

El horizonte de su truncada gestión fue transgredir las convenciones para "acabar con el estancamiento y la comodidad musical" para promover "la emoción y reflexión en el público español". Se había permitido asegurar antes que en España hacía falta un "taller lírico" que enseñara "estilo" a los intérpretes españoles. Nada extraño en alguien capaz de afirmar en un prestigioso medio austríaco que la todopoderosa Filarmónica de Viena "podría hacerlo mejor" y tildó de "desastre" su programación. La respuesta fue la negativa de la mítica formación a colaborar en el Teatro Real mientras estuviera al mando Gerard Mortier.

En sus cinco años en Madrid no dejo de plantear retos, como llevar la ópera a escenario exteriores en el Madrid Arena se vio el 'San Francisco de Asís' de Messiaen, de seis horas- o subir a la tablas a figuras de otros universos creativos, como el cantante Antony, el actor Willem Dafoe o la performer Marina Abramovich, de quien ofreció 'Vida y Muerte'. Uno de sus grandes éxitos será el controvertido montaje de 'Così fan tutte', escenografiado por un Michael Haneke, idolatrado cineasta reciente ganador del Oscar.

Entre sus demás propuestas, una versión en concierto de la única ópera de Arnold Schönberg, 'Moses und Aron' (2012), o el abucheado montaje que el ruso Dmitri Tcherniakov hizo del mozartiano 'Don Giovanni' (2013). Mortier, que se crecía con el castigo, no se mordió la lengua y calificó los abucheos, incesantes en cada unción, de "boicot organizado".

Largamente condecorado, Mortier era Gran Oficial de la Orden de Leopoldo de Bélgica, Caballero de la Legión de Honor y Comendador de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, Medalla de Oro Gloria Artis de Polonia y miembro distinguido del Wissenschaftskolleg de Berlín. Era también doctor honoris causa por las universidades de Amberes (Bélgica) y Salzburgo.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios