Borrar
Puente de Serranos en Valencia, bajo el cual se ejecutaban algunas condenas. :: josé marín
Crimen y castigo en  la Valencia de antaño

Crimen y castigo en la Valencia de antaño

Las condenas eran rigurosas: un hombre que mató a su familia fue enterrado vivo bajo sus víctimas

ÓSCAR CALVÉ

Sábado, 13 de mayo 2017, 23:56

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

A nadie se le escapa. La vida no es justa. Es frustrante e irrefutable. Un servidor, al igual que la gran mayoría, lo aprendió en su más tierna infancia. Cómo olvidar la recurrente amenaza lanzada por el maestro: «Hasta que no salga el culpable, no nos vamos a casa. Además, yo no tengo prisa». ¡Qué silencio sepulcral a continuación! Un anónimo culpable podía haberse comido la merienda de otro. Tal vez un niño había osado lanzar una bola de papel a la espalda del desairado maestro. En el colmo de la perversidad, existían casos de apropiaciones -tan sutiles como indebidas-, del excelente trabajo de pretecnología de un compañero. No importaba la falta. La inequidad se evidenciaba en el procedimiento de la pesquisa del maestro, que abusaba de la presunción, y más exagerado aún, de la segura inocencia de más de 35 críos. Rara vez se descubría al culpable. Aunque el profesor no tenía plan, siempre le salía un imprevisto. No demoraba el castigo más de cinco minutos. Indefectiblemente, durante esos casi 300 segundos, recibíamos nuestra primera lección magistral de injusticia: el pago de justos por pecadores.

El tema de esta semana precisaba un poco de aire fresco en su comienzo. Espoleado por la machacona y deprimente actualidad judicial, llevaba tiempo con ganas de contarles algunos de los casos más atrayentes de impartición de justicia en la Valencia de antaño. Actos a menudo vistos en series y películas pero que realmente ocurrieron en nuestras calles. Sus protagonistas, de carne y hueso, nos legaron sus nombres propios con gran infortunio. Esos hechos, afines a la mentalidad de otro tiempo, compartían desenlaces violentos. Se quedarán de piedra al saber la facilidad con la que se determinaba 'rocegar i esquarterar' en las mismas plazas donde hoy damos placenteros paseos. Los archivos valencianos se hallan repletos de noticias sobre todo tipo de sentencias. No es menester ser ducho en paleografía para conocerlos. Los datos hoy expuestos se han obtenido de dos dietarios de distintas épocas: el bajomedieval, escrito por Melcior Miralles en el siglo XV (editado por el profesor Mateu Rodrigo), y el del siglo XVII, elaborado por Joaquim Aierdi (editado por el profesor Vicent Josep Escartí).

Mucho más que el ojo por ojo

«En l'any de M.CCCC.XXXVII., dimarts a XX de febrer, cremaren un juriste, per nom micer Colldegou, lo qual cremaren per sodomita, per ço com s'era jagut ab hun fadrí. E féu-lo cremar don Johan, rey de Navara e visrey d'Aragó, e fon cremat en la rambla».

La mayoría de procesos en los que se juzgaba la sodomía o algún tipo de herejía acababa con la persona declarada culpable en la hoguera. Esta podía ubicarse en diversas explanadas, en función de la naturaleza del delito: bajo el puente de Serranos, frente al Convento de Santo Domingo, o como en el caso citado, en el actual Paseo de la Pechina. En la impartición de justicia del pasado preponderaba el aspecto disuasorio o ejemplarizante, una circunstancia que se proyectaría en la transformación de la condena en un espectáculo de masas, según ha estudiado en el caso valenciano el investigador Vicente Adelantado.

Habrán comprobado que la dureza de la 'lex talionis' era superada con creces. La justicia retributiva amparada en la imposición de un castigo similar al crimen cometido resultaba amable respecto a la severidad de ciertas condenas, muy del gusto de personajes históricos que podrían haber inspirado la mejor ficción. Por ejemplo el Gobernador Corella, quien en 1456 «pengà hun jove texidor ab molt gran rigor, que no·l lexà confessar, e, segons dien, a gran tort, que no y sabia res». La falta de Joan Baldomar, así se llamaba este condenado al parecer de manera injusta, fue un robo de no excesiva importancia. Corella se ensañó al no permitirle la confesión de sus pecados (con la carga doctrinal que conllevaba). Tampoco consideró el pasaje bíblico que sintetiza la ley del talión: "Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe». (Éxodo 21, 23-25). Baldomar fue ahorcado en la ventana de un domicilio particular.

Pocos años más tarde, «en lo Mercat de València pengaren ·VII· ladres, que no qualia anar dengú de nit per la ciutat, que fins els mantos e mantells robaven». No todos los ladrones corrían la misma suerte. Una joven pilla de 20 años cuyos hábiles hurtos no precisaban violencia sufrió una condena menor, no por ello proporcionado desde la actual perspectiva: «li açotaren e li levaren les oreles». La amputación de orejas era una punición habitual para los ladrones menores. El terrible castigo advertiría en el futuro el carácter poco fiable del mutilado. Los robos más humildes cometidos por los más jóvenes se saldaban con azotamientos públicos junto a la desaparecida Casa de la Ciudad. Jurar en vano o jugar a los dados, podía acabar con la lengua del infractor atravesada por un clavo. Asimismo, aparece documentado en 1457 el azotamiento y la humillación pública de 4 mujeres acusadas de alcahuetas, obligadas a desfilar prácticamente desnudas para recibir el escarnio social, muy a lo Cersei Lannister.

El morro de vaques

Así se llamaba al verdugo encargado de ejecutar estos y otros castigos. La 'nómina' por cada uno de los tormentos que aplicaba algunos años antes (finales del siglo XIV) fue publicada por Pablo Pérez. Morro de Vaques daba garrote, ahorcaba, quemaba e incluso descuartizaba al reo, para a posteriori distribuir los cuartos en las cruces de término. Imagínense que aprovechando la jornada festiva de hoy reciben la visita de sus amigos y familiares procedentes de otra localidad. Al entrar en Valencia se encontrarían con los restos -generalmente de una cuarta parte del cuerpo- de un malhechor. Claro está que seis siglos atrás nuestros antecesores estarían habituados, y 'el recadito', si me permiten la expresión, se destinaba exclusivamente a los hombres de mala fe. Así, el 13 de noviembre de 1441, «roceguaren e esquarteraren e levaren lo puny a Francesquet de Pugmoltó en lo Mercat de València, e la mà fon clavada en huna casa al val, davant les Moreres, e aquí estech molt temps». Les explico. Pugmoltó fue condenado a morir siendo atado y arrastrado por animales. Como no falleció, lo descuartizaron. Según indicó el historiador Manuel Carboneres, la mano en cuestión se expuso en las proximidades de la actual calle de Las Barcas.

Con estos precedentes, uno apenas puede sospechar los castigos infligidos a los autores de los crímenes más execrables. Para eso están las crónicas. El 13 de marzo de 1453 «pengaren a Ridaura, lancer, lo cual confessà que havia morta sa muler primera ab metzines (sustancias venenosas), e matà son pare e sa mare ab metzines, e donà metzines a son sogre e sogra e cunyada. Lo qual Ridaura meteren viu davall son pare e daval sa mare en la fosa, e tret de la fosa, pengaren lo en lo Mercat». En síntesis, este monstruo llamado Ridaura había acabado con toda su familia. Antes de colgarlo lo enterraron vivo bajo la fosa de sus padres.

Casado con dos mujeres

Estas arraigadas y prácticas de justicia desmedida se extendieron durante siglos en nuestra ciudad, y en absoluto son exclusivas de la Edad Media. Por ejemplo, en el siglo XVII, Joaquim Aierdi recogió este tipo de sentencias en nuestra ciudad. Algunas para casos muy particulares. Recordarán el bolero popularizado por Antonio Machín o Diego el Cigala cuya historia narra la desazón del protagonista por querer dos mujeres a la vez. Los valencianos de 1678 hubieran comprendido el drama si sólo estaba casado con una de ellas. Otra cosa es que estuviera casado con dos mujeres a la vez: «Dit dia (15 de mayo de 1678), en Sent Salvador, tragueren penitensiat, en públich, a un home fill del tender del carrer del Governador Vell perquè se havia casat dos vegades, la una en València y la altra en Barcelona. Y a este home li dien, de malnom.». La humillación pública no se consideró suficiente castigo. Doce días después, el 27 de aquel mes, «de matí, pegaren dossents asots per lo tribunal de la Inquisició a l'home que en lo dia quinse dels corrents tragueren a Sent Salvador per dos mullers». Las sociedades han mutado sus castigos en paralelo a su evolución en la búsqueda de una justicia más equitativa. Juzguen ustedes.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios