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Contra el hambre en Atenas

Contra el hambre en Atenas

Hay un Podemos griego, pero es una ONG que reparte la comida que sobra en supermercados y restaurantes, mientras el mercado central se vacía cada día

íñigo domínguez

Domingo, 25 de enero 2015, 00:48

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El despacho de Cleansis Chironis está en un rincón del mercado central de Atenas, entre ganchos de carnicería y detrás de una hilera de pollos colgando. Allí estaba ayer pagando facturas con la calculadora, rodeado de papeles y tazas de café, y echando pestes. Su mesa es un termómetro preciso de la marcha de la economía de la ciudad, porque es el presidente de los carniceros de la capital y el principal vendedor del mercado, con ocho locales y 32 empleados. «¿Que cómo va? Mira, lo tengo comprobado, el dinero de la pensión, de muchos sueldos, dura una semana. La primera semana del mes. Ahí vendemos algo. Luego empieza el largo camino hasta final de mes», explica.

El hambre serpentea por las calles de Atenas y roe la vida diaria de muchos griegos, con un 32% que se halla bajo el umbral de pobreza. «No estamos en Somalia, pero hay mucha gente, que antes era clase media, que de repente ya no sabe lo que va a comer hoy, lo que va a poner en el plato a sus hijos mañana, vive en una constante inseguridad alimentaria», explica Alexander Theodoridis, de la ONG Boroume. Es una exitosa iniciativa que desde 2011 coordina el reparto de la comida que sobra en supermercados, hoteles y restaurantes.

Boroume significa Podemos. Este es el Podemos griego, donde poder comer ya es el reto de base. Ellos distribuyen hasta 3.000 comidas al día. Como dice Theodoridis, «es absurdo pasar hambre cuando vives rodeado de comida, porque en las calles de Atenas la ves por todas partes, en tiendas, escaparates, mercados».

Es muy cierto. Pero entrar en el mercado central de Atenas es recorrer en solitario pasillos vacíos, flanqueados por comerciantes de bata blanca que te animan a comprarles algo. Los puestos son exuberantes, pero el carnicero Chironis vive, y sus clientes viven, gracias al pollo, la carne más barata. Luego un poco de cerdo, después vacuno y poquísimo cordero, que los griegos ya no se pueden permitir. El pescado fresco también está caro. Sólo la fruta y la verdura son más baratas que en España. Ni las navidades fueron buenas. «Un desastre. Empecé con el pavo a seis euros el kilo y acabé vendiéndolo a un euro», resume.

«Ya no hay ira»

Este mercado también sirve para medir el sentir ciudadano hacia los políticos, porque siempre pasan por allí en la campaña a hacerse las fotos de rigor saludando al personal. En 2012, cuenta Chironis, la gente les tiraba de todo y les insultaba. Este mes no les hacían ni caso. «Ya no hay ira. Hay una calma fría. La gente tiene claro que el domingo quiere cambiar, aunque en realidad lo que espera es un milagro», apunta. Él calcula que sus beneficios han caído un 70% en los últimos cuatro años. A sus 65 años, no recuerda un momento peor y no ve la hora de jubilarse. Le sucederá su hija, que se licenció en Económicas. La otra vive en Londres. El paro en Grecia es del 27%, entre jóvenes es del 56%, y muchos se van del país.

El mercado, no obstante, sigue siendo el lugar colorido y bullicioso que uno espera. Transmite alegría, los tenderos exhiben ese optimismo contagioso, y a menos de que sean grandes actores uno se pregunta cómo es posible. Hay una explicación sutil enlazada a la crisis: de los 1.500 empleados del mercado, sólo diez son griegos. Estos chicos que dan voces son albaneses, paquistaníes, egipcios. Cobran unos veinte euros al día, un sueldo que muchos griegos no quieren, y tan sólo los técnicos de corte ganan 400 a la semana.

Pero es que para ellos, viniendo de donde vienen, está bien. Depende del punto de partida. Los griegos, en retroceso o que emigran, se cruzan con inmigrantes que llegan y mejoran su vida. Chironis dice que los extranjeros están integrados y trabajan bien. Pero evidentemente en este orden de cosas y con el amargo descontento de fondo es donde irrumpe con éxito el partido neonazi Alba Dorada.

Alexander Theodoridis, de Boroume, es un ejemplo de los griegos preparados que se quedan y quieren cambiar las cosas, sobre todo porque han perdido la esperanza de que sus políticos sean capaces de hacerlo. Formado con estudios universitarios en Múnich y Londres, cooperante en Afganistán, probó como técnico en la política y salió espantado. En 2011 estaba en una cena en casa de un amigo donde sobraba un montón de comida y no pudo evitar pensar en las imágenes de la tele con filas ante los comedores sociales. Entonces eso empezaba, pero ahora es muy normal encontrarse en las plazas de Atenas grupos de voluntarios, que se organizan por su cuenta, cocinando con una gran cazuela y un hornillo de gas. Dan de comer a la gente del barrio que lo necesita.

Alexander pensó en tender un puente entre esos dos extremos. Montó Boroume con dos amigas, Xenia Papastavrou y Alexia Moatsou. Hoy son cinco empleados y 30 voluntarios. «Empezamos con doce tartas de queso de una panadería, que nos dijo que las iba a tirar esa noche», recuerda. Les dijo que cada día arrojaba a la basura 30 kilos de alimentos. Cuatro años después, cuatro años de plan de austeridad, trabajan con 800 comedores o puntos de asistencia de toda Grecia a los que hacen llegar alimentos de 120 empresas.

Se sostienen con donaciones privadas, sin financiación pública. Su sede de Monastiraki, en el centro de Atenas, es un quinto piso, una pequeña oficina soleada donde sólo hay ordenadores. No hay furgonetas ni cajas de comida, como uno podría esperar. Ellos sólo organizan toda esa red. «Enlazamos quien quiere ayudar con quien lo necesita», explica Alexander, sentado en su ordenador. Es otra mesa luminosa desde la que se comprende la lucha de los griegos por salir adelante.

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