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Que salga el sol

Que salga el sol

Lima es la capital gastronómica de Latinoamérica. Desde lo criollo a lo marino, del minimalismo del Central a la cevichería familiar. Hoy, homenaje de marisco a papá

Lunes, 7 de agosto 2017, 00:00

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La semana pasada publicaron en este mismo espacio mi primer artículo y ya estoy causando polémica. ¡Qué ilusión! Por lo menos lo han leído, pensé. Me escribió David, limeño residente en España y molesto, como buen limeño, del sarcasmo que rodeó algunas de mis descripciones de esta nuestra amada capital del Perú la semana pasada. Querido David, si me permites; lamento profundamente que te hayas sentido ofendido por mis palabras, aunque lo entiendo. Yo soy madrileña y me encanta Madrid y punto. Puedo hablar de su belleza por horas, parada bajo su champiñón de polución en medio de una ola de frío polar un día de huelga de metro, por ejemplo. Y me ofendo con todo el que la niegue, a cerrazón, porque yo lo valgo.

Volviendo a Lima, ¡qué más hubiera querido yo que mis primeras impresiones hubieran sido más halagüeñas! ¡Lo que habría dado por aterrizar en la tierra prometida con el corazón aliviado de esperanza! Pero mi primera percepción quedó prendida de las situaciones más extremas. Desde aquellas palabras y con las que vienen no pretendo más que narrar sensaciones, que a mí me ocurren, de una manera personalísima e intransferible, en determinados momentos de mi vida. Seguramente mi experiencia sea similar a la de otros emigrantes por estas latitudes. A lo mejor hay algo de valor en eso. Probablemente mi experiencia esté llena de matices, de tristeza por un exilio forzoso. Y dado que tampoco me patrocina Prom-Perú, pues por lo menos me queda la libertad de sacarlo todo de las entrañas.

Ojo, que David tiene razón. Lima tiene sus encantos, obviamente. Igual hasta mayores encantos que otras capitales latinoamericanas, más limpias y ordenadas, pero sin ese malecón, sin esas plazas coloniales, sin las flores ni su sazón. Viajeros dicharacheros, dense un paseo por las calles de Barranco, caminen desde la Plaza de San Martín hasta la Plaza de Armas por el Jirón de la Unión con atención de comprarse un helado al principio a la izquierda, que es donde está la mejor heladería del mundo. Piérdanse en taxi por los barrios residenciales de San Isidro, tan bonitos y perfectos, vayan a tomar pisco al Queirolo de Pueblo Libre y vuelvan mareaditos de nuevo a Barranco, al Microteatro, digamos. De hecho, vayan a todas las obras de teatro que puedan porque son magníficas. Y coman. Desayunen, almuercen y cenen todo lo que puedan. Y eso que en España otra cosa no, pero comer sí. ¡Pues acá también! Lima es la capital gastronómica de Latinoamérica, me atrevo a proclamar, de nuevo desde mis entrañas para ofensa de otros tantos. Desde lo criollo a lo marino, pasando por el minimalismo del Central o el maximalismo de las fuentes familiares de la cevichería de mi barrio. ¡Y la comida nikkei! Es un espectáculo. Además, perfectamente pagable y para todos bolsillos.

La visita al muelle de pescadores nunca falla: playa, barcas y puestitos de venta

Esta semana vino mi padre. ¡Qué ganas de verlo, por dios! Intenté seducirlo para visitar el Museo Larco, de cerámicas precolombinas en un edificio cuajado de buganvillas. Insistí con el Museo Amano, de espectaculares textiles, regido por japoneses ortodoxos que hacen un espléndido trabajo de divulgación cultural. El último intento, El Mate, con fotografías de Mario Testino en un palacete de recreo republicano, mag-ní-fi-co. Pero claudiqué ante su insistencia: «Que no, que no quiero paseos ni trapitos. ¡Yo lo que quiero es comer mariscos!».

Todo sea por los deseos del patriarca. ¡Visita al muelle de pescadores de Chorrillos! Una de mis favoritas que siempre funciona: embarcadero de barquitas de pesca tradicional, de colores, desperdigadas por el litoral con el barranco y la ciudad al fondo, atenuadas por la bruma. El océano Pacífico, que es verde, y una algarabía de aves sobrevolándonos. Cormoranes, gaviotas y muchos más se afanan por hacerse con los restos de pescado de la jornada, o de los turistas, que por un sol arrojan pescaditos a los felices pelícanos de la playa. Toda una escena marítima. Y, obviamente, los puestos de venta de pescados y mariscos.

- Carmela, ¿cómo le va, trajo percebes?

- No pues, la mar anda revuelta. Llámeme mañana a ver. Pero igualito mire qué navajas. Y ahí el mero, o la corvina, qué agalla roja traen. ¡Se la preparo pa'cevichito al toque!

Agallas a la vista

Yo que soy de Madrid y poco bucólica, no había visto una agalla en mi vida. Menos mal que me ha educado mi caserita. Me ofrece peces gordos y chicos, de todo tamaño, con sus agallas sanguinolentas. Las almejas vivas, gordas, navajas que escupen y conchitas de abanico (parecidas a vieiras) con su coral, limpitas. Dos kilos de mariscos llevamos; mi padre por fin se va relajando con el avituallamiento. 60 soles, caserita. Con mucho gusto.

Encima nos dieron un paseíto en bote, oiga usted, quién da más. La brisa marina, las vistas del litoral, y que una bandada de pelícanos, inmensos, nos pase rozando la cabeza, ya hacen que valga la pena. Y además se puede echar un vistazo al exclusivo club del costado, el Regatas. Me hace mucha gracia que un club tan pijolis se ubique al lado de los pescadores más humildes y una de las playas más bulliciosas de la ciudad. Incluso dicen que la playa está contaminada, pero, obviamente, las aguas del club contiguo no. Difícilmente podrían sustentar membresías de miles de dólares si admitieran lo cerca que están del populacho, pienso. Como podrán inferir los lectores, esta es una ciudad de contrastes.

Regresamos a casa. Una mañana perfecta con almuerzo de machao de ajo-perejil y marisco en plancha. Viento en popa a toda vela, los dos kilos que nos comimos. Siesta-peli y paseo para ver el atardecer.

- Qué más se puede pedir.

- ¿Que salga el sol? (algún día durante los nueve meses de invierno).

- Bueno, no te pases.

Arquitecta. Tiene 33 años y lleva cuatro en Lima. Trabaja en Allende Arquitectos como directora de su oficina en la capital peruana.

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