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Antonio Miguel Carmona en la Gran Vía de Madrid.
Visceral, televisivo y futbolero

Visceral, televisivo y futbolero

El candidato a la alcaldía de Madrid en las pasadas municipales es un enfermo del once contra once. Su otra fiebre es la política. Se infectó con 14 años, cuando pensó que era "la mejor manera de arreglar el mundo"

Francisco Apaolaza

Lunes, 3 de agosto 2015, 18:11

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Hay un blog que vuela por el ambiente de la política de Madrid. A él mismo se lo envió su mujer con un mensaje: "Me parto". Se llama Carmona hace cosas. Aquí es el protagonista de decenas de fotografías en las labores más peregrinas. Carmona se agarra a las verjas del aeropuerto, entierra algo, juega al fútbol o monta en silla de ruedas o en bici... Su vida es así: lo mismo acude a una tertulia en la televisión que se para a charlar con un señor cualquiera, que se planta en un desahucio para salir abucheado, que pone «las dos manos en el fuego» por Tomás Gómez en el vodevil político que vivió la ejecutiva socialista durante la campaña de las pasadas municipales. Cuando Pedro Sánchez destituyó al secretario general del PSM, allí estaba a su lado Antonio Miguel Carmona Sancipriano (Madrid 1963), abrazándolo con cara de circunstancias. El que fuera candidato a la alcaldía de la capital las pasadas municipales, perejil de todas las salsas, le daba su apoyo y días después se postulaba a su cargo. Como si fuera el Gárate del Atlético de Madrid de sus sueños, se mueve esforzado, excesivo, corriendo todos los balones, regateando a todos, quizás también a sí mismo, y absolutamente convencido de que va a ganar.

Esa acrobacia eterna en la que vive comienza a las seis de la mañana y muchos días termina en una tertulia de televisión en el prime time político de la madrugada. Por whatsapp responde «por supuesto» a todo, como si no quisiera dejarse nada. Allá va sonriendo, posando para las fotos en posiciones extrañas que él mismo inventa, siempre mirando el reloj como el conejo de Alicia, acompañado por Manuel Arias, el hombre de confianza que arquea las cejas y resopla agotado, como si suplicara que lo remataran.

Carmona nos atiende en un despacho pelado de la Asamblea de Madrid con 39 de fiebre y la frente perlada de sudor. Cuando recuerda su infancia en la calle de la Madera, en Malasaña (es vecino de su némesis Esperanza Aguirre), el habla se le vuelve profunda, como si entrara en trance.

-¿Cómo era la casa en la que nació?

-Era como un pueblo, con unas puertas enormes que se abrían a Madrid. Fuera paseaban los serenos con sus abrigos grises y sus gorras grises en esa España gris. Había una escalera con ese olor a madera y a cera; y una casa y un patio en el que olía a repollo y a cocido; y una biblioteca con aroma a libro viejo y a polvo. Las maderas crujían a cada paso.

Es un enfermo del once contra once. Adora ver partidos y es atlético-cholista hasta las cachas, una querencia que le ha traído algunos problemas. Los que trabajan con él tienen que recordarle que parte del electorado madrileño es merengue o rayista. Su otra fiebre es la política. Se infectó con 14 años, cuando pensó que era "la mejor manera de arreglar el mundo". En sus comienzos no tuvo el favor de los de arriba. En 2000 ya se postuló como secretario general del PSM, pero le faltó suerte y terminó apoyando a Rafael Simancas. Amigo de Joaquín Leguina, consiguió ser diputado en la Asamblea de Madrid, aunque esa visceralidad suya fue su tendón de Aquiles. Cuentan que se cree lo que dice, y eso es bueno y malo. Bueno, porque suena sincero, y malo, porque su gente de prensa lleva casco. Aquella primera bomba que soltó en 2002 se grabó en una conversación informal después del desastre del Prestige. Entonces pidió excusas "por una broma desgraciada» y dimitió de manera fulminante. Ahora dice que se trató de una jugarreta, pero que «demostró» su falta de "apego al cargo", aunque pasados los años regresara de la mano de Tomás Gómez.

Conduce rápido por la vida. A veces, si se le mira, parece que monta un kart pequeño y potente: siempre en trazadas ajustadas, cortas, siempre a todo gas, siempre al borde de girar descontrolado en un trompo. El día de la destitución de Tomás Gómez puso las dos manos en el fuego por su amigo.

El último asalto político de Carmona se lo debe a la audiencia. Desde hace años, se foguea en debates de todo tipo. Hizo la mili en los programas de las cadenas más conservadoras y remató como un tertuliano habitual en las noches de La Sexta.

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