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Miles de fieles rezan en la Meca.
Volando sobre Arabia

Volando sobre Arabia

Las azafatas echan de comer y todos se atiborran. Será que el espacio aéreo queda fuera de la jurisdicción sagrada. Mujeres cubiertas de negro se ponen cañón

iñigo domínguez

Miércoles, 29 de julio 2015, 21:03

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La culpa de este viaje la tiene una noticia que leí en un periódico en mayo: Una empresa zamorana sufre un ataque islamista en su página web. Esto del choque de civilizaciones está yendo demasiado lejos, me dije. Históricamente las diferencias teológicas de las grandes religiones se han resuelto con este axioma: tiene razón el que mata al otro. Pero iría siendo hora de evolucionar. Acaba de empezar el ramadán el día que cojo un avión a Bahrein. Me preguntan si he estado hace poco en Guinea, Liberia, Nigeria o Sierra Leona. Dan ganas de decir que sí, por si hay algún premio, pero me aclaran que en ese caso no podría viajar. Por suerte no tengo matasellos de Israel, porque también te mandan para casa.

Como soy un ignorante sobre el ramadán y sus niveles de intransigencia, y veré que hay grados, me he traído un bocadillo por si en el avión no dan de comer. Ya me veo devorando la mortadela escondido en el baño. Si me lo confiscan podría comerme la pasta de dientes, que es de menta. Mi hermano una vez se acabó una caja de galletas de perro por una apuesta, y además de ganarla dijo que estaban buenas. También estoy preocupado porque llevo dos botellas de prosecco en la maleta, para unos amigos. No sé si me traerán problemas en la aduana y me da miedo que se rompan y estar con las camisas oliendo a alcohol en pleno ramadán. Pero todas estas tribulaciones se revelarán infundadas. Soy un espécimen de libro de los prejuicios descritos por Edward Said en Orientalismo, sobre los estereotipos creados sobre Oriente durante siglos. En el vuelo echan de comer y todo el mundo se pone morado. O no hay nadie musulmán, y ya es raro, o será que el espacio aéreo queda fuera de la jurisdicción sagrada. Todo el mundo cuenta grandiosas escenas de los vuelos de Arabia a Europa: apenas despega todas esas tías cubiertas de negro se deshacen de sus ropas y se ponen como un cañón. A veces se cambian allí mismo y uno ve filigranas de lencería que se le aparecen en sueños durante años. Amigas que han estado en probadores en estos países describen auténticas bombas sexuales en el campo de la ropa íntima. En los vuelos de regreso es al revés, como si tocaran a difunto sobre sus cuerpos.

Ali Bey

Mientras sobrevolamos Arabia, que solo veré así, pegando la nariz a la ventanilla porque no es nada fácil que te dejen ir, pienso en Ali Bey. Era un señor de Barcelona llamado Domingo Badía que fue espía de Godoy y recorrió el mundo musulmán en el siglo XIX. Fue uno de los primeros europeos en ir a La Meca, disfrazado, y contarlo. El primero fue un italiano, Ludovico de Varthema, que viajó como soldado mameluco en 1503. Lo curioso de Ali Bey es que el hombre está todo el viaje escandalizado del desmadre sexual y el libertinaje del islam, donde le dan a todos los palos. Para que luego digan. Esto fue un filón en el XIX para las fantasías sobre la sensualidad de Oriente.

Ali Bey estaba justo en La Meca en 1807 cuando llegaron los que mandan todavía, la secta fanática de los wahabitas. Con ellos se acabó la fiesta. Cuenta que, con la ciudad acojonada y los soldados acuartelados, apareció en la calle principal un ejército de seis mil tíos muy cabreados. Medio desnudos, armados con fusiles y cuchillos curvos en la cintura. Aunque la mayoría eran bajitos todo el mundo salió corriendo. Estaban tan fuera de sí que cada cual la emprendía a palos con los demás para poder besar la piedra negra de la Kaaba. Uno de sus jefes se subió a un zócalo para poner orden, pero ni caso. "Ni los naturales del país ni los peregrinos pueden oír su nombre sin estremecerse", escribe. No obstante Ali Bey, harto de tanta disipación, creía que esta gente prometía por su pasión por las reglas: "Se ve en ellos los hombres más dispuestos a la civilización si se les supiese dar la dirección conveniente". Ay, Ali Bey, Ali Bey, pero qué ojo tienes. Al final estos elementos se aliaron con una tribu guerrera, los Saud, actual casa real, y luego con la Casa Blanca y los petroleros de la Texas profunda, algunos tan retrógrados y brutos como ellos. Dios los cría y el dinero les junta, como a las familias Bin Laden y Bush. Pero qué paradójico es todo. Con esa hipnótica velocidad al ralentí de la visión aérea, contemplo desde el avión vastos ríos de arena, valles de roca abrasada por el sol, llanuras de polvo.

Arabia es un paisaje marciano, sin rastro de vida. Hasta 1880, cuando se impuso el peregrinaje por barco, tres grandes rutas de caravanas, desde El Cairo, Damasco y Bagdad, lo atravesaban hasta la ciudad santa sorteando bandidos. Yo, en este avión, es lo más cerca que estaré nunca. Ali Bey, Burton, los exploradores que se la jugaron para ir allí de estrangis llegaron a hacerse la circuncisión. No hay plus de peligrosidad que cubra un prepucio y dudo que haga ese viaje.

Aterrizo en Doha, un lujoso aeropuerto donde lo primero que veo es un bar muy curioso: es sólo de caviar. Una cucharada de Prunier, 12 euros. Dos con chupito de vodka Beluga, 37. Y de ahí para arriba. Esto empieza bien.

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