Borrar
El secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba.
Rubalcaba, un náufrago en la playa

Rubalcaba, un náufrago en la playa

El líder del PSOE no logra superar la penúltima prueba antes de dejar la secretaría general del partido

Ramón Gorriarán

Jueves, 26 de junio 2014, 13:49

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

En la hoja de ruta de Alfredo Pérez Rubalcaba la penúltima prueba antes de renunciar al liderazgo del PSOE era las elecciones al Parlamento Europeo. La última eran las primarias para la Presidencia del Gobierno. Los comicios de este domingo eran un obstáculo que él y su equipo consideraban sorteable sin demasiada dificultad. La victoria llegó a estar entre los posibles escenarios, pero el empate escaño arriba escaño abajo era el más probable. La derrota por tres puntos no debería ser razón para decir adiós porque no se alejaba mucho de las hipótesis de trabajo. La razón para dejar los hábitos de primer socialista es que después de muchos meses de negación se ha llegado a convencer de algo que muchos le decían: con él al timón el PSOE no iba a ningún sitio, que sumarían derrota tras derrota electoral y que el partido iba en busca de la irrelevancia.

Han circulado muchas mentiras y verdades sobre sus planes. Desde que se iba a presentar a las primarias a que iba a abortarlas para provocar un congreso extraordinario al que si presentaría su candidatura a renovar el liderazgo. Ni lo uno ni lo otro, tenía decidido irse después de celebradas las primarias en el marco del próximo congreso ordinario del partido. O al menos eso dijo hoy al anunciar su dimisión en diferido para el 20 de julio.

Los que mejor le conocen aseguran que no se aferraba al cargo por ambición de poder. Era secretario general, dicen estos miembros de su círculo, por un sentido del deber hacia el PSOE. Han sido muchos, amigos y adversarios, que han sostenido que «Alfredo es el mejor» para dirigir al partido en la travesía del desierto que comenzó hace dos años y medio y cuyo final ni se vislumbra. Mariano Rajoy, no se sabe si con sorna o porque lo cree, suele sostener que Rubalcaba es lo mejor que puede tener el PSOE y que si él fuera socialista le votaría en unas primarias. De hecho su relación no es mala, pero tampoco quedan para hacer cenas de matrimonios.

Hoy ha tratado de mantener el misterio sobre qué va a hacer tras el congreso del 19 y 20 de julio. Se va a ir a su casa. Aunque tenga que morderse la lengua, no va a cometer el error de ofrecerse a colaborar con el futuro líder del partido porque sabe que pueden tomarle la palabra. Es lo que le ocurrió con José Luis Rodríguez Zapatero. Primero como ministro del Interior, después de vicepresidente para todo y al final de candidato y secretario general del PSOE.

Tras la derrota de José Bono en el congreso del PSOE de 2000, al que respaldó con entusiasmo, pocos pensaban por edad, afinidad y lógica que Zapatero iba a contar con él. «Rubalcaba es un corcho», flota con todo el que manda, es un comentario recurrente en los despachos socialistas. Estuvo con Felipe González en los últimos y más calientes años de su mandato. También fue un estrecho colaborador de Joaquín Almunia cuando el hoy comisario europeo patroneaba el PSOE, y cuando medio mundo socialista lo daba por amortizado reapareció con Zapatero.

Hartazgo

Químico de formación, atleta de 100 y 200 metros en su juventud, "merengue" y futbolero de toda la vida, hijo de una familia acomodada de la localidad cántabra de Solares (el padre era piloto de Iberia), afectado por el parásito anisakis, algo que le cabrea porque entre lo poco que come estaba el pescado, lector de novela negra y segundo padre para los sobrinos hijos de sus tres cuñados fallecidos en un par de años, también se va harto de que muchos dentro de su partido vean oscuras intenciones en todas sus decisiones internas. Y es que su pasado le persigue. Ha sido un maestro en política del regate corto -Felipe González le llamaba Onésimo por el jugador de fútbol que era un as de los quiebros pero nunca remataba a gol- y ha dejado con un palmo de narices a más de un adversario y también a correligionarios con sorprendentes decisiones y creativas estrategias. Se ganó a pulso, incluso ente los suyos, fama de intrigante y maniobrero.

Salió mal su última apuesta política, la única en la que ha sido protagonista, en las demás siempre jugó un papel secundario, importante, pero secundario. Tenía como objetivo liderar al PSOE durante los cuatro años de oposición, dotar al partido de un nuevo proyecto político para recuperar la confianza de los ciudadanos, y celebrar las primarias. Logró su primer objetivo a medias porque se va con más de un año de adelanto, consiguió el segundo porque la conferencia política del año pasado bendijo la nueva biblia socialista, y verá el tercero con pantuflas y desde la barrera. Cuando estaba a punto de coronar la singladura que inició en el congreso de Sevilla naufragó en la playa.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios