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La actual pareja de Donald Trump, Melania, 24 años menos que él.
Estrellas de bandera

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Para el ultra Donald Trump hay tres tipos de mujeres: de las que hay que alejarse porque se niegan a firmar un acuerdo matrimonial, las que quieren «sacar ventaja del idiota que tienen atrapado» y las que buscan dar «un golpe rápido y quedarse con lo que les ofrecen»

IRMA CUESTA

Martes, 9 de febrero 2016, 20:51

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En 1991, mucho antes de que a Donald Trump (Nueva York, 69 años) se le metiera en la cabeza convertirse en presidente de Estados Estados Unidos, el polémico millonario lanzó una de esas frases tan suyas que dan vergüenza ajena: «Da igual lo que los medios escriban de ti mientras tengas a tu lado un trasero joven y bonito». Toda una declaración de principios que, en realidad, solo es un aperitivo de lo que pocos años después desvelaría en el libro 'El Arte de Volver'. Aquí, Trump vuelve a quitarse la careta: «Hay tres tipos de mujeres y desde un comienzo debes dejarles claro qué les va a tocar si las cosas salen mal. La primera, si bien ama a su esposo, se niega a firmar el acuerdo prematrimonial por un tema de principios (el hombre debe elegir a otra). La segunda tiene todo calculado y quiere sacar ventaja del idiota al que tiene atrapado. Y la tercera lo acepta todo porque prefiere dar un golpe rápido y quedarse con lo que le ofrecen».

Para entonces, el magnate iba ya por su segundo matrimonio con la actriz Marla Maples y había librado una batalla sin cuartel con Ivana, la mujer con la que se casó por primera vez. Hoy comparte su vida con Melania, una exmodelo de origen esloveno 24 años menor que él y cuyo trasero -según su teoría- debería estar amortiguando las críticas que salpican al candidato republicano cada vez que abre la boca.

Diez años después de la boda, Donald y Melania dicen seguir «profundamente enamorados». Y, aunque cueste creerlo, ella asegura que el secreto está en que cada uno tiene su propio cuarto de baño. Lo dice durante una entrevista, sentada en uno de los salones decorados en oro de su casa neoyorquina, que como no podía ser de otro modo está situada en la torre que lleva el nombre de su marido: un rascacielos de 58 pisos ubicado en el 721 de la Quinta Avenida, esquina con la Calle 56.

La postulante a primera dama de Estados Unidos conoció a Donald en una de esas fiestas que organiza el Kit Kat Club coincidiendo con la Semana de la Moda de Nueva York, en las que corre el champán, las modelos y el dinero casi a partes iguales. Cuentan que él quedo prendado de la que se convertiría en su tercera esposa nada más verla y que ella, cuando él le pidió el teléfono, se negó a dárselo «porque iba acompañado de otra chica y tenía fama de mujeriego». El clásico de hacerse la interesante, que en su caso duró poco más o menos lo que dura un telediario: días después, a la vuelta de un trabajo fuera del país, fue ella quien lo llamó.

Luego llegaría la boda en la que apareció imponente con un vestido confeccionado con noventa metros de raso blanco firmado por Dior. Y, aunque puedan parecer excesivos los 80.000 euros que costó el traje de novia, es calderilla comparado con lo que el magnate inmobiliario pagó por la fiesta. El enlace reunió a más de trescientos invitados en Mar-a-Lago, la mansión que los Trump tienen en Palm Beach (Florida), y el banquete se celebró en un salón construido para la ocasión que costó 27,5 millones de euros. En realidad, poca cosa para un hombre enamorado al que se le atribuye una fortuna personal de 9.000 millones. Aquel día, Melania se convirtió en uno de los ejes sobre los que gira la vida del millonario, aunque no sepamos aún en cuál de los tres tipos de mujer de los que habla su marido encaja la señora.

Empresaria de éxito

Melania ha aprovechado sus estudios de arquitectura para crear una empresa de diseño de joyas en la que, según las malas lenguas, se dedica a copiar -en malo- las impresionantes piezas que le regala su esposo. Reconvertida en empresaria de éxito -también dirige una firma de cosméticos-, es además una madre entregada. «Es muy importante conocer a la persona con la que uno está. Y cada uno cumple sus roles. No espero que Donald cambie pañales o ponga a Barron en la cama», aseguró poco después de nacer su hijo, que hoy tiene 9 años.

Si Melania es su tercera esposa, Barron es el quinto hijo del candidato. La primera en arrastrarlo hasta el altar fue la checa Zelnícková, más conocida como Ivana Trump. Modelo, esquiadora (la seleccionaron como suplente en los Juegos Olímpicos de 1972 en Checoslovaquia), escritora, diseñadora y empresaria, estuvo junto al controvertido don Juan durante 14 años, ayudándole a apuntalar su imperio.

Madre de sus tres primeros retoños, Donald Jr., Ivanka y Eric, Ivana ocupó un sinfín de cargos ejecutivos en el entramado de empresas de la familia hasta que, muerto el amor, no hubo más remedio que negociar el divorcio. Especialmente dolida porque su marido llevaba tiempo enredado con la actriz Marla Maples, llegó incluso a acusarlo de violación. Pero la paz volvió de la mano de un generoso acuerdo: la checa recibió 25 millones de dólares en efectivo, la mansión familiar de 41 habitaciones de Connecticut, 5.350.000 dólares anuales de pensión alimenticia, todas sus joyas y el 49% del club Mar-a-Lago.

Aunque cualquiera imaginaría que después de aquello no tendría ganas de volver a intentarlo, no había pasado ni un año cuando Donald se casó con Marla, famosa por participar en la serie de televisión 'El Club de las Ex-esposas'. Aquello, en cualquier caso, no dio para mucho. En 1999 se separaron y Marla y la hija de ambos, Tiffany, se mudaron a Los Ángeles.

Otros estilos

Si el currículum amoroso del señor Trump poco o nada tiene que ver con el de sus contrincantes dentro del Partido Republicano, menos aún se parecen sus mujeres. Rafael Edward 'Ted' Cruz, el abogado de origen cubano nacido en Canadá, al que la parroquia evangélica acaba de darle la victoria en los caucus de Iowa, conoció a Heidi Nelson en 2000: los dos trabajaban como asesores en la campaña presidencial de George W. Bush y un año después estaban casados. Ella, que es tanto o más brillante que su marido, fue contratada por la Casa Blanca como directora para el Hemisferio Occidental en el Consejo de Seguridad Nacional antes de fichar por Goldman Sachs, uno de los grupos de banca de inversión y valores más grandes del mundo, donde maneja cuentas de más de 40 millones de dólares.

Hija de un dentista y de una protésico dental miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, la señora Cruz nació en San Luis Obispo (California) y cuando era pequeña viajó varias veces a África con su hermano para participar en diferentes misiones humanitarias. De entonces le quedaría una profunda fe religiosa que comparte con su marido.

Años después, aquella chavalita que cocinaba pan en casa para luego venderlo y sacarse un dinerillo, se ha convertido en el faro que guía a su marido. «Es su «arma secreta», aseguran los ayudantes de campaña de Cruz. Y no solo porque desde que él anunció su candidatura tanto ella como sus dos hijas, Catherine y Caroline, no se han separado de su lado, sino por su indiscutible habilidad para captar fondos. «Sus conocimientos han sido realmente útiles. Es genial cuando se trata de peticiones de grandes sumas de dinero y no hace menos de diez llamadas diarias buscando apoyos. Ella misma ha declarado que las contribuciones de 10.800 dólares son su fuerte».

Hace ya tiempo, cuando tenía 31 años, un MBA en Harvard y un trabajo de ensueño en la Casa Blanca, los alumnos le pidieron un consejo durante una conferencia en la Universidad de Tennessee. Ella contestó: «No quitéis importancia a ningún trabajo, no tengáis miedo a equivocaros y, lo más importante, elegid a la pareja correcta. Pocas decisiones influirán más en vuestra felicidad». A sus 42 años, solo la depresión que sufrió en 2005 -después de dejar su trabajo en Washington- ha empañado una trayectoria impecable.

Foto en bañador

Si Heidi Cruz tiene poco que ver con Melania Trump -cuyo Twitter parece un catálogo de Prada-, menos aún la mujer de Marco Rubio, el senador por Florida, hijo de una familia humilde de inmigrantes cubanos, que se perfila como el gran contrincante del excéntrico multimillonario.

Marco y Jeanette se conocieron en una fiesta cuando ambos iban al mismo instituto. Ella, de padres colombianos que emigraron a Estados Unidos en busca de un futuro mejor para sus hijos, compaginaba entonces sus estudios con un empleo como cajera de banco a tiempo parcial.

Empezaron a salir antes de que el candidato se matriculara en la Universidad de Miami para estudiar Derecho y en 1998 se casaron. Además de hacerse cargo de sus cuatro hijos -Amanda, Antonio, Daniella y Dominic- trabaja para la Braman Family Foundation, una organización que se dedica a gestionar millones de dólares de donaciones destinadas a proyectos de caridad. También ella se ha declarado «profundamente cristiana» y la pareja y sus hijos, que en casa hablan indistintamente inglés y español, acuden cada domingo a misa.

La única ligereza que se ha permitido Jeanette Rubio en su vida ha sido ser cheerleader (animadora) del conjunto de fútbol americano de los Dolphins de Miami en los años 90, y posar en traje de baño para el calendario del equipo. Marco ha confesado que él, que siempre quiso ser jugador de la Liga de Fútbol Americana, va a tener que decir a sus hijos que la única que ha tocado una cancha de la NFL «fue su mamá».

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