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Quique Dacosta.
Gente de éxito que muda de piel

Gente de éxito que muda de piel

Un empresario, un chef, un músico, una actriz. Todos mutantes. Se han vuelto sofisticados, místicos, minimalistas, comprometidos. Nos cuentan cómo y por qué

icíar ochoa de olano

Viernes, 22 de abril 2016, 19:47

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Las personas, los lugares, las cosas son lo que son en función de quién las mira. Así, por ejemplo, para el Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas, Denia es esencialmente numérica: el municipio español que más veraneantes recibe. La plusmarca no resta ni pone a ojos de los gourmets. Ellos calibran con sus sentidos. Y según esa sensualidad exaltada, estamos ante una de las regiones terrenales en las que nutrirse constituye un ejercicio de placer máximo. Si el tercero en pontificar fuera un estilista, hablaría sin pensarlo de la capital en la que vive y crea uno de los chefs más chic del mundo.

Pero no siempre ocurrió así. Antes de la llegada en masa de los guiris, la economía local giraba en torno a la uva pasa. Antes de que tres estrellas Michelin iluminaran el Mediterráneo español, un inofensivo restaurante despachaba comida castellana, ajeno al acecho de un polizón revolucionario. Antes de tanta sofisticación, el sumun de la tosquedad. «Es fatal mirar atrás. Para todo. Esos flequillos, esas hombreras...», se deja querer Quique Dacosta (Cáceres, 1971) detrás de esa barba escultórica, entre hipsteriana y señorial. Porque lejos de renegar de sí mismo, se reivindica. «Tuve una etapa profesional que llamé Primitivismo. Mi obsesión era ir más allá de la cocina preciosista, tecnológica, de cortes y sabores milimétricos, para poner en valor lo elemental frente a la sofisticación. Y así eran entonces mis platos. Y así era también mi estética. Yo soy así, lo interiorizo todo».

Cuesta visualizar a este pincel extremeño en versión rústica. Casi tanto como llamarle Quique, cuando inspira un Enrico con deje milanés. Aunque él prefiere pensar que es parisina la brisa que emana con su remolino capilar ahora hecho virtud en forma de tímido tupé, las gafas de líneas rectas y montura negra, y las blazer entalladas para sacar chispas a su trabajada esbeltez.

Un par de billones de olas o tres han debido desparramarse por las orillas alicantinas desde que abandonó su etapa primaria para echarse en brazos del refinamiento más exquisito. De nuevo, de la mano, su cocina y él, como el ente indisoluble que forman. Por el medio, un inmenso talento puesto al servicio de la innovación para alumbrar la cocina de los microvegetales, o para hacer del aloe vera y de la Stevia rebaudiana delicias inéditas en los fogones de Europa.

«Si digo que mi cocina es verde, que cocino sin materia grasa y sin fécula, es porque yo soy así. Por tanto, detrás de eso no puede haber un gordo. Si digo que mi cocina es plástica y elegante, que busca transmitir sutileza y perfección, no puede ser que vaya con la americana sucia, los pantalones rotos o los zapatos desgastados», razona. «Para mí es esencial que lo que soy y lo que transmito estén unidos por la coherencia».

Nació en un familia humilde de Jarandilla de la Vera. Empezó su carrera en una pizzería, de friegaplatos. Es autodidacta. Maravilla ver el nivel de depuración al que han llegado usted y su cocina.

Eso es una cuestión de sensibilidad, no de origen. Yo soy hijo del hambre. Procedo de un entorno sencillo, que pasó dificultades, y del que me siento orgulloso. Me crié en un seno femenino y sensible. Lo que no me enseñaron mi madre, mi abuela, mis tías, lo encontré en los libros. Son mis mentores.

Ellos y la maratón de Nueva York, que corrió el pasado noviembre por recomendación de su amigo el maestro repostero Paco Torreblanca. «Yo ya corría, pero no a ese nivel. Como no quería quitar tiempo a mis hijos Noa y Ugo, empecé a salir a entrenar a la una de la madrugada, cuando se terminaban los servicios. El punto álgido de la preparación coincidió con el verano, temporada alta en Denia. Entonces, nunca cierro el restaurante. Yo estoy setenta días seguidos allí mañana, tarde y noche. Compaginar todo fue durísimo».

Detrás del chef dandi que venera a Picasso y a Tom Ford, y que protagoniza portadas de moda, asoma un tipo endiabladamente tenaz. «Me pasé de rosca entrenando y llegué a la línea de salida lesionado. A los cinco kilómetros, cuando tenía por delante 37, me hice una rotura en el menisco». Aun así, rebasó la meta. «Los cocineros no medimos esfuerzos», ríe, pero no bromea.

Desde entonces, no se ha descabalgado de una rutina alimenticia que le mantiene anclado a los 75 kilos mide 1,76 a base de comer poco, pero ocho veces al día. La última, «horas» antes de acostarse. «Evito grasas animales y pan, y tomo fruta y verdura sin miedo». Encarrilados los cuarenta desde la cima, Dacosta desprende el fulgor de los bendecidos por el reconocimiento profesional, la estabilidad empresarial y el equilibrio personal.

Irene Visedo - Actriz

Mindfulness, taoísmo, terapia Gestalt...

A su modo, Irene Visedo (Madrid, 1978) también resplandece. Sobre todo, por dentro. Un día, hace cosa de siete u ocho años, decidió apagar los focos que la mantenían a todas horas en el torbellino de la opinión pública para encender una linterna dentro de sí y apuntar a las sombras, las negruras y a esos recovecos íntimos donde se instalan rencores y amarguras. Por entonces, Cuéntame cómo pasó, esa regresión nacional en formato televisivo que nos recuerda de dónde venimos, alcanzaba uno de sus picos máximos de popularidad. Y con ella, todo el reparto. Incluida, claro está, la alter ego de Inés, la hija mayor de los Alcántara. Seguramente hay que calzarse los zapatos del artista de turno en la cresta de la ola para paladear la sensación de ser objeto de observación, juicio y abordaje por cualquier desconocido, en cualquier momento, en cualquier circunstancia.

Esa «sobreexposición», un implacable ritmo de grabación y un episodio luctuoso abonaron su salida de la serie. «Me desorganicé emocionalmente. Más que expandirme, necesitaba recogerme. Y decidí parar, algo que está muy mal visto. En nuestra sociedad, todo nos empuja a lograr objetivos aunque para ello haya que seguir un rumbo diferente al que te marca tu interior. Y ¿sabe qué? No hay eficacia ni rendimiento si no hay felicidad, si uno no está a gusto con lo que hace, si uno no está cómodo en su piel. No hay éxito sin coherencia», suelta su proyectil de realismo con una dicción perfecta y una voz cristalina. Bum.

John, su lebrel inglés, se explaya por los alrededores de su casa, en la capital, bajo su mirada. Ya ha anochecido. Vuelve de grabar su boda para Cuéntame, a donde acaba de regresar siete años después, justo cuando el serial transita por otro momento de audiencia millonaria. Pero Irene ya no es la misma. Tampoco Inés. El mindfulness o la atención plena «la meditación de toda la vida» con el que entró en contacto de adolescente durante su precoz incursión en el teatro, la ha convertido en sabia lectora de cielos y en firme y clemente timonel de su velero. En su «intrépida» travesía, ha hecho retiros, escalas en el taoísmo, la medicina china, el chamanismo, «el método», sesiones de terapia Gestalt... Una autoexploración sin censuras, sin líneas rojas, sin límites.

No se esperen un rollo etéreo y místico sobre la espiritualidad. «Cuando me preguntan por ello como si fuera algo que no es de la Tierra, siempre digo que ser espiritual es hacer buena caca, hacer un buen churro cada mañana, que digas vaya creación, qué bien asimilo lo que me pasa, el estrés, la incertidumbre, el miedo a los cambios....

Se ha puesto un poco escatológica...

Hablar de la caca, de la muerte, de que ha habido un tiempo en que me he sentido infeliz... Parece que no podemos hablar de lo que a todos nos ocurre. Bailamos con nuestras máscaras y, al final, todos estamos necesitando lo mismo. La atención plena no va ás allá de observarse a uno mismo para saber cómo estás de verdad. Pero, claro, hay que querer saberlo. A menudo, hacernos conscientes de lo que nos ocurre conlleva cambios en nuestras vidas que, quizá, no queremos afrontar. Yo quise.

Cuando vuelve la mirada atrás, la actriz que encarnó a la duquesa de Alba para una serie de Telecinco contempla aquella crisis personal como la tormenta perfecta. «La vida es más fuerte que nosotros. Quien piense lo contrario tendrá que sentarse. Pasamos por la felicidad, por el dolor, y todos estamos solos ante nuestras grandes decisiones. Por eso es tan importante estar bien con uno, tenerte a ti misma».

Sencillamente mindfulness es su expresión de agradecimiento, en formato de libro, a ese viaje fortalecedor. En sus páginas, explica cómo no es preciso una salita con un Buda y nubes de incienso para recogerse, y cómo la atención plena es una actitud vital que la ha vuelto una persona «más sencilla, menos compleja». También imparte talleres y conferencias en los que cuenta que se ha impuesto tres paradas técnicas al día para «respirar y ver cómo voy»; que no escatima en horas de sueño; que se da licencia para «vaguear» cuando el cuerpo se lo reclama; y que «ni me censuro ni me castigo» cuando un día se sale de su alimentación «sana y estructurada». John apura su esparcimiento callejero. «Estos sí que saben del estar aquí y ahora».

Alex Rodrigo - Empresario

Caminoterapia por la muerte de un hijo

Parecía haber nacido bajo una buena estrella con tecnología led. Así lo creyó durante casi seis décadas. A Alex Rodrigo, un barcelonés de Salamanca de 70 años, fundador de una treintena de empresas, director en su día de una docena de ellas y empleador de hasta ochocientas personas, no le faltaba de nada: una posición económica y empresarial envidiable, dos hijos, nietos, una nueva pareja, buenos amigos... «Estaba encantado de la vida. Era feliz. Todo iba bien a mi alrededor. Nunca había pasado por una penuria», admite sin edulcorantes este ingeniero industrial.

Debutó en 2011. Su primogénito, «un ser humano estupendo, que hacía deporte, que no fumaba, que estaba felizmente casado y que era padre de tres niñas», murió consumido por un cáncer de huesos. No había cumplido los cuarenta. Desde que un médico pronunció el diagnóstico hasta que lo enterraron, cuatro años de «quimios y radios», continuas entradas y salidas al hospital, «un verano, el último, maravilloso», un trasplante de médula fallido... Y el adiós. En paralelo, el puñetazo seco de la noticia, la conmoción, la euforia del «lo vamos a superar, estamos en las mejores manos, saldremos adelante», el desconsuelo, el abismo, la frustración, la desorientación, la rabia... «Con la de malhechores y desgraciados que hay por ahí sanos, fuertes y a salvo. Y es mi hijo el que se va. No puedes ni quieres creerlo. Me negué a tomar pastillas. Quería sentir el dolor, llevarlo hasta dentro y así intentar renacer».

Caminar le ayudó a aplacar la tortura horadante del porqué y a ahogar la ausencia de respuestas. Cada paso adelante era un gramo más de serenidad. Andar, cuenta, le devolvió la paz; la marcha nórdica, con bastones, la que idearon los esquiadores finlandeses y noruegos para mantener la forma durante los meses sin nieve, energía para vivir de nuevo disfrutando. «Me habló de ello la monitora de un club deportivo al que pertenecía y en mi inmersión en esta disciplina he descubierto el filón de propiedades físicas y psicológicas que encierra su práctica», asegura. «El impulso y la amortiguación son lo importante. Los bastones te hacen llevar la espalda erguida y esa alineación conlleva unos beneficios enormes, desde emocionales hasta endocrinos o diabéticos. Y trabajas el 90% de los músculos».

Ale Walk, como le han rebautizado sus amigos, no se conforma con practicar dos horas al día en las faldas del Tibidabo. De su bálsamo sanador ha hecho causa de vida. Tanto es así que lleva escritos cuatro libros entre ellos, Barcelona en un millón de pasos, con todas las rutas posibles para hacer marcha nórdica, y el último, No corras, camina, cuyos derechos de autor los destina a apadrinar niños a través de un par de ONG. Además, ha montado un club de caminantes que va ya por ochocientos asociados. Ahora se propone meter en vereda a la comunidad médica para que prescriba a discreción la «caminoterapia», que piensa promocionar como alternativa inocua al running a través de una fundación pionera. Al industrial de éxito ya no le interesa multiplicar la cuenta de resultados de su imperio empresarial, asegura. Su ambición ahora es convencer al mundo de que en sus piernas está su salud y su bienestar y, de paso, subvencionar la esperanza infantil.

Mikel Erentxun - Músico

Cero grasas, siesta y deporte para un rockero

Cuando se supo superviviente de una obstrucción arterial después de un paso urgente por la mesa de operaciones, Mikel Erentxun (Caracas, 1965) solo pensaba en salir del hospital para llevar a sus hijos pequeños al colegio. Hasta entonces, esa actividad, «como la de subir al escenario, ir al cine con los amigos o dar una fiesta», se había vuelto rutinaria. Literalmente, desalmada. «Todo había perdido la emoción», se sincera. Sin darse cuenta se aproximaba al medio siglo de existencia «con una vida viciada de hábitos automáticos». Al volante, doña inercia, tan eficaz como letal.

Hace 36 meses comprobó en su piel que todo podía acabarse así, de repente, bajo los focos blancos de un quirófano. Sea el veterano rockero donostiarra quien habla o el hipocondríaco, el hecho es que creyó palmar allí mismo. Desde entonces, confiesa, ya no necesita un «superplán» o «irme a Londres» para que su día a día «tenga sentido y no sirva tan solo para rellenar semanas». Hasta el gris del cielo cantábrico parece ahora de un naranja efervescente.

Con los escombros de su terremoto interior hizo un cedé. En realidad, necesitó dos. Lo llamó Corazones. Ningún otro disco de su carrera ha merecido mejores críticas. Incluso recibió una nominación al Grammy. Aún sigue sentándose en ese diván para terminar de aniquilar los fantasmas de aquel precipicio inesperado pero purgante. Lo hace aquí y allá, delante de un micrófono, cantando, como siempre. Ahora, con A corazón abierto, la versión acústica. «Con ese trabajo me vacié. Ahora se acerca el momento de cerrar ese capítulo y empezar a volar libre otra vez».

Mientras agota su gira terapéutica, que le llevará este mes a Lugo y el que viene a Cádiz, Murcia, México y Ecuador, los que han venido para quedarse son sus nuevos hábitos mentales «mucho más saludables» y los otros. «Tengo que llevar una dieta seria: cero cerdo, cero grasas saturadas, cero bollería industrial, cero carne roja, ¡cero chorizo! y ningún lácteo. No hay nada en el mundo que me guste más que el queso», se martiriza. «Una jodienda. Sobre todo, cuanto estás fuera de casa...».

Por suerte, vuelve el hipocondríaco para recordarle que a su alrededor hay gente que empieza a caer, «como Manolo Tena o Pau (Donés), que acaba de salir de un cáncer... Y dices hostia». Ya no piensa en el queso, sino en una de sus obsesiones, el paso del tiempo. «Los cincuenta hizo 51 en febrero me hacen pensar que lo vivido es ya más que lo que queda por vivir...». Lo piensa desde su paso por el hospital. «Me volví loco. Salí casi vegano. Perdí ocho klos. Ahora ya no soy tan talibán. De hecho, alguna hamburguesa cae», flaquea de nuevo el vasco carnívoro.

Un protector gástrico, en ayunas, nada más despertarse, prescrito de por vida junto a cuatro pastillas, le advierte de que debe cuidarse. «Todas las mañanas hago deporte. Siempre he practicado. Corro maratones desde hace veinte años. Pero ahora lo hago de manera más regular y más consciente. Después de comer, siesta de veinte minutos, y por la noche me acuesto antes para dormir como mínimo seis horas».

Entonces, ¿se acabó la fiesta?

De eso, cero. Salvo una copa de vino aquí y allí... Es todo lo que me dejan. Si llevé vida rockero alguna vez, eso fue hace veinticinco años. Soy padre de cinco hijos el mayor, Aitor, tiene 20 años y la menor, Dakota, 2, vivo en una ciudad tranquila como es San Sebastián y tengo una enfermedad crónica que, por suerte, la conozco y puedo tratar.

En verano se irá de gira con Diego, «mi compañero de Duncan Dhu», y, seguramente, se hará macrobiótico. «Él lo es y va a aprovechar el momento para llevarme al huerto. Ya lo ha intentado y casi lo consigue», ríe. Se siente afortunado. El corazón roto, quién se lo iba a decir, le ha devuelto el swing.

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