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Los vehículos circulan por la carretera próxima a Stonehenge, que se recorta contra el horizonte. ap
Sacrilegio en Stonehenge

Sacrilegio en Stonehenge

El Gobierno británico aprueba definitivamente la construcción de un túnel bajo el enclave megalítico.El proyecto pone en pie de guerra a historiadores y arqueólogos

ANTONIO PANIAGUA

Viernes, 15 de septiembre 2017, 00:17

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No hay paz para Stonehenge. El soberbio monumento megalítico del sudoeste de Inglaterra recibe la visita de 600 personas cada hora. Y por si esto fuera poco, ahora el Gobierno británico ha dado su visto bueno a la construcción de un túnel en sus inmediaciones, por el que discurrirá una carretera. Con ello se pretende descongestionar una de las arterias más concurridas del país. Pese a las airadas protestas de los arqueólogos, el Ejecutivo no ceja en su propósito. Eso sí, se ha avenido a introducir algunas reformas. Así, ha aceptado alejar la vía subterránea unos cincuenta metros con respecto al plan inicial. Con todo, la cosa va para largo. Los primeros trabajos se iniciarán en 2020 y acabarán en 2029.

Los defensores de la infraestructura argumentan que la obra aliviará el denso tráfico de la A303, que corre a la vista de todo el mundo y cerca del círculo de menhires, una joya declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Los detractores del túnel denuncian la «rapacidad del Estado» y alegan que hay muchas más construcciones de valor arqueológico enterradas en la zona. A su entender, el nuevo vial, que dispondrá de dos carriles en cada sentido, supone una grave amenaza para la supervivencia de Stonehenge. No por casualidad los arqueólogos han identificado otros monumentos prehistóricos similares en las inmediaciones, uno de ellos enterrado a apenas 500 metros del enclave.

El famoso círculo de piedras, situado en el condado de Wiltshire, es uno de los vestigios arqueológicos más enigmáticos y fascinantes. Viajeros de todo el mundo acuden cada año a observar sus enormes pilares, que incitan a interrogarse por qué fueron colocados en ese lugar.

El proyecto del túnel no es precisamente barato. Cuesta 2.293 millones de euros, lo que supone más sal en la herida de los que se oponen. Conforme pasa el tiempo, se exacerban las posiciones. Las dos entidades que gestionan el monumento y el terreno que donde se emplaza, el National Trust y el English Heritage, respectivamente, aplauden la obra. «Saludamos la ruta enmendada y creemos que puede, si se ubica y diseña con el mayor de los cuidados, proporcionar un legado duradero al Sitio Patrimonio Mundial y restaurar la paz y la tranquilidad en el paisaje de Stonehenge», arguyen las dos instituciones en un comunicado.

Una experiencia espiritual

Frente a ellos se coloca la Alianza Stonehenge, integrada por ecologistas y arqueólogos. Los expertos de esta agrupación aducen que el túnel debería prolongarse al menos cuatro kilómetros para evitar el impacto visual y sonoro sobre el templo, asediado por el ruido incesante del tráfico.

No todos se llevan las manos a la cabeza por soterrar la vía a su paso por el sistema megalítico. Un informe de la Unesco, que desplazó al lugar a un equipo de expertos en octubre del 2015, estimó que la infraestructura puede ser «beneficiosa» para proteger el entorno del monumento. En este sentido, los gestores del enclave subrayan otras virtudes del proyecto: creen que la obra permitirá volver a conectar los sectores norte y sur del emplazamiento, reabriendo antiguas vías procesionales no exploradas por el hombre desde hace 4.000 años.

La Alianza de Stonehenge no lo discute, pero asevera que el túnel asolará un magnífico yacimiento próximo a Stonehnge y clave para comprender la intrahistoria del lugar. Supondrá por añadidura un gravísimo peligro para la vetusta red de túmulos del parque y aniquilará el elemento más revelador del monumento: la línea de visión directa de las piedras en la puesta del sol del solsticio de invierno.

El reputado historiador Tom Holland, uno de los más firmes adversarios del plan, no reprime su indignación: «La pregunta es si Stonehenge existe para proporcionar una experiencia turística, o si se trata de algo más significativo, tanto histórica como espiritualmente. Ha permanecido allí durante 4.500 años. Y hasta ahora, a nadie se le había ocurrido inyectar enormes cantidades de hormigón en el paisaje, desfigurándolo así para siempre. Estoy enfadado, sí. Porque si todo lo misterioso, evocador y antiguo se envasa en una experiencia para los visitantes, cortada en lonchas y subordinada por completo a las necesidades del programa de construcción de carreteras, no quedará nada», declara a 'The Guardian'.

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