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PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA
Viernes, 15 de diciembre 2017, 01:17
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Rufián mostrando una impresora desde su escaño, asegurando que tiene una papeleta «para consumo propio». Rufián, en una comisión de investigación parlamentaria, despidiéndose del exjefe de la Oficina Antifraude de Cataluña: «Hasta luego, gánster, nos vemos en el infierno». Rufián, de nuevo en su escaño, sosteniendo unas esposas y deseando que el presidente del Gobierno lleve pronto «unas de estas», abandonando después el hemiciclo, poniéndose escaleras abajo su 'bomber' negra y parándose un segundo frente al ministro de Interior para hacerle un saludo militar.
Gabriel Rufián tiene 35 años, una diplomatura en Relaciones Laborales y un don natural, extraordinario, para conseguir lo que todo aspirante necesita en el mundo virtual: visibilidad. Hoy es uno de los personajes más conocidos del país. Hace dos años era un desconocido incluso en Cataluña. Aunque el dato definitivo es otro: hace tres años, ni siquiera tenía Twitter.
No son pocos los ascensos supersónicos que se dan entre los protagonistas del 'procés'. Quizá esto haya disparado su utopismo. Pienso en alguna clase de proyección de la propia biografía hacia la historia colectiva. Hay otra opción, y es peor: los recién llegados entendiendo que modificar las normas y el tablero es el mejor modo de perpetuarse en la partida.
En cualquier caso, Rufián pasó en unos meses de trabajar en una ETT a ser diputado de Esquerra en el Congreso. Hizo de trampolín Súmate, una plataforma que agrupa a independentistas de origen no catalán fundada en mayo de 2013 en el pueblo de Oriol Junqueras. Rufián se sumó y demostró que tenía madera en el circuito subalterno de charlas, mítines y tertulias locales. Poco después encabezaba las listas de Esquerra al Congreso. También existe un talento oportunista, una exactitud en la gestión de la propia ambición.
Aquel salto ocasionó cierta polémica. Rufián se presentó en la campaña de 2015 explicando que había tenido que dejar su trabajo y cobraba el paro. Por lucir en los tiempos de la nueva política la laureada del INEM, no dudó en revelar un fraude que no puede escapársele a un diplomado en Relaciones Laborales: una baja voluntaria no da derecho a la prestación por desempleo. Fue el inicio de una carrera política sostenida sobre la pura exhibición, como hecha a medida de las redes sociales. Rufián genera contenido constantemente. La mayoría de las veces uno vacío que sin embargo resulta llamativo por su soterrada agresividad.
Es su rasgo verdaderamente distintivo. Sus argumentos, sus apelaciones épicas y emocionales, son en gran medida las que en su día introdujo Podemos. El toque Rufián consiste en hablar con lentitud torera y exudar una enorme tensión. La suya es la fiereza del 'troll', esa figura de Internet experta en denostar y sacar de quicio que metaboliza como nutriente atención toda la furia que desata. Entre nosotros, quizá nunca hubo uno que llegase a tener tanta influencia. «155 monedas de plata», tuiteó Rufián, aludiendo a Judas, la mañana del 26 de octubre, cuando Puigdemont parecía a punto de convocar elecciones y esquivar el 155. Al rato el president escuchaba gritos de traidor por la ventana. Funcionó.
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