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El director James Toback R. C.
El efecto Weinstein se expande

El efecto Weinstein se expande

Las víctimas de Trumpse preguntan por qué no cayó el magnate

MERCEDES GALLEGO

Martes, 24 de octubre 2017, 00:12

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Antes eran secretos a voces que se rumoreaban en la industria y en los ambientes laborales. Abusos impunes, humillaciones constantes, víctimas que no se atrevían a hablar. Ahora son gritos en las redes sociales bajo la etiqueta del #MeToo. Titulares de periódicos que tumban a gigantes como Harvey Weinstein, reducidos públicamente a lo que realmente eran: hombres asquerosos que abusaban de su poder para masturbarse encima de mujeres bonitas que nunca les habrían mirado a la cara si no hubieran ejercido sobre ellas el poder de auparlas o hundirlas en sus carreras. El maledicente «y esa, a quién se habrá tirado» ha cambiado por el justiciero «y ese, de cuántas habrá abusado».

Con Weinstein se abrieron las compuertas y descargaron tanta mierda putrefacta que ya no fue posible cerrarlas. La porquería amasada en las décadas de la dolorosa incorporación de la mujer a industrias dominadas por todopoderosos babeantes lo ha inundado todo y sólo queda limpiarla. Weinsteinizar, se empieza a decir. «Caza de brujas», se atrevió a protestar Woody Allen, que está en la lista.

El proceso de sanación conlleva la confesión de las víctimas, que ahora tienen que sacar los «dirty little secrets» de los que se han avergonzado durante décadas. ¿Por qué aceptó subir a su apartamento, por qué lo dejó que la besara, por qué no salió corriendo al primer comentario obsceno? «No es momento de juzgarlas, lo que esperamos es que sea un punto de inflexión para que las mujeres se sientan seguras hablando de esos temas», las alentó el actor George Clooney. Quienes se tienen que sentir intranquilos son directores como Allen, les dijo. O James Toback, el último que ha desayunado viéndose en la portada de 'Los Angeles Times'.

Cerca de 40 mujeres han contado al rotativo cómo las interceptaba en la calle para presentarse como productor y director: «Has visto 'Black and White' o 'Two Girls and a Guy?' ¿No? Pero seguro que conoces a Warren Beatty y Anette Bening, me nominaron a un Oscar por el guión de Bugsy. A Robert Downey Jr le he dirigido en tres películas». Él podría convertirlas en estrellas, pero claro, antes tenía que conocerlas bien. Las invitaba a cenar. ¿Qué tal una audición privada en su casa o en su habitación? ¿Serían capaces de leerle un guión? Las preguntas sobre su carrera pronto se volvían personales, muy personales. «¿Cuántas veces te masturbas? ¿Cuánto vello tienes en el pubis?». «No te muevas, sólo quiero masturbarme mirándote a los ojos», le ordenó a Louise Post.

«Me sentí como una prostituta, no me atreví a contárselo a mi familia cuando me preguntaron cómo me había ido la cita con el productor». Post, que entonces iba a la universidad, cambió de rumbo y ahora es guitarrista de una banda de rock. «Me he estado avergonzando de ello durante los últimos treinta años, cómo pude ser tan ingenua».

No eran solo las estrellas de cine sino todas las que en su carrera hacia el éxito se encontraran con hombres sin escrúpulos dispuestos a usar su cuota de poder para hacerles «lo que te dé la gana, meterles mano por el coño», porque «cuando eres una celebridad te dejan y puedes hacerles lo que quieras», fardó Donald Trump en la cinta del programa 'Access Hollywood', que publicó 'The Washington Post'.

Pagar el silencio

La desfachatez es total. La hipocresía aún mayor. Roy Price ha tenido que dejar los estudios de Amazon cuando se preparaba para grabar 'Good Girls Revolt', la revuelta de un grupo de periodistas que luchaban contra el comportamiento inapropiado de sus jefes y la falta de igualdad de oportunidades en el trabajo. Cayó incluso más rápido que Weinstein, horas después de que la productora Isa Hackett contase los «avances indeseados» que había sufrido y el ambiente laboral en una empresa donde sólo uno de los doce directivos que reportan directamente a Jeff Bezos es mujer. Tres de 15 en Microsoft, seis de 18 en Apple.

Fox también se enfrenta a la posibilidad de demandas civiles al saberse que le renovó el contrato a su estrella de televisión Bill O'Reilly después de que la analista Lis Wiehl le acusase de «repetido» acoso sexual, relaciones sexuales «no consentidas» y envío «indeseado» de pornografía. Con el suculento contrato, el famoso presentador de la cadena conservadora pagó 32 millones por el silencio de su demandante, la indemnización más alta de las seis que se le conocen.

Y ahí es donde una veintena de mujeres que acusaron a Trump de abusos sexuales se mortifican preguntándose, «¿Y a mí por qué no?». Pese a la humillación de contar públicamente lo que sufrieron, el magnate continuó su carrera ascendente hasta ganar las elecciones y sentarse en el Despacho Oval. Su mayor condena es verlo diariamente convertido en presidente. Un ejemplo moral, criadero de muchos Weinstein por venir. No le faltan dedos acusadores. Concursantes de su reality show 'The Apprentice', como Summer Zervos, a la que metió mano sin su consentimiento, periodistas como Natasha Stoynoff, a la que acorraló contra la pared en una habitación de Mar-A-Lago mientras le hacía un reportaje, modelos del concurso de Miss América como Taggart McDowell o Jessica Drake, a las que metió «la lengua por la garganta», o la fotógrafa Kristin Anderson, a la que metió los dedos por la vagina.

Sus vergüenzas son públicas, pero su dolor aumenta en privado. El efecto Weinstein no ha llegado hasta el hombre que presume de poder salir a matar gente en la Quinta Avenida sin perder seguidores, pero puede ser una consecuencia de haber abierto la manzana podrida en medio de la campaña. Quienes le criticaron no pueden ignorar ahora el asunto. Y para sus víctimas, la venganza es un plato que se sirve frío. Ya le llegará su hora.

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