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PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA
Sábado, 16 de diciembre 2017, 00:08
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Un referéndum binario es una consulta lacónica, concreta, taxativa. Excepto si participa Ada Colau. Entonces se transforma en un enredo metafísico. El 9 de noviembre de 2014, Colau participó en la consulta organizada por el Govern de Artur Mas. Las preguntas eran dos. ¿Quiere que Cataluña sea un Estado? ¿Quiere que este Estado sea independiente?
La respuesta de la alcaldesa de Barcelona -por entonces una activista que iniciaba su carrera política al frente de una plataforma llamada Guanyem- fue sí. Al Estado y a la independencia. A continuación, aclaró su decisión en un mensaje. Había escogido el voto afirmativo para expresar su desacuerdo: «Esta mañana he participado en la pseudo consulta que hoy se realiza en Catalunya, y he votado Sí-Sí a pesar de no ser nacionalista ni independentista».
Para explicar dos síes, Colau necesitó 950 palabras. Algunas de ellas se enredaban en frases increíbles: «He votado Sí-Sí, pero comparto muchos motivos con quienes han votado Sí-No, seguramente más que con algunos que han votado Sí-Sí».
La postura de Ada Colau en el 'procés' es exactamente eso: un constante ejercicio de equilibrismo. Un portentoso sí pero no. En la consulta del pasado 1 de octubre, la alcaldesa de Barcelona optó por apoyar el referéndum pero no «como referéndum». Y también por no ceder locales municipales para la consulta, pero comprometiéndose con Puigdemont a «facilitar» las votaciones en Barcelona. En un alarde que haría palidecer al mismísimo Humpty Dumpty, Colau interpretó este hacer una cosa y su contraria del siguiente modo: «Cumplimos nuestro compromiso».
La situación no se explica tanto por ambigüedad como por estrategia. Mientras intenta por todos los medios no identificarse con ninguno de los bandos en los que el 'procés' polariza la política catalana, Colau se reserva un papel decisivo en el paisaje que resulte tras el vendaval. Al mismo tiempo, intenta conservar a salvo su principal activo, que sigue siendo un intangible asociado a su propia figura.
Ese sello personal -que con frecuencia se convierte en puro personalismo- ya propició una proeza: en apenas unos meses, sin ninguna experiencia previa en la política de partidos, Colau dejó de ser una activista social para convertirse en la alcaldesa de Barcelona. Ninguna de las figuras que emergieron en torno al 15M ha podido resistir como ella el desgaste de la exposición. La revista estadounidense 'Politico' la escogió como uno de los líderes llamados a «sacudir» la realidad europea durante 2017. «El futuro de España puede recaer sobre sus hombros», aseguraba la publicación haciéndose eco de algo que se da por hecho: la ambición de Colau va mucho más allá de su ciudad.
Es una de las razones por las que no entraba en sus planes que la crisis catalana llegase a los extremos que hemos vivido. A medida que crecía la tensión, se revelaba con mayor claridad la naturaleza táctica de su equidistancia. Es probable que nadie desee tanto como ella que todo esto acabe. Incluso intenta cambiar de tema con cierta desesperación. A veces acusando de abusos sexuales a los policías que intervinieron en el 1-O. A veces yendo a 'Sálvame' para explicar que ella, ¿saben?, también tuvo una novia, cuando era joven, allá en Italia.
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