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PABLO SALAZAR
Miércoles, 24 de mayo 2017, 23:42
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Me pregunta un buen amigo si con el proyecto de la plaza de la Reina voy a ver la botella medio vacía o media llena, porque -añade- motivos para no ser optimista hay unos cuantos. El primero y principal es que se vaya ahora a ejecutar una propuesta que ganó un concurso de ideas en 1999, hace la friolera de dieciocho años, una eternidad para la arquitectura, el urbanismo y, en realidad, para cualquier disciplina teniendo en cuenta cómo ha evolucionado la sociedad y cómo han cambiado las ciudades en estas casi dos décadas. Eso -me apunta- por no hablar de la decisión de mantener un aparcamiento subterráneo construido durante el régimen franquista (¡paren máquinas!) y destinado a la rotación de vehículos en un centro histórico que se quiere progresivamente peatonal, lo cual en principio (y en final) parece un poco contradictorio. ¿No sería más lógico -concluye mi interlocutor- destinarlo a residentes, evitando las previsibles colas de entrada y salida y añadiendo un atractivo para vivir en una Ciutat Vella con cada vez menos vecinos y, eso sí, más turistas?
Le replico a mi amigo que sí, que todo eso es cierto, pero que el proyecto de Miguel del Rey tiene buena pinta, y que si le dejan reformarlo y actualizarlo, sin injerencias políticas, puede acabar cuajando en una obra que haga honor a un espacio tan delicado y a la vez tan emblemático, un auténtico hito urbano en consonancia con la importancia y la dignidad de los monumentos históricos que presiden la plaza, la Catedral y el Miguelete. El reto no es sencillo, porque la trama es irreal, producto de un vaciado excesivo que no tuvo en cuenta que el retranqueo de la fachada barroca se hizo precisamente para ganar perspectiva al estar el templo arrinconado entre las viejas callejuelas. Con esa tendencia tan valenciana de tirarlo todo abajo para hacerlo nuevo, más grande, más lujoso, más impactante, la plaza quedó descontextualizada, fuera de escala. Y lo que es peor, condicionada e hipotecada por un aparcamiento subterráneo que ha marcado su último medio siglo de vida. No es su único problema, ayer mismo a las nueve y media de la mañana, era un hervidero de autobuses de la EMT, buses turísticos, taxis, coches aparcados y furgonetas de reparto, un gran intercambiador de transportes al aire libre, un uso inapropiado para uno de los puntos más visitados de la ciudad.
Hay que pulir detalles del proyecto que no están claros, como el de la cripta arqueológica (¿otra?) o el de la ubicación exacta de las rampas de acceso y de salida al aparcamiento subterráneo, hay que ponerlo al día, pero sobre todo hay que ocultarle a Ribó el nombre de la plaza (de la Reina, uff...), lo del aparcamiento franquista y que la propuesta es de 1999, de los tiempos de Rita Barberá.
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