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Castillo de Trevejo, en la Sierra de Gata.
La Sierra de Gata, un viaje sin prisa

La Sierra de Gata, un viaje sin prisa

Un recorrido a lomos de esta sierra permite descubrir algunos de los pueblos, laberínticos y hechos de piedra, con más personalidad arquitectónica de toda Extremadura

Javier Prieto Gallego

Miércoles, 25 de noviembre 2015, 10:58

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Entre vallejos imposibles y abruptas laderas, la Sierra de Gata sigue brindando el tremendo gusto de descubrir algunos de los pueblos con más personalidad arquitectónica de toda Extremadura. Es la arquitectura serrana, contundente, laberíntica, hecha de piedra para resistir la dureza del clima y el paso del tiempo. Incluso el susto de los incendios, como los de este verano.

Este recorrido a lomos de una sierra siempre brava, que cobija sobre la vertiente del mediodía un largo listado de poblaciones solariegas, se desenvuelve de este a oeste hasta alcanzar los límites de Salamanca y Portugal. Es un viaje para hacer sin prisas, abundante en paradas y perfecto para un fin de semana en cualquier época del año. Perfecto también para quien disfruta con la degustación pausada de un territorio que conserva como tesoros unas señas de identidad que se hunden en la noche de los tiempos. Como su fala, un dialecto propio, cruce de gallego, asturiano y portugués que aún se practica en varios de estos pueblos, y cuyo origen está en la procedencia de los repobladores medievales que encontraron aquí su lugar en el mundo.

Robledillo de Gata es una de esas poblaciones imprescindibles en cualquier exploración de la sierra. Trazadas siguiendo las curvas de nivel de la montaña, sus calles saben a piedra, pizarra y barro. Se extienden como en un pequeño embudo, formando un laberinto de callejones empinados y sinuosos, en los que llama la atención el uso abundante de pasadizos. Era la forma antigua en la que se unía sobre la calle el primer piso de dos viviendas diferentes, mediante una estancia que a menudo servía como almacén en el que se guardaban los víveres de ambas casas. Uno de sus rincones más visitados es el Molino del Medio cuyo nombre lo identificaba entre los cuatro molinos de aceite con los que contó la localidad. Su recuperación para la visita lo ha convertido en una auténtica joya etnográfica que permite conocer cómo se realizaba, con la ayuda motriz del río y después de la electricidad, el laborioso proceso de elaboración de esta materia que tanta importancia tuvo hasta mediados del siglo XX para muchas familias del pueblo.

Laberinto de granito

Otro rincón imprescindible de la sierra es, precisamente, la población que le da nombre: Gata. De nuevo un laberinto de granito y calles estrechas en el que hay que penetrar a pie. No hay pérdida para alcanzar su plaza de Mayor y su iglesia de San Pedro, frente a la que se localiza la fuente del Chorro, ennoblecida por un gran escudo de Carlos I con el Toisón de Oro. Esa misma calle sirve para adentrarse, hacia arriba, en la zona con más sabor de la localidad. Otro de sus orgullos es contar, a la entrada de Gata, junto a la carretera, con el cedro de mayor envergadura de Extremadura o, al menos, eso proclaman algunas guías: 30 metros de altura y más de 200 años.

Antes de continuar viaje hacia el oeste, habrá quien no quiera perderse la estupenda panorámica que de todo el conjunto serrano se brinda desde Santibáñez el Alto. En un saliente estratégico con vistas a casi todas partes, su maltrecho castillo brinda también una larga panorámica de la llanada que se abre hacia el sur, con el embalse del Borbollón en primer término. El interior del castillo ofrece la extraña escena de un cementerio que, sin ser antiguo, aparece invadido por la maleza, como si ésta hubiera brotado de pronto de un solo golpe para acabar ocultando tumbas y cruces.

También merece la pena dedicar algo de tiempo a Acebo. Bien rodeada de tentadoras piscinas naturales cuando el calor aprieta, claro es punto de partida para las diferentes rutas senderistas que se dirigen hacia la Cervigona. Sus vecinas tienen fama de virtuosas en el manejo de los bolillos de encaje. Y dicen que esta tradición llegó a Acebo de la mano de las mujeres de los canteros gallegos que trabajaron por aquí en muchas de las iglesias de la zona.

Sobre un peñasco con vistas casi infinitas sobre las llanuras adehesadas del norte extremeño se asoman las deshilachadas ruinas del castillo de Trevejo. Dada su estratégica posición es fácil imaginar el ansia de conquista que debió de despertar en cuantos pasaron, a lo largo de los siglos, por estas tierras tan fronterizas como metidas siempre en peleas. Tras los envites de la Reconquista, el castillo fue reedificado y defendido por los Templarios. Después pasó a manos de la Orden de Santiago y más adelante tiempo tuvo vivió una larga sucesión de asedios y asaltos que se interrumpió en el siglo XIX con su abandono. Un abandono tan dramático que hoy amenaza con desmochar de un momento a otro a cualquiera de los muchos visitantes que se acercan a conocerlo. A sus pies se alza la iglesia de San Juan Bautista, con una torre espadaña y tumbas antropomorfas excavadas en piedra. Mención aparte merece la pequeña pero evocadora aldea de aires pétreos y corte ancestral que se arracima en torno a los restos de esta veterana fortaleza. Un camino señalizado el GR.10 que recorre toda sierra une en 2 kilómetros la fortaleza con la también interesante localidad de Villamiel.

De aquí en adelante, este viaje hacia poniente se adentra ya en el territorio de a fala, el valle de Jálama. Y habrá que estar bien atento porque resulta que uno de los tesoros patrimoniales más valiosos de la cacereña Sierra de Gata no se percibe por los ojos, ni con el paladar. No se puede oler, ni beber. Y tampoco es posible sacarle una foto. Simplemente se escucha. Se oye por las calles o al preguntar a un paisano de sus tres pueblos más occidentales: Valverde del Fresno, Eljas y San Martín de Trevejo. Es la fala. Una forma dialectal propia que por estas tierras del norte cacereño resulta tan exótica como una sidriña en Barbate. Pero el caso que esta fala, queda dicho, ha pervivido como una forma de comunicación propia, traspasando los siglos sin dejarse contaminar por los usos lingüísticos extremeños del entorno, para brillar hoy en día como una rareza dialectal digna de estudio. De hecho, está considerada Bien de Interés Cultural por la Junta de Extremadura, como la Vía de la Plata o el teatro romano de Mérida.

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