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Viernes, 26 de mayo 2017, 00:35
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Un reciente estudio de la Agencia Nacional de Investigación de Estados Unidos ha comprobado que la introducción de sal yodada en el país, en 1924, ha tenido un gran efecto sobre el incremento del coeficiente intelectual (CI) de sus ciudadanos, que cifra en 3,5 puntos desde entonces. No son los únicos. En Paquistán, el programa gubernamental para extender el consumo del micronutriente en su población ha aumentado su cociente en diez puntos. Similares crecimientos ligados al mineral del mar han experimentado otros muchos países, como Kazajistán, Camboya o China. El endocrinólogo catalán Lluis Vila corrobora la estrecha relación existente entre el oligoelemento y la capacidad intelectual, pero con matizaciones. «Esto no quiere decir que cuanto más yodo consuman las gestantes, más inteligentes van a ser sus hijos. El feto tiene un potencial genético de CI. Que lo mantenga o lo pierda sí depende, en efecto, del yodo que su madre tome durante el embarazo, y del que se suministre al propio niño en sus primeros años de vida».
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