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El final de una era

El final de una era

Los enfrentamientos en el propio partido por la 'línea roja' y los recortes del gasto público por la deuda heredada, piedras en el camino de Fabra

Arturo Checa

Domingo, 31 de mayo 2015, 00:26

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Estoy dispuesto a hablar de una nueva RTVV». Las palabras salieron de boca del presidente Alberto Fabra cuando no había pasado ni un año desde aquella noche del 29 de noviembre de 2013, la madrugada en la que Canal 9 se fundía en negro en una agitada sucesión de trabajadores atrincherados en la sede de la televisión, policías en cada pasillo, Paco 'Telefunken' negándose a cortar los cables y un histórico y triste fin de emisión con el plató de informativos bañado por las lágrimas de los empleados.

Con una insalvable deuda de más de 1.000 millones, una plantilla mastodóntica (desde 1995, principalmente durante la era Zaplana, había pasado de 600 a casi 1.800 empleados) y una credibilidad por los suelos por su palmaria falta de objetividad, finiquitar RTVV era casi una decisión inevitable. «Debo elegir entre cerrar el ente autonómico de radio y televisión o cerrar hospitales, colegios...», fue la contundente y cuestionada frase de Fabra. Pero sus palabras un año después, asumiendo la necesidad de una televisión pública en valenciano, reconocía en parte el error estratégico cometido.

«Tenemos que mejorar la comunicación con la ciudadanía. El mensaje no ha llegado a los ciudadanos». Un acorralado Mariano Rajoy aceptaba los fallos cometidos por el PP tras la debacle del 24M. La frase bien se podría hacer extensiva a la automutilación que se inflingió el PPCV con el cierre de Canal 9. Con su potente altavoz audiovisual enmudecido y ciego, la política del Consell cayó en un suicida anonimato. Y las constantes protestas de los casi 2.000 extrabajadores de RTVV fue un incansable goteo en el minado de la imagen pública de los populares.

Las cifras y las citas con las urnas vuelven otra vez a demostrarlo. Fabra vivió el cénit y el ocaso de la formación de la gaviota en la Comunitat. En las generales de 2011, el partido llegaba a su techo histórico. Lograba el 53,9% de los sufragios. Nunca jamás había llegado tan alto el respaldo de la ciudadanía. Pero sólo cuatro años después, en las europeas de 2014, caía la losa. Desplome hasta el 29,6% del voto, un porcentaje muy similar al de las pasadas autonómicas. Un titular de LAS PROVINCIAS de esta misma semana lo resume todo: «El PP regresa a los años 80».

El reto de la financiación

Pero el principal ogro que se alzó ante el PP fue el rosario de casos de corrupción. Gürtel, caso Brugal, caso Castedo, caso Blasco, Carlos Fabra, Emarsa, caso Rus... Una herencia envenenada a la que Alberto Fabra hizo frente con su cuestionadísima 'línea roja'. Su mano dura le valió el enfrentamiento con buena parte de su partido, con pesos pesados como Rita Barberá afeándole su vara de medir, y, a la vista de los resultados electorales, un nulo apoyo entre los votantes.

Así que Fabra lanzó su otro 'jaque mate'. El que sin duda ha sido su esfuerzo más intenso por reconciliarse con los ciudadanos y unir bajo su cúpula a la valencianía: aplicar en política la fábula que se desgrana en 'El Conde Lucanor'. Ante dos caballos que se odian a muerte y totalmente irreconciliables, situarles frente a un temido enemigo: un león. Y entonces los dos caballos se unieron.

El temido enemigo, el fiero león, fue (y es) en la realidad valenciana la infrafinanciación que padece la Comunitat. El jefe del Consell no dudó en tensar la cuerda con su propio partido en Madrid, enfrentarse al ministro Montoro y encabezar el frente común de la sociedad civil y empresarial (aunque fuera esta la que dio un primer paso al que luego se sumó, rezagada, la Generalitat) para reclamar la finalización de las eternas obras de la A3, el necesario Corredor Mediterráneo, las perentorias mejoras en la conexión del tren a Zaragoza y un rosario de infraestructuras e inversiones debidas a la Comunitat, hasta una abultada cifra de 1.500 millones de euros que figuran en la bandeja del 'deber' de la Comunitat.

Pero el resultado no fuie el esperado. De hecho, justo en este frente acabó encontrando la horma de su zapato. Otra vez por la herencia envenenada. Este mismo mes, la Unión Europea impuso una multa al Consell por falsear el déficit. La condena, el pago de 19 millones de sanción. Otra piedra en el camino de Alberto Fabra. Una nueva dificultad llegada desde el pasado: las simulaciones de cuentas denunciadas por Bruselas venían de los mandatos de Camps y Zaplana. Remontar un partido cuando uno entra a jugar con un 3-0 en una misión casi imposible .

La bien conocida falta de sintonía con Alfonso Rus ha sido otro de los miuras que ha tenido que torear Fabra durante su legislatura. Otro foco destellando de cara a la opinión pública y apuntando directamente a la falta de sintonía dentro del partido. Y mientras, el foco de Canal 9 mudo y apagado. El escándalo de Imelsa, las grabaciones de Benavent y los ya famosos 'dos millons de peles' atribuidos al entonces presidente de la Diputación de Valencia añadieron otra vía de agua al ya maltrecho casco de los populares valencianos. La fulminante suspensión de militancia decidida por el PPCV no cesó una sangría de acusaciones en la prensa, incluida la de que el Palau de la Generalitat tuvo constancia de la existencia del asunto pero no supo valorar la gravedad del mismo, como publicó este periódico hace unos días.

Se cerró el grifo público

Y otra vez la 'herencia envenenada' dejó a Fabra con las manos atadas en otro asunto vital y especialmente sensible de cara a la ciudadanía: el de la congelación del gasto público. La desaforada deuda y el consolidado galopar de la crisis ya en 2012 obligó en ese año al Consell a subir los impuestos y cerrar el grifo público. Hasta entonces, la herencia de los grandes proyectos y la permanencia de alguno de estos permitió capear el temporal del déficit. Pero ese año, el Consell tuvo que poner en marcha un plan de choque con una subida de impuestos y un recorte de más de 800 millones, principalmente en salarios de funcionarios y reducción de jornadas de personal sanitario, residencias sociales, centros de acogida...

El resto ya es historia de la política valenciana. Fabra anunciando su marcha tras el verano, barones provinciales pidiendo una gestora que se haga cargo del partido y el futuro del PPCV, aquel al que un día Manuel Fraga dio los primeros empujones cucharón en mano entre paellas en un huerto de Quart de Poblet, está hoy más en ascuas que nunca.

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