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25 años sin la URSS

25 años sin la URSS

El 25 de diciembre de 1991, Gorbachov anunció al mundo la disolución de la Unión Soviética. Muchos rusos recuerdan hoy con nostalgia el poderío del Bloque del Este

RAFAEL M. MAÑUECO

Viernes, 23 de diciembre 2016, 19:01

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El 25 de diciembre de 1991, en el Kremlin fue arriada la bandera roja de la Unión Soviética e izada la tricolor rusa. El hasta ese momento presidente soviético, Mijaíl Gorbachov, apareció en las pantallas de televisión para anunciar que el país, surgido en 1922 gracias a la Revolución bolchevique de 1917, había dejado de existir. Con la URSS se hundía también el régimen comunista que la dirigió.

El actual líder del Partido Comunista ruso (KPRF), Guennadi Ziugánov, sostiene que la desaparición del Estado soviético «fue un inmenso crimen contra el pueblo de la URSS y contra el resto del mundo». A su juicio, «fue una decisión ilegítima que violaba el Acuerdo de la Unión de 1922 y la Constitución soviética». Ziugánov cree además que «se ignoró la voluntad popular expresada en el referéndum de marzo de 1991 a favor del mantenimiento de la Unión Soviética».

Coincide con su análisis el presidente Vladímir Putin, que definió el hundimiento de la URSS como «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX». Este sentimiento nostálgico de Putin en relación con el gran país al que sirvió como agente del KGB en la desaparecida República Democrática Alemana (RDA) explica por qué, nada más llegar al poder, ordenase sustituir el himno ruso compuesto por Glinka por el estalinista de Alexándrov.

Por su parte, el economista Grigori Yavlisnki, líder de la formación liberal Yábloko, extraparlamentario y muy crítico con el régimen de Putin, considera que «el golpe de Estado violento de octubre de 1917, que fue el origen de la Unión Soviética, provocó una guerra civil, costó decenas de millones de muertos, desencadenó el terror y la represión a gran escala y llevó al final a la desintegración del país».

Lo cierto es que en la época soviética se logró que la educación y la sanidad fueran gratuitas, aunque no con la misma calidad para todos. El alquiler que se pagaba al Estado por los reducidos metros cuadrados de vivienda que se concedían era irrisorio, como también las facturas de luz, agua y calefacción. Los artículos de consumo eran escasos y por lo general poco apetecibles, pero baratos. Lo verdaderamente malo era la falta de libertades, la arbitrariedad y brutalidad del Estado, sobre todo en la época estalinista, los campos de concentración, los psiquiátricos en que eran internados los disidentes y la imposibilidad de viajar al extranjero.

Según un reciente sondeo realizado en distintas regiones de Rusia, el 56% de los encuestados lamentaron la desaparición de la URSS. Sin embargo, sólo un 21% se mostraron favorables a que aquellas quince repúblicas que conformaban la Unión Soviética se reunifiquen de nuevo.

Pero lo que hoy día se echa más de menos de la URSS no son fundamentalmente sus ventajas sociales, aunque algunos también las valoran, sino el hecho de que era un país fuerte, respetado y una de las dos principales potencias mundiales. Efectivamente, la URSS era un Estado con mucho peso en el mundo, arrasaba en el deporte y sobresalía en el ballet, el teatro y la música.

«Todo en la Unión Soviética era mejor de lo que tenemos ahora: la sanidad, la educación...», estima Alexandr Prajánov, escritor y periodista adepto a las ideas de Putin. Según su punto de vista, «todos los esfuerzos posteriores de volver a algo parecido, como la Comunidad de Estados Independientes (CEI), han sido tristes intentos de emular a la URSS». «Ahora estamos en proceso de restablecer el Imperio ruso, que sería ya el quinto en la cuenta», concluye Prajánov.

Una situación insostenible

El principio del fin de la URSS coincidió con la llegada al poder de Mijaíl Gorbachov, el 11 de marzo de 1985. Heredó una situación poco envidiable: la guerra en Afganistán discurría no muy favorablemente, el país gastaba el 40% de sus recursos en conservar la paridad estratégica con Estados Unidos y la economía se mantenía más o menos a flote a cuenta de la exportación de materias primas.

Entre 1945 y 1955, la economía rusa había crecido a un ritmo del 10% anual. En los siguientes 10 años se redujo al 7%, aunque seguía siendo un excelente indicador entre los países industrializados. La situación empeoró ostensiblemente en 1980 y con Gorbachov ya al frente de la URSS la previsión de crecimiento era tan sólo del 2,8%.

La economía, por tanto, era lo prioritario y para levantarla el nuevo dirigente soviético propuso la llamada 'perestroika' (reconstrucción o reestructuración), concebida para mejorar el funcionamiento y la disciplina del sistema administrativo del país. Creía también necesario dar autonomía a empresas y trabajadores para potenciar su estímulo y así mejorar la calidad de la producción.

Después instauró la 'glasnost' (transparencia) en la información, opiniones y documentos oficiales, que luego favorecería una cierta libertad de opinión y de prensa. Otro de los objetivos de Gorbachov era lograr un acuerdo de desarme con EE UU porque pensaba que dos sistemas contrapuestos como el capitalista y el socialista podían vivir en paz.

Pero el joven secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) se topó con la resistencia recalcitrante de los que dentro del aparato no querían cambiar nada. En un pleno del Comité Central, en enero de 1987, denunció la labor de zapa del ala inmovilista y condenó el estalinismo.

Contra Gorbachov se levantaron también quienes creían que sus reformas iban demasiado despacio. Este sector lo encabezó Borís Yeltsin, que entonces era el primer secretario del Partido Comunista de Moscú y miembro suplente del Politburó, el máximo órgano de decisión del país. El encontronazo acabó con la destitución de Yeltsin, pero le convirtió en un mártir, en víctima de las maquinaciones de la cúpula comunista, e hizo que su popularidad se disparase.

La población percibía los cambios en el terreno económico con recelo e incluso indignación, ya que veía que su situación material no dejaba de empeorar. Las tiendas estatales se quedaron vacías. Sus existencias fueron a parar al mercado negro, en donde eran puestas a la venta a precios muy superiores. La mayor parte de los soviéticos, por tanto, no veían con buenos ojos la marcha de las reformas económicas, cuyos enemigos estaban ganando la batalla. Eran ellos, los contrarios a reformar el régimen comunista, los que provocaban las penurias con su labor de zapa y, al mismo tiempo, eran también quienes recogían los beneficios del descontento popular al verse reforzados.

Catástrofes como la de Chernóbil y los continuos reveses en la guerra de Afganistán contribuyeron a minar el sistema. Fue en este contexto cuando comenzaron a operar las fuerzas disgregadoras. Lituania, Letonia y Estonia fueron la punta de lanza del nacionalismo separatista que después se extendería al resto de las repúblicas soviéticas, incluida Rusia. Esta imparable y destructiva corriente generó guerras en Nagorno-Karabaj (Azerbaiyán), Transnistria (Moldavia), Abjasia y Osetia del Sur (ambas pertenecientes a Georgia).

El último congreso del PCUS, el XXVIII, tuvo lugar a comienzos de julio de 1990 y durante su celebración Yeltsin arrojó a los delegados su carné de afiliado. La URSS era todavía el único país del Este europeo en donde el poder seguía estando en manos del comunismo, pero tenía los días contados. A pesar de los esfuerzos modernizadores de Gorbachov, el Partido Comunista se seguía asociando a conceptos como represión y totalitarismo.

Lo que sí era cierto es que el innovador dirigente soviético hizo mucho por la distensión, el desarme, la reunificación alemana y la democratización de los países del Este europeo. El premio a todo ello fue el Nobel de la Paz 1990, que no le sirvió para aplacar a la oposición contra él dentro de la URSS, tanto desde el lado conservador como del reformista.

La puntilla

El acontecimiento que aceleró el derrumbamiento de la Unión Soviética, la caída del régimen comunista y el total debilitamiento de Gorbachov fue el golpe de Estado perpetrado contra él por sus propios colaboradores el 19 de agosto de 1991. El tiro de gracia fue la reunión celebrada tres meses y medio después, el 8 de diciembre, en un bosque cercano a la frontera con Polonia, en donde Yeltsin y los presidentes de Ucrania y Bielorrusia, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkévich, dieron por muerta la URSS. Allí, en Belovézhskaya Pusha, los tres decidieron que «la URSS como sujeto del derecho internacional y como realidad geopolítica ha dejado de existir». La renuncia de Gorbachov se produjo a los pocos días, el 25 de diciembre. El Estado soviético se disolvió después de 70 años de andadura. La CEI, una organización frágil, inoperante y mal avenida, nunca consiguió suplir la pérdida.

El senador ruso Alexéi Pushkov admite que «había razones objetivas para el descontento social: la situación económica estaba al borde del hundimiento, los conflictos nacionales despedazaban el país, el Kremlin no controlaba la situación». No obstante, Pushkov no está seguro de que la URSS estuviera realmente condenada de no ser porque Yeltsin, Kravchuk y Shushkévich «destruyeron deliberadamente la Unión Soviética para lograr el poder por separado en los territorios que la constituían».

Un cuarto de siglo después de la disolución de la Unión Sovuiética, toca hacer balance. El resultado no es muy halagueño en líneas generales: pese a que se han conquistado mayores cotas de libertad ciudadana, capitulos sociales como la educación, la sanidad o el acceso a la vivienda han sufrido notables mermas.

La educación en la URSS era completamente gratuita, incluyendo la superior, si se aprobaban las pruebas de acceso. En Rusia actualmente sólo es gratuita la escolarización primaria, aunque existe un sistema de becas universitarias dependiendo de las calificaciones.

La sanidad en la Unión Soviética también era totalmente gratuita, aunque dejaba mucho que desear. Ahora en Rusia existe una seguridad social que garantiza la asistencia médica para todos, pero para acceder a ella hay que pagar las correspondientes cuotas.

La mayor diferencia entre la URSS y la Rusia actual está en la vivienda. El Estado soviético daba apartamentos a todos, aunque pequeños, a cambio de un alquiler simbólico. También eran muy bajas las tarifas de luz, calefacción, gas y agua. Ahora todo eso en Rusia hay que pagarlo con precios parecidos a los europeos, lo que supone más de la mitad del salario de un trabajador sin especialización.

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