Borrar
Urgente Seis personas mueren al ser arrolladas por un camión en un control de tráfico en Sevilla
Tarde de carnaval en la Alameda de Valencia, obra de Ignacio Pinazo conservada en el Museo Nacional de Cerámica. :: lp
Una historia de otro tiempo: el carnaval de Valencia

Una historia de otro tiempo: el carnaval de Valencia

Algunas poblaciones de la Comunitat mantienen vivas las mismas mascaradas que antaño colorearon la ciudad

ÓSCAR CALVÉ

Domingo, 26 de febrero 2017, 00:29

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

«Muchachos con pliegos de colores voceaban las décimas y cuartetas, alegres y divertidas, para las máscaras, colecciones de disparates métricos y porquerías rimadas, que por la tarde habían de provocar alaridos de alegre escándalo en la Alameda. En los puestos del mercado vendíanse narices de cartón, bigotes de crin, ligas multicolores con sonoros cascabeles y caretas pintadas capaces de oscurecer la imaginación de los escultores de la Edad Media. (...) Por la tarde, Nelet enganchaba la galerita y a la Alameda, donde la fiesta tomaba el carácter de una saturnal de esclavos ebrios». De esta forma describía Vicente Blasco Ibáñez un detalle del carnaval en la capital del Turia. Era en su obra 'Arroz y Tartana', publicada en 1894. Su primera novela costumbrista de temática valenciana. Pocos años antes, en 1889, Ignacio Pinazo realizaba un importante encargo de cuatro pinturas para uno de los cafés más carismáticos de Valencia, el desaparecido Lion d'Or (ubicado en la Plaza de la Pelota, hoy de Mariano Benlliure). Una de esas pinturas presentaba dos títulos: 'Baile de Máscaras' y 'Tarde de carnaval en la Alameda de Valencia'. Una imagen de tono folclórico conservada en la actualidad en el Museo Nacional de Cerámica González Martí. El profesor Francisco Javier Pérez Rojas ya puso en relación conexiones específicas entre la pintura de Pinazo y el texto de Blasco Ibáñez, vinculando los dos casos al costumbrismo valenciano del ocaso decimonónico. Dos grandes genios nacidos en Valencia -retratistas en sus respectivas disciplinas de las costumbres típicas de su lugar de origen-, coincidieron en inmortalizar el carnaval. ¿Quién dijo que Valencia no posee una enorme tradición carnavalesca?

Quizá algún lector enterró anoche la morca en Villar del Arzobispo. De hecho, conocerán innumerables localidades valencianas que presentan estos días un arraigado programa celebrativo. Sin embargo, la conmemoración del período carnavalesco ha sucumbido desde tiempo atrás en la capital, especialmente ante la irrefrenable ascensión fallera. Pues bien, al echar la vista atrás sorprende comprobar el modo festivo en el que lo vivían nuestros antepasados de Valencia. Lo cierto es que mucho antes de que los carpinteros comenzaran a hacer hogueras en honor a San José (parece que desde mediados del siglo XVII), diversos personajes valencianos del siglo XV ya advertían los excesos propios de las jornadas previas a la austera Cuaresma, caso de San Vicent Ferrer o de Jaume Roig. No son los únicos nombres famosos que dan cuenta de estas celebraciones. El mismísimo Lope de Vega se disfrazó de don Carnal a lomos de una burra durante el carnaval valenciano de 1599. Con semejantes cartas de presentación cuesta creer que las celebraciones carnavalescas en Valencia hayan desaparecido prácticamente, a excepción de los renovados y más o menos actuales esfuerzos de concretos barrios, casos de Benimaclet y Ruzafa.

Edad Media

En otras ocasiones ya hemos tratado la influencia de algunas fiestas paganas de la Antigua Roma en determinadas celebraciones cristianas. Entre estas últimas, la históricamente más relevante de todas, es la Semana Santa. La Pascua se situó desde el siglo IV en las inmediaciones del equinoccio de primavera. De este modo se superponía de manera paulatina, y hasta su definitivo asentamiento, a las celebraciones paganas dedicadas al inicio del ciclo vital agrícola. El Concilio de Nicea (325 d.C.) determinó que el Domingo de Resurrección fuera el domingo siguiente a la primera luna llena primaveral. De ahí el carácter movible de la Semana Santa, y por extensión, de las fiestas cristianas en relación con ella. La Cuaresma, el período litúrgico para la preparación espiritual de la Pascua es el ejemplo más obvio. Ligado indisolublemente a esta, nace el antagónico carnaval: su apoteosis transgresora se desarrolla desde el jueves al martes anterior al Miércoles de Ceniza, fecha que marca el arranque del periodo cuaresmal. Es decir, en el presente año, desde el jueves pasado hasta el próximo martes. El pistoletazo inicial carnavalesco era el jueves lardero o 'dijous gras'. Jueves gordo en la prensa valenciana de hace justo un siglo y todavía en algunas poblaciones. Las particularidades de cada pueblo nos constriñe a omitir un listado exhaustivo de las celebraciones culinarias, pero por ejemplo, en el pueblo natal de Nino Bravo, Aielo de Malferit, ese mismo jueves se cocinan 'les cassoletes de carnestoltes'. Antes de la preceptiva prohibición de comer carne y embutidos, esa fecha era la señalada para cebarse literalmente de los productos que durante un tiempo ya no se iban a poder ingerir. La etimología resulta aclaratoria. Tanto carnaval (del italiano 'carnelevare') como 'carnestoltes' (del latín 'carnes toltas'), refieren la quita de la carne, la abstinencia de ella en todos los sentidos. Mientras que lardero, gordo o 'gras', aluden al tocino, a la grasa de los animales. Muy pocos jóvenes urbanitas lo conocerán, pero tiempo atrás ese jueves causaba furor entre los valencianos, como todavía lo sigue haciendo en muchas zonas rurales.

La Cuaresma implicaba, además de no comer carne, abandonar las relaciones carnales. El profesor Àlvar Monferrer i Monfort ya advirtió un fragmento sobre esta situación en un texto destacado del Siglo de Oro Valenciano, 'L'Spill'. Jaume Roig narraba hacia 1460 como el protagonista «Dijous llarder diguí: Muller, lo temps s'acosta de prendre posta en penitència, per continència partixcam llit». Les invito a que busquen la ocurrente respuesta de la esposa. El hombre aludía a la necesidad de dormir separados para evitar la tentación de sucumbir al deseo, revelando la manera en que la Cuaresma obligaba a anular los placeres. Así pues, el carnaval tenía que ser una despedida a lo grande. Un 'living la vida loca' en palabras de Ricky Martin. Una locura colectiva alentada por el abundante vino, donde según las fuentes no faltaban excentricidades en nuestra ciudad: contiendas en las que se lanzaba agua, fango y porquerías a los viandantes, especialmente naranjas podridas. Los participantes portaban máscaras y entre sus diversiones gustaban de proferir insultos a las autoridades civiles y eclesiásticas.

Esta era una de las vertientes de los festejos. El vulgo exhibía el lado más transgresor de la celebración, con los excesos propios de aquellos que, sufriendo una vida con pocas alegrías, se lanzaban al desenfreno carnavalesco. Por otra parte estaba la alta sociedad, con una actitud más recatada. En 1769 se publicaron dos libretos que daban cuenta del carnaval celebrado por la sociedad valenciana de alto copete. Uno de ellos dedicaba sus 32 páginas a los reglamentos que debían seguirse para el desarrollo correcto del carnaval en Valencia. Los trajes y máscaras permitidos, los vetados, el lugar destinado para el aparcamiento de los carros, la instalación de un guardarropía, etc. El otro, de 42 páginas, trataba exclusivamente los pasos de baile preceptivos en la fiesta carnavalesca que se celebraría en la interina Casa de las Comedias de nuestra capital.

La fiesta fue tomando un cariz aún más jerarquizado. Las clases privilegiadas organizaron sus bailes en sedes como la Lonja o el casino de la Agricultura. La Alameda era el único enclave de reunión de todos los valencianos. Sólo allí las máscaras y los disfraces acometían la función que se esperaba: la ocultación de la propia identidad para la entrega desinhibida a la irreverencia, y tal vez, la maquinación de algún que otro complot sin temor a las represalias directas. Precisamente el control de las autoridades marcó el inicio del fin del carnaval en Valencia. Primero se encarecieron las máscaras, luego se suprimieron. A principios del pasado siglo surgió una corriente que pretendía 'refinar' la fiesta, pero el carnaval valenciano ya estaba en depresión. No tanto por los vetos como por las propias transformaciones sociales. En este sentido, la Valencia actual dista mucho de la del pasado aunque compartan el espacio físico. Probablemente, si Blasco Ibáñez y Pinazo narraran y pintaran hoy la Valencia más costumbrista, sustituirían el carnaval por las fallas. 'Tempus fugit'.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios