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Ana Mato, en el Senado.
El adiós de una superviviente

El adiós de una superviviente

Mariano Rajoy premió con su apoyo incondicional la lealtad de esta mujer trabajadora y de infeliz vida conyugal

José Ahumada

Miércoles, 26 de noviembre 2014, 14:09

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Tras la crisis del ébola, en la que sus comparecencias públicas generaron más desasosiego que tranquilidad, la imagen de la ministra de Sanidad, Ana Mato, quedó muy tocada. «Su estrategia de comunicación es, esencialmente, catastrófica opina Teodoro León Gross, analista político. En un momento así, se debe transmitir un mensaje de serenidad y de control de la situación, y el discurso de Ana Mato contribuye a todo lo contrario y lo único que hace es generar mayor inquietud».

«La explicación de por qué sigue ahí está más en Mariano Rajoy que en ella. Al presidente le produce una pereza tremenda el movimiento de piezas, y es cierto que su estrategia de dejar pudrir los problemas le ha reportado éxito, pero entra en colapso cuando hay necesidad de acción y de ministros de alto nivel», indica Toni Aira, profesor de Comunicación Política de la Universidad Pompeu Fabra. «En un ministerio, y sobre todo en uno técnico, el ministro es un relaciones públicas. Todos tenemos presente que Ana Mato no sabe de sanidad, y que ni siquiera ha conformado el equipo que lo dirige, así que lo que le queda es ser su cara comunicativa».

No está siendo esta una legislatura fácil para la responsable de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, y eso que se suponía que el ascenso a ministra de Ana Mato (Madrid, 1959) fue un premio al trabajo en el partido de esta mujer con aire de chica bien y bronceado perpetuo: un progreso, lento y constante, que comenzó cuando José María Aznar la hizo subdirectora de gabinete en su etapa al frente de la Junta de Castilla y León y que continuó con sus posteriores cometidos como diputada regional, nacional y europea, vicesecretaria de Organización en el PP y responsable de las campañas que dieron el triunfo a Rajoy, antes de formar parte de su Gobierno.

Si se hace una lista con las polémicas que han acompañado su gestión, parece que no ha tenido un momento de respiro en una de las carteras más afectadas por los recortes. Los copagos sanitarios, el racaneo con la atención médica a los inmigrantes o los planes para excluir a las mujeres solas y a las parejas de lesbianas de los tratamientos de reproducción asistida públicos son algunas de las cuestiones que han levantado polvareda, como sus dudas a la hora de aplicar la ley antitabaco en el malogrado proyecto de Eurovegas. Otras veces, las menos, logró ponerse de perfil, como cuando cedió toda la responsabilidad sobre la reforma de la ley del aborto al Ministerio de Justicia. La costumbre de delegar en subordinados para dar explicaciones también le trajo problemas: sucedió cuando el Ministerio aseguró que la orden religiosa del misionero Miguel Pajares, el primer español enfermo de ébola, debía hacerse cargo de la minuta de su repatriación. En cualquier caso, todas estas controversias carecen de importancia cuando se las compara a ese nubarrón que flota suspendido sobre su cabeza desde hace años: la trama Gürtel.

Para entender cómo es posible que Ana Mato haya sobrevivido a tal escándalo hay que fijarse en su complicada vida conyugal y remontarse a sus años de universitaria, cuando estudiaba Sociología y Políticas en la Complutense y conoció a quien se convertiría en su marido, Jesús Sepúlveda. De la mano de uno de sus profesores, Jorge Verstrynge, ambos acabaron en Alianza Popular, donde al terminar la carrera, en 1983, cada cual encontró el cometido que más convino a su carácter: ella, eficaz y trabajadora, se integró en el aparato; él siempre anduvo cerca del dinero, ya fuese como gerente en Castilla y León, trabajando entre bastidores en la campañas de Aznar o, finalmente, como alcalde de Pozuelo, ocupaciones que acabaron poniéndole en contacto con Francisco Correa.

Un matrimonio de mentira

Para el año 2000, ese matrimonio era puro paripé. Hay quien justifica la situación diciendo que Ana Mato, que venía de una familia conservadora, de costumbres rígidas y padre militar, prefería guardar las apariencias ante los demás y ante sus propios hijos que mandar a paseo a su marido, a pesar de que había encontrado nueva compañía. Seguían celebrando cumpleaños, comuniones, bautizos y bodas, como la de la hija de José María Aznar en El Escorial en 2002, cuando ya cada cual hacía su vida, pagaba lo suyo y se hacía cargo más o menos a medias de los gastos de los tres hijos. Compartían techo, pero nada más. No es que no se diese cuenta: es que no preguntaba, aunque en el garaje de casa apareciese aparcado un Jaguar rojo.

Podría haber dado más explicaciones como le aconsejan sus asesores para despejar dudas, pero Ana Mato siempre se ha negado a hablar del padre de sus hijos. Quienes la conocen, ponen la mano en el fuego por ella. Hasta la socialista Elena Valenciano, con quien coincidió en Bruselas en su etapa de eurodiputada: «Ana es una buenísima persona y jamás hablará de su vida privada para proteger a sus hijos».

Otra cosa es que sus argumentos convenzan a los inspectores de la Agencia Tributaria, que calculan que su exmarido, del que se separó en 2005, se llevó más de medio millón de euros, y que tanto ella como sus hijos disfrutaron de hoteles de lujo, viajes de ensueño y coches deportivos a costa del entramado Gürtel. Un monedero de Louis Vuitton de 600 euros, una tournée por el Círculo Polar Ártico con paseo en trineo de perros o unas fiestas de cumpleaños para los niños con globos y confeti que costaron miles de euros, son algunos de los apuntes que aparecen detallados en las facturas y cuestionan la credibilidad de cualquiera.

De haber sido otro ministro, es probable que Mariano Rajoy ya hubiese encargado que le echasen la cuenta de los votos que le está haciendo perder, pero Ana Mato siempre ha recibido un trato especial. «Era su punto de apoyo en Génova durante la dura travesía por la oposición recuerda Toni Aira. Ella era una persona de estricta confianza, que demostró lealtad cuando más la necesitaba: otro mérito político no tiene. Rajoy premia tanto eso como castiga lo contrario».

En el barómetro del CIS del pasado mes de julio, Ana Mato era el tercer miembro del Gabinete peor valorado, con una puntuación de 1,89, solo dos centésimas por encima de un Ruiz-Gallardón que ya estaba a punto de hacerse el haraquiri y cada vez más cerca del odiado Wert. Será necesario esperar a los resultados de una próxima encuesta que refleje el impacto de la crisis del ébola para comproba hasta dónde llega la capacidad de agradecimiento del presidente y, también, si Ana Mato se convierte en otra víctima de la epidemia.

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