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El cura Alejandro Solalinde ha sido propuesto para el Nobel de la Paz por su ayuda a los migrantes. alberto ferreras
A este cura todos lo quieren matar

A este cura todos lo quieren matar

A Alejandro Solalinde se la tienen jurada tanto narcos como policías corruptos. Este mexicano dirige un albergue que acoge a los migrantes que cruzan su país en dirección a EE UU. «Con ellos se ha perpetrado un genocidio»

ANTONIO PANIAGUA

Miércoles, 27 de septiembre 2017, 00:18

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El cártel de Los Zetas paga 5 millones de pesos (237.000 euros) por su vida. Pese a las amenazas de muerte, al cura mexicano Alejandro Solalinde, de 72 años, no le vence el miedo. Este carmelita se ha convertido en un héroe para los migrantes centroamericanos que cruzan México con la pretensión de entrar en Estados Unidos. Denuncia sin desmayo la complicidad de las autoridades de su país con las bandas criminales. Porque los salvadoreños, nicaragüenses, hondureños y guatemaltecos que se arriesgan a la odisea pueden acabar muertos, secuestrados o mutilados si caen en manos de los sicarios de los narcos. «Una de las formas de llegar a Estados Unidos es a través de los túneles. Los excavan los propios migrantes. Les dicen que les van a pagar, pero cuando terminan los matan. Si cierran uno abren otros dos», dice Solalinde, que se encuentra en España invitado por Amnistía Internacional. La Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) ha presentado su candidatura al Premio Nobel de la Paz, que el Comité de Oslo ha aceptado. Por añadidura, el sacerdote acaba de publicar en España el libro 'Una vida en riesgo', escrito junto a la periodista Lucia Capuzzi.

Alejandro va siempre acompañado de cuatro escoltas. Su uniforme consiste en una camisa o guayabera clara y una rudimentaria cruz de madera colgada al cuello. Antes le gustaba la ropa oscura, pero en la noche, cuando llevaba comida a los inmigrantes, su figura no se distinguía entre las sombras y los desplazados salían huyendo. Le confundían con los agentes federales.

Hará diez años construyó en Ixtepec, en el estado sureño de Oaxaca, el albergue Hermanos en el Camino, que acoge a quienes se adentran en México y buscan una oportunidad en Estados Unidos. Antes de que fuera elegido Donald Trump presidente de EE UU cruzaban la frontera entre 400.000 y 500.000 centroamericanos. Pero desde que el magnate reside en la Casa Blanca la cifra se ha reducido al 25%. Aun así son muchos los que arrostran el peligro, aunque si son capturados por las mafias se exponen a que les extraigan un órgano que acabará siendo trasplantado a un rico de EE UU o Europa. «El Gobierno lo niega, pero se están haciendo operaciones en la frontera, sobre todo en Tijuana. Un agente del FBI contactó conmigo en Los Ángeles y muy discretamente me lo reveló». Otros destinos que espera a los centroamericanos son igual de atroces. Las mujeres son reclutadas para la prostitución. En connivencia con los policías federales secuestran y extorsionan a los migrantes, cuyos familiares pagan un rescate que oscila entre los 1.000 y 5.000 dólares. Si no pagan son asesinados de inmediato. «El Gobierno de Peña Nieto y su canciller son peoncillos de EE UU», denuncia el religioso.

Fosas del genocidio

En un semestre de 2009 fueron privados de libertad casi diez mil migrantes, y en 2010 otros 11.000. Se estima que en ambos semestres las organizaciones criminales recaudaron gracias a los rescates 25 millones de dólares, dinero que luego fue empleado para comprar mercancía a los cárteles de la droga. De acuerdo con algunas estimaciones los desaparecidos ascienden a 10.000, si bien otras investigaciones elevan la cifra a 70.000. «Hay todo un mapa de fosas comunes en México que cuando se dé a conocer demostrará la magnitud del genocidio perpetrado con los migrantes».

- Su obispo le amenazó con adjudicarle otra parroquia. ¿Cómo se lleva con la jerarquía eclesiástica?

- Quería que no me dedicase a tiempo completo a los migrantes, sino en los ratos libres. Le dije que mi vocación era misionero itinerante. Fue difícil, hablamos incluso de excomunión. Amenazó con reducirme al estado laical, como si ser laico fuera una vergüenza. Le dije al obispo Óscar Armando Campos Contreras: 'Tú tienes poder salvo sobre mi conciencia'. Ahora ya me tolera.

No siempre Solalinde fue un profeta predicando solo y pobre en el desierto. De adolescente admiraba a Franco y a la Falange. De hecho juró fidelidad a la Organización Nacional del Yunque, una entidad de extrema derecha que profesa la religión católica y que se declara anticomunista. Los ultraderechistas aspiraban a infiltrarse en la congregación carmelita con Solalinde como agente encubierto. En la orden, sin embargo, le prepararon bien para que renegara del Yunque. Ahora Solalinde milita en la Teología de la Liberación, aunque durante un tiempo fue un cura «aburguesado y consumista» que coleccionaba discos y gastaba ínfulas de galán.

- Usted experimentó una segunda conversión. Antes de conocer el drama migratorio llevaba una vida un tanto desahogada.

- Sí, y era además una vida bastante activa en lo amoroso. El encuentro con los migrantes me transformó por completo. Me hizo ser lo que soy, un sacerdote al que no pueden acallar ni comprar. Es más fuerte el grito de la injusticia que lo que yo pueda recibir. El dinero no me interesa.

Lo dice un hombre natural de un país donde se calcula que la corrupción se come un 9% del PIB. El negocio de la droga lo gangrena todo y corroe las instituciones del Estado.

En agosto de 2010 se encontró la fosa de Taumalipas, donde yacían 72 cadáveres de personas bárbaramente torturadas por Los Zetas. Este grupo, formado por exmilitares adiestrados en la contrainsurgencia, destacan por su ferocidad dentro del submundo del narcotráfico. Como el osario de Taumalipas, debe de haber muchos más, sólo que no se conocen.

El cura se prepara para viajar a Francia e Italia. Es una forma de estar ausente durante un tiempo para que se olviden de él. No es la primera vez que toma el camino del «exilio voluntario», aunque siempre vuelve al albergue, un centro que a pesar de estar dirigido por uno de los curas más célebres de México no deja de ser bastante precario. Su hermano Raúl le ayudó económicamente con los estudios y también lo hace ahora. Ambos aprendieron el valor de la solidaridad por su padre, un humilde profesor de Comercio y Taquigrafía.

«Jodidos pero contentos»

-¿Fue crucial el ejemplo de su padre?

- Claro, la gente le quería mucho. Todos le conocían por el sobrenombre de 'El Profesor' porque dirigía una academia de barrio. No éramos miserables pero tampoco ricos. Teníamos lo necesario para vivir. A veces no teníamos ni para leche, de modo que teníamos que tomar té. Mi padre se reía y decía: 'No se preocupen. Estamos jodidos, pero contentos'.

Hacerse con los terrenos para montar un albergue en Ixtepec no fue fácil. Nadie se atrevía a vendérselos. No le quedó otra que disfrazarse. Bajo un calor endiablado se enfundó en un abrigo, se ajustó una bufanda y simuló tener gripe. Desprovisto de sus gafas, con la mitad del rostro cubierto y la calvicie oculta por un sombrero de palma, nadie le reconoció y los pudo comprar. El sacerdote llama al Instituto Nacional de Migración (INM) «Instituto Criminal de Migración». Las fuerzas de seguridad le temen. Cuando veía un despliegue policial se dedicaba a seguirlo. Si le contaban que unos agentes habían robado a los sintecho presentaba denuncias. En caso de que se enterara de que sufrían malos tratos, se personaba en las oficinas de Migración con una cámara de vídeo para dejar constancia de las heridas. Esos mismos policías son los que violaban mujeres que viajaban encaramadas a 'La Bestia'. Es un ferrocarril de carga que une las fronteras sur y norte de México. A sus techos subían los inmigrantes para recorrer el país. 'La Bestia' aún funciona, pero el Gobierno prohibió que los indocumentados subieran en el tramo entre Chiapas y Oaxaca.

- ¿Su fe nunca ha flaqueado?

- Sí, en algún momento la perdí, pero luego la afiancé. Creo en un Dios universal y sin franquicias que no se pueda arrogar la exclusividad para nadie. No tengo miedo porque estoy convencido de que la vida no termina con la muerte.

Si le dieran el poder de decidir, Solalinde ordenaría que la Iglesia se desprendiera de todos sus inmuebles y objetos suntuarios. Está persuadido de que el papa Francisco ha experimentado una conversión desde que accedió al pontificado.

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