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Sierra de Gata. Camino rural de Monfortiño (Portugal) a Cilleros, pueblo del norte de la provincia de Cáceres. La vía discurre entre campos de olivos, robles y alcornoques. Un placer para conductores y ciclistas. :: J. R. A. FOTOS:
El paraíso era esto

El paraíso era esto

Esta carretera rural que discurre por la Sierra de Gata descubre un edén terrenal donde se habla, se come y se vive distinto

J. R. ALONSO DE LA TORRE

Domingo, 20 de agosto 2017, 12:01

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La carretera de la foto no es tal, sino un humilde camino rural que parte de la frontera portuguesa de Monfortinho (Beira Interior), acaba en Cilleros (Cáceres) y conduce a la Sierra de Gata. Buscando el paraíso, que cantaba Loquillo, circulamos por rectas inmensas y bien asfaltadas sin perder de vista nunca las montañas donde se refugian dramaturgos, gastrónomos, pintores y monjas budistas procurando el sosiego. La ataraxia de Azorín y de Schopenhauer sustanciándose en Extremadura y el coche devorando kilómetros por carreteras secundarias, las únicas que conducen al territorio anhelado: Utopía.

En esos valles del fondo, lo tienen todo para montarse una película nacionalista y sentirse diferentes. Pero, como no necesitan grandes montajes para ser felices, se conforman con hablar una lengua propia, comer platos distintos y disfrutar de su particular historia de aislamiento y abandono sin echársela en cara a nadie, orgullosos de haberse convertido en un edén terrenal sin ayuda, ellos solitos. Al fondo, bajo la sierra y la bruma, Valverde del Fresno, San Martín de Trevejo y Eljas, tres pueblos que conforman el Val do Xálima, donde sus 4.000 habitantes hablan una suerte de lengua híbrida de portugués, castellano, gallego y leonés antiguo: A Fala. A los lugareños les hace gracia eso de haberse convertido en destino de turismo lingüístico: cientos de gallegos visitan cada año el valle para admirar la 'Galicia extremeña'. También se toman con ironía las trifulcas políticas que a veces se montan entre la Junta y la Xunta por un quítame allá esa colonización.

El inglés Paul Richardson llegó a esta sierra desde Portugal una noche de lluvia y se quedó. Escribe para publicaciones como 'Traveler' o 'Financial Times' y ha publicado en Edhasa un divertido libro sobre las costumbres gastronómicas de los españoles: 'Cenar a las tantas'. Paul vive en lo más intrincado de un bosque de robles, en el valle contiguo al Val do Xálima, en Hoyos. «¿Qué tiene esta sierra?», le preguntamos. «No estoy dispuesto a contárselo a todo el mundo porque es algo secreto, algo mágico. Es la gente, que crea el lugar y entiende el bosque», responde.

«No dejéis de venir a Gata. En esta sierra, los sueños son increíbles»

En el mismo valle, ascendiendo, en Acebo y a los pies del Jálama/Xálima, el monte sagrado, el francés Philippe Camus fundó La Lalita, una aldea de cuento que recibe a visitantes que pretenden el crecimiento personal a través de la meditación. Philippe buscó el paraíso en París, en la India, en Ibiza y en Las Alpujarras, pero no lo encontró. El azar y una carretera secundaria lo trajeron a Acebo, donde halló la paz: «Dormí 48 horas seguidas y al despertar, me dije: Ya está, es aquí». Monte arriba, cerca ya de la cumbre del Jálama, la monja budista Tenzi Yótika ha levantado un monasterio por mandato directo del Dalai Lama.

La lista de ciudadanos del mundo que han llegado a estos valles paradisíacos por carreteras secundarias es interminable: el franciscano padre Pacífico, el dramaturgo José Manuel Corredoira, el popular presentador de televisión Jesús Vázquez o la top model Nuria Rotschild, madrileña descendiente del afamado linaje de banqueros, pero con abuelos cacereños de Villamiel.

Pero no hace falta cambiar radicalmente de vida para disfrutar del encanto de la Sierra de Gata. Cualquier fin de semana podemos coger las carreteras secundarias que parten de la autovía Madrid-Navalmoral-Moraleja y hacer un paréntesis para escuchar hablar una lengua nueva, comer platos con toque serrano y fronterizo (el bacalao y las carnes brillan en los menús), bañarse en piscinas naturales, admirar la arquitectura popular, caminar por bosques, probar aceite, queso, vino de pitarra, setas... Volviendo del paraíso, surcando asfaltos secundarios, la sierra a la espalda, recordamos el consejo que nos regaló Philippe Camus poco antes de morir: «No dejéis de venir a Gata. En esta sierra, los sueños son increíbles».

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