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ANTES DEL 24-M. Barberá, en las calles de Valencia, rodeada de gente durante la campaña para los comicios locales que la desbancaron de la Acaldía. :: j. montañana
Un declive brusco y repentino

Un declive brusco y repentino

La senadora sufrió un deterioro anímico y físico evidente durante un año y medio de reveses para una mujer consagrada a la vida pública

BURGUERA

Jueves, 24 de noviembre 2016, 00:48

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valencia. «La vi muy abatida», explicó ayer el exministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, sobre su encuentro con Rita Barberá el pasado jueves con motivo del acto de apertura de la XII Legislatura. El gesto decaído aún era más patente el lunes, cuando declaró en el Supremo. La exalcaldesa tropezó en el estrado del tribunal. El magistrado Cándido Conde Pumpido le preguntó si se encontraba bien y podía continuar, a lo que ella respondió que sí. Barberá mintió. No estaba bien. Llevaba meses decayendo. Margallo comentó que, preocupado, indagó entre «amigos comunes. Me dijeron que estaba sometida a una medicación muy fuerte» porque estaba pasando una «depresión muy profunda». Apenas quedaba rastro de aquella mujer que celebraba victorias electorales incontestables con un entusiasmo apabullante. Su desánimo se aceleró con la pérdida de la Alcaldía de Valencia, en mayo de 2015, el 24-M, si bien durante los años anteriores había sufrido serios varapalos que habían endurecido el talante de una mujer que, si logró una importante conexión con la ciudadanía fue, precisamente, por una actitud torrencialmente alegre.

«Desde lo de los trajes de Camps, Rita cambió». Entre los que fueron sus concejales en el Ayuntamiento de Valencia había consciencia de que el talante de Barberá se había agriado a partir de 2009, el pistoletazo de salida del deterioro del PP valenciano, aquel que tuvo en Barberá su mascarón de proa. Tras perder la Alcaldía, la puntilla llegó hace unos meses, cuando consideró que su propio partido la abandonaba.

Sus últimos años como alcaldesa fueron complicados tanto en lo referido a la gestión como por los frentes judiciales que se abrían y no se cerraban nunca. Y en lo íntimo, también. En enero de 2013 falleció su madre, un puntal personal irremplazable. En esas fallas, bajo el balcón consistorial, comenzaron a concentrarse grupos de personas que la increpaban. Barberá no escondía que aquello la afectaba mucho.

Ganó las elecciones del 24-M, pero perdió. De repente, encima de aquella mujer de aspecto fuerte se precipitaron todos los años y las presiones. Adelgazó. Pero seguía siendo un animal político tremendo, un rival de altura. Lo demostró en julio de 2015. Hacía un mes que Ribó era alcalde. En Les Corts, con motivo de su comparecencia por su nombramiento como senadora, la ya exalcaldesa se fajó en el cuerpo a cuerpo. Ese día cumplió 67 años. Exactamente dos meses después, el 16 de septiembre del año pasado, acudió al Congreso a una sesión muy valenciana. Se aprobó la toma en consideración del Estatuto de la Comunitat. Ella comentaba que su etapa de senadora no sería fácil, que la capital no era su ciudad, a la que volvía en cuanto sus obligaciones senatoriales finalizaban. A mitad de diciembre se dio por concluida la legislatura. En el grupo popular municipal asumían que la exalcaldesa estaría en Valencia y que les «apretaría» para realizar una oposición dura. Pero su protagonismo decae. En la campaña del 20-D, su papel es exiguo. Durante un acto electoral en la churrería Santa Catalina, el entonces ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, se sorprendió: «¿Qué haces ahí tan escondida?». Y llegó el 26 de enero. El ascendente de Barberá sufrió un revés del que ya no se recuperó. Taula.

Taula acelera la decaída

Barberá soporta 'deportivamente' las críticas de la oposición. Pero se enoja ante el distanciamiento de la calle Quart (sede del PP autonómico) y, sobre todo, de Génova, donde la renovación orgánica ensalza a jóvenes como Casado, Maroto o Levy con quienes Barberá no conecta en absoluto.

La dirección del PPCV insta a la exalcaldesa a que «dé explicaciones». Las llamadas y los mensajes comienzan a ser muy ásperos. Barberá se siente sola. Reclama apoyos y no los recibe. A principios de febrero, los dirigentes populares valencianos y del ámbito nacional se endosan mutuamente la responsabilidad de una posible reclamación del acta de senadora a Barberá. El 12 de febrero, la secretaria de Organización del PP, María Dolores de Cospedal, la defiende con una advertencia premonitoriamente funesta: «Parece que algunos hasta que no vean que determinada persona se muere de un infarto no van a parar».

A finales de febrero, la senadora por fin da una rueda de prensa en la calle Quart. Era la primera vez que comparecía desde que estalló Taula. Lo niega todo. Pasa del enfado a la tristeza según el día. Reclama a Génova defender «a la gente del partido que no ha hecho nada. Cumplamos con los estatutos para todos igual». El desgaste anímico comienza a evidenciarse notablemente en su físico. El PP la incluye en la Diputación Permanente del Senado. No pierde su condición de aforada, pero su partido la oculta en la campaña electoral del 26-J. «Si la hubiesen arropado, hubiese aguantado. Parecía muy fuerte, pero necesitaba a los suyos, y ella se sentía muy del PP», recordó ayer una de sus concejalas. El pasado 15 de septiembre, Barberá deja de ser militante del PP. Maroto considera que Barberá no está demostrando ni «dignidad» ni «ejemplaridad» en el «final de su carrera política» tras conocerse la decisión del Supremo de investigarla. La exalcaldesa recibió cariño de sus compañeros en privado, pero no en público, y ella era un animal político, su vida era, precisamente, la vida pública, donde quedó a la intemperie.

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