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Los sordos no se callan

Los sordos no se callan

Durante siglos fueron marginados y tomados por idiotas. Hoy reivindican su lengua nativa, «viva y rica»Cuando se cumplen diez años del reconocimiento oficial de la Lengua de Signos Española, los discapacitados auditivos denuncian que no se ha logrado su integración

INÉS GALLASTEGUI

Domingo, 1 de octubre 2017, 00:51

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Solos en un mundo silencioso y hostil. Así han vivido los sordos durante siglos. Eso, en el mejor de los casos, porque en Esparta y Roma los despeñaban de niños desde lo alto de un monte. Aristóteles aseguraba que, dado que todo conocimiento pasa a través de los sentidos, las personas que no oían carecían de pensamiento. La Iglesia católica predicó que no tenían alma. Y el régimen nazi esterilizó o asesinó en las cámaras de gas a decenas de miles de ellos. Solo hace quinientos años que unos cuantos maestros comenzaron a investigar y enseñar métodos para que este colectivo marginado pudiera comunicarse entre sí y con el resto de la sociedad. Su trabajo dio lugar a las lenguas de signos -hay cientos de ellas en el mundo-, complejos conjuntos de signos y gestos con su propia gramática. La española y la catalana fueron oficialmente reconocidas por ley hace justo diez años, pero la comunidad sorda considera insuficiente su desarrollo. «Como muchas lenguas minoritarias, ha estado marginada. Y la discriminación no ha terminado», asegura Roberto Suárez, secretario general de la Confederación Estatal de Personas Sordas (CNSE).

El idioma que comparten unas 100.000 personas en nuestro país -donde un millón sufre algún grado de discapacidad auditiva- no se creó de la noche a la mañana. La Biblioteca Nacional clausura hoy la exposición 'Manos con voz propia', una muestra de manuscritos, libros, gacetas, fotografías, grabados y otras piezas que relatan la creación de esa lengua y sus métodos de enseñanza desde el siglo XVI. En realidad, recuerda su comisaria, Inés Antón, los sordos han buscado la forma de expresarse desde siempre, pero hizo falta poner orden, desarrollar y difundir todo ese conjunto de gestos para convertirlo en un instrumento útil de comunicación.

Uno de los pioneros fue el monje Pedro Ponce de León (1506-1584), preceptor de dos sobrinos sordos del condestable de Castilla a los que enseñó a escribir y a hablar oralmente y por señas. Se decía de ellos que sabían latín, griego e italiano y que eran capaces de discutir sobre física y astronomía. Parece que, además, también tenían alma, porque iban asiduamente a misa.

Sin embargo, señala Antón, no quedan vestigios de su obra. Quien sí dejó constancia de su trabajo fue Juan Pablo Bonet (1537-1633), cuya 'Reducción de las letras y arte para enseñar a hablar a los mudos' se conserva en esta institución. Incluía un alfabeto manual y un sistema pedagógico para reeducar el oído.

En el siglo XIX continuaron los esfuerzos por «desmutizar» a los sordos, recuerda la historiadora del arte e intérprete de signos, pero casi siempre enfocados a enseñar a los niños a leer y a hacerse entender por los oyentes. En los primeros colegios de 'sordomudos' se llegaba a atar las manos de los alumnos para evitar que las empleasen para hacerse entender. Hasta hace muy poco, los profesores eran siempre oyentes.

Manos con 'acento'

Contra lo que piensa mucha gente, no hay una lengua de signos universal; de hecho, en cada país hay distintos dialectos, hasta el punto de que las manos hablan con 'acento'. «A mí mucha gente me nota que soy de Madrid», asegura Fátima López, sorda de nacimiento y profesora en el Colegio Sagrada Familia de Granada, uno de los más antiguos de España.

¿Cuántos signos deben aprender los alumnos? Su compañeraMaría Ángeles López gesticula y comienza a signar rápidamente. Aunque no se conozca su lengua, es fácil adivinar la respuesta. «Infinitos -traduce la intérprete-. Es una lengua rica, muy viva, que incorpora continuamente signos nuevos para los neologismos».

Hay que tener en cuenta que no solo hay un alfabeto que representa las letras -con el que se pueden deletrear términos nuevos y nombres propios-, sino un conjunto de signos que se corresponden con conceptos y que pueden adquirir diferente significado al ser modulados por los gestos de la cara. Por ejemplo, el mismo movimiento de la mano quiere decir 'dulce' si la expresión facial es alegre y 'dolor' si el rostro parece triste.

Por este colegio concertado de la Fundación CajaGranada, fundado en 1954, han pasado unos 12.000 alumnos sordos de toda la mitad sur de la Península. La madrileña Fátima y la extremeña María Ángeles estudiaron internas cuando eran niñas: las dos destacan que compartir la experiencia vital de la sordera con los alumnos hace más fácil enseñarles su lenguaje nativa. Los pequeños llegan con 3 años sin poder comunicar más que unos pocos conceptos y en algunos casos se van con 20. «Esta es mi segunda casa. He crecido aquí», afirma con los signos de las manos, la expresión de los ojos y la emoción en todo el cuerpo María Ángeles, madre de dos chicos sordos que hoy están en la universidad. La hija de Fátima sí oye: «Con 6 meses ya hacía el signo de 'leche' con las manitas. Ahora le sale tan natural la lengua de signos como la oral», destaca.

Cada vez más familias acuden al colegio a talleres para aprender el idioma nativo de sus padres, hijos o hermanos. «El bilingüismo favorece el desarrollo cognitivo en los niños oyentes -asegura Suárez-. La lengua de signos hace trabajar zonas del cerebro que apenas se desarrollan con la hablada».

Las cosas han cambiado. El director del colegio granadino, Vicente Garrido, explica que, con la normalización de los implantes cocleares a partir de los años ochenta, muchísimos niños recuperaron la audición y empezó a generalizarse su escolarización en escuelas 'normales'. Los colegios específicos empezaron a ser más raros; el de Granada abrió sus puertas a otros chicos y chicas con necesidades educativas especiales y hoy solo 24 de sus 300 alumnos padecen discapacidad auditiva. Entre ellos, los pequeños que necesitan reeducación tras el implante.

Niños solos en el recreo

El directivo de la CNSE ve ventajas e inconvenientes en ambos modelos. «En los colegios de niños sordos se desarrolla mucho su identidad, utilizan su lengua natural y el profesorado está preparado para ellos, pero cuando salen a la sociedad sufren un choque. Es un cambio de cultura», argumenta. «En los colegios de integración se educan en el bilingüismo, pero normalmente el profesorado no está preparado para atender sus necesidades. A la hora de socializar se encuentran con barreras: he visto niños y jóvenes solos en el recreo porque no pueden comunicarse con el resto», afirma Suárez.

Los recortes en educación han tenido consecuencias nefastas. En su comunidad, Canarias, solo tienen garantizadas diez horas semanales de intérprete de lengua de signos, de las treinta lectivas. En algunas regiones están mejor y en otras, peor. «Los niños sordos no estudian en igualdad de condiciones y eso tiene consecuencias a largo plazo: muchos no adquieren los suficientes conocimientos, no pasan al bachillerato y los ciclos formativos, no llegan a la universidad y acceden a empleos de baja cualificación con salarios peores, lo que incide en su autonomía. Es muy grave», se queja. «La discapacidad no está en las personas sordas, sino en el ambiente que las rodea», denuncia.

Aunque la comunidad celebra la aprobación de la Ley 27/2007, por la que se da rango oficial a las lenguas de signos españolas y se regulan los medios de apoyo a la comunicación para las personas con discapacidad auditiva y sordociegas, considera que en diez años ya debería estar totalmente implantada, y no ha sido así. La falta de accesibilidad en distintos ámbitos -educación, sanidad, servicios sociales, cultura, justicia o el empleo- centran las reivindicaciones. No es solo que no haya suficientes intérpretes para atender a las personas sordas: TVE, que subtitula el 90% de su programación, tiene un programa semanal para ellas, pero apenas interpreta la lengua de signos el telediario del mediodía, denuncian. Ayer, miles de sordos celebraron su día internacional con una marcha festiva y reivindicativa por las calles de Madrid. Gritando con las manos.

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