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Un avión Caravelle de los años 70-80. :: lp
Viajar en cabina gracias  a LAS PROVINCIAS
EN PRIMERA PERSONA

Viajar en cabina gracias a LAS PROVINCIAS

La prisa periodística permitió un vuelo en el trasportín de cabina, cuando los pilotos sólo se protegían con una cortina

F. P. PUCHE

Sábado, 28 de marzo 2015, 00:15

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En días terribles, cuando la cabina de un avión se ha convertido en centro de todo el dolor del mundo, me acojo a la sección en la que los periodistas de LAS PROVINCIAS cuentan algunas de sus experiencias inolvidables. Y lo hago para hablar de un insólito viaje, en la cabina de un Caravelle de Iberia (o quizá de Aviaco o de Spantax), gracias a la bondad de un comandante que entendió lo que eran las prisas de un periodista que tenía que regresar con su crónica a la redacción. En este caso nuestra redacción.

En la primavera de 1981, el reportero fue enviado por su periódico a cubrir algunas sesiones clave de los juicios contra los acusados de dirigir e instigar el intento de golpe de estado del 23-F. Tejero, Milans del Bosch y Armada estaban en el banquillo y el periodista salía de buena mañana en un vuelo hacia Madrid y regresaba con el tiempo justo, en el vuelo de la noche, para entregar las cuartillas de una crónica -acompañadas a veces de dibujos de los acusados- preparada en el propio centro de prensa instalado en los acuartelamientos donde se celebraba el juicio.

Pero un día negro, el periodista se encontró, a la hora de embarcar, con una inquietante lista de espera ante el mostrador de la compañía aérea. Cuando llegó la hora de embarcar, los tres pasajeros que esperaban con sus nombres anotados primero, fueron llamados y acomodados en el avión. Y el enviado especial, con sus preciosas cuartillas en la cartera, se quedó con la miel en los labios, candidato a pasar toda una noche en Madrid.

Hubo que hacerlo. Hubo que hacer uso de la condición de periodista. E informar de esa condición de 'enviado especial' de LAS PROVINCIAS a los juicios del 23-F. Hubo que decir, osadamente, que miles de lectores se quedarían sin una información preciosa al día siguiente por la mañana. Y a los pocos minutos, cuando ya parecía que el avión iba a desenchufarse del 'finger' y empezar a rodar, una azafata providencial trajo la mejor noticia del día: «El comandante dice que suba: viajará en el trasportín».

El trasportín era un asiento plegable ubicado más o menos en el mínimo espacio donde, antiguamente, colgaba una inefable cortina de hule que separaba la cabina de conducción de los aviones del resto del aparato. Comandante y copiloto, antes de los terribles atentados aéreos que cambiaron la configuración de los aviones, no sólo eran visibles sino visitables. Se les saludaba al subir, sonreían ante los paneles de mando del 'copkit'"; pasaje y tripulación intercambiaban mutuos deseos de buen vuelo. Y tenían, para ocasiones muy especiales, una silla plegable en la que, si el comandante lo autorizaba, se podía viajar en casos especiales.

Allí, en ese trasportín, tribuna privilegiada sobre la cabina de mando, viajó el periodista. Que asistió emocionado a las operaciones de despegue de Barajas, como uno más, hasta que el avión alcanzó su techo establecido. Rodeados de luces y botones, de mandos y pantallitas, el viaje se hizo corto y quitó cualquier prevención de volar a un reportero que, luego, relató a los tripulantes los pormenores del juicio a los golpistas que toda la prensa española seguía con atención mayúscula. Sólo cuando íbamos a aterrizar en Manises el comandante pidió que se me alojara en otra parte porque «ahora preferimos trabajar solos». Resultó que, en primera clase, había un asiento disponible: siempre lo hay en realidad.

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