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Un cuidador proporciona un caldo de verduras a un chimpancé para 'entonar' el estómago en un día inusualmente gélido en Valencia. :: txema rodríguez
Caldo caliente para combatir un frío animal

Caldo caliente para combatir un frío animal

Valencia no está acostumbrada a temperaturas tan bajas y en su zoo tienen un sistema para mantener a salvo a las bestias

FERNANDO MIÑANA

Miércoles, 18 de enero 2017, 23:53

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Hace frío en Valencia. Un frío que hace años que no se dejaba notar en una ciudad en la que un día de Navidad no muy lejano apareció en las portadas de los periódicos la foto de gente bañándose en la playa de la Malvarrosa. Un lugar donde es extraño que el termómetro marque menos de cinco grados (la media en enero es de 11,8 y de mínima, 7,1). En la zona oeste se encuentra el Bioparc, un enorme y moderno zoológico que en estos días gélidos se esfuerza en evitar que sus animales acaben tiritando.

El día amanece fresco (en Bioparc bajó a -1 grado) pero resplandeciente. Los lémures salen de sus cobijos y corretean hasta alcanzar una loma. Allí se sientan y estiran el torso, para notar el calor en las glándulas que poseen en el pecho, como si fueran yoguis meditando en una cala ibicenca. Por algo se les conoce como los adoradores del sol.

No hay muchos más animales que se atrevan a salir al exterior. Allí dentro, en sus 'boxes', todo es mucho más confortable. El suelo está calentito por un serpentín subterráneo y sus cuidadores les miman con todo lo que está a su alcance para combatir el frío.

Raquel es la cocinera y está preparando la segunda olla con verduras de la mañana para hacer diez litros de caldo. La cocina de un zoo no tiene mucho que ver con una convencional. Aquí todo es a lo bestia. Para bestias. De las paredes cuelgan pizarras con recordatorios llamativos, como que los martes, los jueves y los sábados hay que darle ocho ratones a los marabús. Y en los cajones hay fruta y verdura troceada para un regimiento. Sobre las mesas, recipientes con gusanos y otros con pollitos despedazados sin perder su plumaje amarillo. Material para traumatizar de por vida a un niño.

Los más frioleros del parque son los grandes primates. No se asoman al exterior ni aún teniendo repartidas por la superficie de su área varias planchas templadas donde recostarse bien a gusto. Gorilas y chimpancés prefieren seguir guarecidos hasta que vuelva el 'caloret' a su hábitat. Aúllan en sus jaulas, nerviosos por la presencia de visitantes desconocidos, a quienes reciben traviesos lanzándoles heces o escupiéndoles. Rubén Pardo, el jefe de los cuidadores del Bioparc, les tranquiliza y les da largos sorbos de caldo para reconfontar el estómago.

La alimentación es utilizada para mantener el calor y atiborrarles de calorías. Pero hay más recursos. El hipopótamo se zambulle en un tanque de agua templada, a 18 o 20 grados, que ha sido calentada previamente en una caldera. Allí se siente a gusto, como si estuviera en los célebres baños termales de Budapest, y se queda un buen rato sumergido entre peces de colores. Ellos y los cocodrilos no podrían sumergirse en un agua a temperatura ambiente.

Un 'spa' para Jambo

Aunque nada comparado con el lujo asiático de los elefantes. En sus cobijos hay un termómetro que marca 16,8 grados. Más del doble que en la calle. Un cañón enciende una llama que lanza potentes vaharadas de calor y la temperatura aumenta a gran velocidad. Jambo tiene doce años y está como un marajá en una sauna. Rubén, que informa de que por la noche llegaron a un grado bajo cero en esa zona aislada por la vegetación, le lanza mendrugos de pan para que se porte bien durante la exhibición. Con una pistola de agua a presión le lanza un potente chorro de agua caliente. Aunque sin pasarse. Para que no se queme ni se corte. Rubén le indica con el dedo dando vueltas que debe girarse y Jambo, obediente, asoma una de sus patas traseras mientras el cuidador le felicita: «Good boy». El elefante vino hace años del zoo de Colchester, en el Reino Unido, y hay que hablarle en inglés para que entienda las órdenes.

Los elefantes, aunque ayer aparecieran en una foto de postal, rodeados de nieve abundante en el zoológico de Portland, tienen zonas del cuerpo muy sensibles al frío. Como en las orejas, donde les llega muy poco riego sanguíneo. Jambo está encantado con este 'spa' improvisado. «Para él es como masaje. El chorro de agua a presión le retira la piel muerta y los restos de lodo de los baños que ellos se dan en el barro», explica uno de sus cuidadores detrás de las líneas amarillas que delimitan dónde uno queda expuesto a la ira o los juegos peligrosos de los paquidermos. En la pared, alguien ha escrito con pintura un mensaje de premio Nobel que siempre hay que tener muy presente: «Y no olvides que... un elefante nunca es simplemente un elefante (José Saramago)».

Es un animal astuto y nunca te puedes confiar. Por eso los barrotes no son verticales, como en una celda, sino diagonales. Esto evitaría que si captura a alguien pueda zarandearlo con su trompa de arriba abajo o de izquierda a derecha. En Valencia solo hay especies africanas y eso permite dejar las cerraduras a su alcance, algo desaconsejable en el caso de los elefantes asiáticos, más imprevisibles.

Los animales del zoo no son bichos domesticados. Se intenta preservar al máximo su naturaleza. Por eso los primates introducen ramitas en las cerraduras para ver si hay suerte, los cuidadores no consiguen cerrarlas y las pueden abrir en cuanto se den la vuelta. Nunca hay que bajar la guardia.

También es importante que no se enfríen, de ahí su empeño esta semana, para evitar que contraigan enfermedades. «Se les puede medicar para curarles, pero no es lo aconsejable porque acaba debilitando su sistema inmunitario». Por eso las tortugas permanecen cerradas en sus cobijos durante el invierno. «Estos animales podrían sobrevivir perfectamente a una noche fría si al amanecer hiciera calor, pero en invierno esto no es posible y las tenemos resguardadas hasta que vuelve el calor porque corren el riesgo de tener una neumonía», indica su cuidador.

Cuatro ejemplares de tortugas de espolones se arraciman en una esquina. Buscan atraer hacia su pecho el máximo calor. El zoo les proporciona, además, tres vías adicionales para elevar su temperatura: placas atemperadas, un cañón de calor y unas bombillas especialmente tórridas que se proyectan sobre su concha.

El día avanza y el proverbial sol valenciano hace su trabajo. Un león y tres leonas han salido y vigilan el parque desde sus dominios. No hay barreras visibles -uno de los atractivos del Bioparc- y da la sensación de que en dos saltos se te echan encima. Pero hay un foso de ocho metros, están bien alimentados y, la verdad, hace mucho frío para ir de caza.

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