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Panorámica del extremo este de Siurana, con el refugio de Ciriac Bonet frente a parte de los 'muros' frecuentados por los aficionados a la escalada.
Siurana, de una roca suspendido

Siurana, de una roca suspendido

Entre las nubes y el vértigo, Siurana, en la comarca del Priorat, flota sobre un paisaje espectacular que proyecta soberbias paredes calizas

JOSEBA VÁZQUEZ

Jueves, 12 de octubre 2017

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Abdelazia, esposa de Almemoniz, monarca de Siurana, el último reducto musulmán en Cataluña, se negó a verse sometida al dominio cristiano. Tomado ya el castillo por las fuerzas de Bertran de Castellet, noble de la zona adherido a la Reconquista, la soberana montó sobre su caballo, espoleó al corcel y se lanzó por un risco a un barranco de más de 250 metros. Esto es lo que cuenta la leyenda, asentada en el hecho histórico de la toma, el año 1153, del poblado que constituía ya la solitaria excepción en una región plenamente dominada por el conde Ramón Berenguer IV, el Santo. Fábula o realidad, el lugar denominado Salto de la Reina Mora constituye la mayor atracción de uno de los pueblos más bellos de la provincia de Tarragona, asentado en un espolón rocoso sobre un acantilado de vértigo que proporciona vistas magníficas. Las cámaras y móviles no saben por dónde empezar a disparar las fotos... ni cuándo terminar.

Estamos en la comarca del Priorat, madre de desfiladeros con caminos centenarios abiertos en roquedos de más de 300 millones de años, productora de excelentes vinos y ricos aceites, aspirante a Patrimonio de la Humanidad... Estamos en Siurana, enclavada en un antojo de la naturaleza. Estampa de lujo, se asienta sobre un enorme peñón de roca caliza, rodeado por el torrente del Estopiñá, y preside una soberbia panorámica del valle del río Siurana y su embalse. Flanqueada por el Parque Natural de la Sierra de Montsant, al oeste, y la parte más baja de la Sierra de la Gritella, al nordeste, se eleva 737 metros sobre el nivel del mar. Toda la zona, con sus relieves abruptos, paredes y proliferación de abrigos, cuevas, tajos y quebradas repletas de rutas señalizadas, es un foco permanente de atracción para senderistas y una meca ineludible para aficionados a la escalada.

Seguramente por esto, y a pesar de tener censados apenas una treintena de vecinos, en el poblado hay actualmente abiertos dos restaurantes, un hotel, un bar, dos agrotiendas, un alojamiento rural, una casa de campo y un camping con bungalós. También cuenta con el refugio Ciriac Bonet, propiedad del Centro Excursionista de Catalunya y situado en el Plan de la Torre Alta, uno de los miradores imprescindibles.

Siurana fue declarado paraje pintoresco en 1961 y, más tarde, en julio de 1995, logró la mención de Bien Cultural de Interés Nacional con la categoría de conjunto histórico.

En sus cuatro calles -¿o son tres?-, las rehabilitadas casas de piedra son un muestrario de buen gusto y un claro ejemplo de la arquitectura tradicional de montaña. Agregado al municipio de Cornudella de Montsant desde 1940, excavaciones realizadas en las cercanías demuestran que la pedanía se encontraba ya poblada en la prehistoria. Y, jugando con la ironía, podría decirse que tardó lo suyo en salir de ella. Aislada como una península aérea, vivió sin electricidad hasta finales de los años cincuenta, no contó con una pista forestal desde Cornudella hasta 1969 y ese camino no fue asfaltado hasta 1993. Plagado de curvas y repechos, es el único acceso para coches, lo que no impide la llegada de centenares de visitantes en vacaciones y festivos.

Tras pagar dos euros en el aparcamiento establecido unos metros antes de las primeras casas, los forasteros deambulan por las atractivas callejuelas de Siurana, beben en las terrazas, visitan las ruinas (ahora en parcial restauración) del castillo árabe donde vivió Abdelazia -destruido por orden de Felipe IV al término de la Guerra dels Segadors (1652)- y se acercan a la iglesia románica de Santa María, de 1154. En su cementerio descansan el escritor barcelonés Joan Sales y un dirigente nazi que vivió de incógnito en el pueblo durante años.

Gran parte de los turistas se entregan también a un juego peligroso. Atraídos por el imán irresistible de las plataformas y rocas que cortan en despeñaderos, asoman sus cabezas a los precipicios, se sientan en los bordes del tajo y fuerzan escorzos imposibles en busca de una toma exclusiva del abismo. Algunos rozan la imprudencia. Si Abdelazia los viera...

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