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El hundimiento del vapor Mariano Benlliure

El hundimiento del vapor Mariano Benlliure

Perecieron 45 hombres, la mayoría del Grao, el Cabanyal y el Canyamelar

ÓSCAR CALVÉ

Domingo, 8 de enero 2017, 00:11

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Estos días está en boca de medio mundo un documental dirigido por Senan Moloney. El citado, especialista acreditado en todo lo concerniente al Titanic, ha aportado recientemente nuevas pruebas que parecen corroborar teorías alternativas sobre el hundimiento más famoso de la historia. La causa principal del naufragio del Titanic pudo ser un incendio en las calderas originado incluso antes de zarpar. El golpe de gracia fue el archiconocido iceberg, que en el colmo del infortunio impactó en la zona afectada por el fuego. Si se confirma esta teoría, sería preciso revisar las múltiples adaptaciones cinematográficas y novelescas de aquella tragedia. Algunos héroes se convertirían en villanos al haber dado la orden de silenciar el incendio al resto de la tripulación.

La popularización del hundimiento del Titanic contrasta con el silencio de otras desgracias acaecidas en el mar. Por ejemplo, el mismo día en que Hitler se dirigía públicamente por última vez a los alemanes, el 30 de enero de 1945, el buque alemán Wilhelm Gustloff se hundía en las aguas del Báltico. Cerca de 10.000 personas (no es una errata, son diez mil) perecían a causa del naufragio provocado por tres torpedos lanzados desde el submarino soviético S-13. El sobrecargado Wilhelm Gustloff era un transatlántico civil y tenía la misión de retirar la población alemana de una de las zonas polacas ocupadas por los nazis. Llevaba 4.000 niños a bordo. El velo que oculta este episodio pudo responder a que ningún bando obtenía rédito propagandístico. Si los nazis podían menoscabar aún más su ya maltrecho ánimo, los aliados tampoco desearían sacar pecho por un acto de discutible honradez.

El mar, desdichadamente, también ha sido implacable con el pueblo valenciano. Uno de los episodios más luctuosos ocurrió en la tarde del 27 de diciembre de 1915, en las islas Sorlingas (también conocidas por islas Scilly), archipiélago inglés que señala el confín occidental del Canal de la Mancha donde se abre al océano Atlántico. Allí se hundió el buque entonces denominado Mariano Benlliure, propiedad de la entidad valenciana conocida como Compañía de Vapores Correos de África. La construcción de la nave, que en origen se llamaba Inyati, se realizó en Glasgow en 1896. También su ocaso se produjo en el Atlántico. Sin embargo, durante sus últimos años de vida casi todo en ese barco era valenciano, incluida la tripulación. Además de la compañía, que se hizo con el servicio de la nave en 1912, el nuevo nombre homenajeaba al gran artista, también valenciano, Mariano Benlliure, quien asistió a las pruebas oficiales de la embarcación que a modo de exhibición hizo el trayecto Valencia-Cullera-Canet-Valencia. La carga más habitual que transportaba la pueden imaginar, naranjas valencianas. Destino, Inglaterra.

El vapor Luis Vives

De allí generalmente volvían con carbón. No era un período fácil para llevar y sacar mercancías de Inglaterra. En 1914 estalló la Primera Guerra y el Imperio Británico formaba parte activa de ella. Pocos meses después del naufragio del Benlliure, y muy cerca del lugar donde se produjo, el vapor valenciano Luis Vives era hundido con las cebollas que iba a suministrar al pueblo británico, algo que no tuvo a bien el submarino alemán con el que se cruzó.

¿Qué le ocurrió al Mariano Benlliure aquel 27 de diciembre? De manera escalonada, la prensa de la época dio buena cuenta de ello. El carácter intermitente de las noticias alargó y agravó el sufrimiento de los familiares de las víctimas, cuyo origen era común en la mayoría de los casos, los Poblados Marítimos. Son varios los autores que han recopilado las informaciones que ahora siguen: Pere Garcimartín Vaello, Vicente Sanahuja o Antonio López.

El día de Navidad de 1915, los 45 hombres que conformaban la tripulación zarparon desde Glasgow rumbo a Génova, donde tenían que llevar más de 3.000 toneladas de carbón. Al día siguiente la nave informaba que no había novedad alguna. El capitán José María Segarra Segarra, nacido en la Vila Joiosa, era un marino con gran experiencia, pero el día 27 la naturaleza mostró su peor cara. Uno de los grandes riesgos de la zona, la galerna, hizo su aparición. El poder destructor de este tipo de temporal súbito no tiene límites y el Mariano Benlliure poco pudo hacer. Los mensajes por radio enviados aquella tarde dan cuenta del paulatino dramatismo de la situación.

Eran las seis y media de la tarde cuando un radiograma advertía que se hallaban a 40 millas al oeste de Scilly con importantes daños. Una hora más tarde, y teniendo a la vista el faro de Scilly, un mensaje avisando de más zonas inundadas en el barco. A las ocho y cinco las demoledoras y póstumas palabras que envió Segarra al armador: «Continuamos en las mismas condiciones aguantando el temporal. Imposible salvarnos. Dentro de pocos minutos pereceremos 45 hombres. Adiós. Segarra». Ningún mensaje fue recibido hasta el día siguiente.

Las noticias de la desaparición del buque tardaron un par de días en llegar a la prensa nacional. En aquel momento, los corazones de muchos vecinos del Grao, el Cabanyal y el Canyamelar estaban en un puño. Como en otros naufragios, hasta que no aparecieran pruebas materiales de la tragedia, pervivía un resquicio de esperanza. Con el paso de los días, este se fue desvaneciendo.

La angustia crecía. Además, los vecinos de los Poblados Marítimos sabían cómo las jugaba el mar. En 1886, a 150 millas de La Coruña, fallecieron 30 marineros, la mayoría del Cabanyal, en un vapor propiedad del Marqués de Campo. Los medios valencianos no osaban zanjar el asunto por sensibilidad y se limitaban a evitar la propagación de rumores que hablaban sobre el hallazgo de supervivientes en un bote, caso del 'Diario de Valencia' en su edición del 6 de enero.

Ese mismo día, la revista publicada en Madrid 'Mundo Gráfico' daba a toda la tripulación por fallecida. Sólo calificaba como supervivientes a aquellos miembros habituales de la tripulación que por antojos del destino no embarcaron. No había certeza alguna, pero ¿cómo sobrevivir en esas frías aguas durante más de una semana?

Días más tarde, las autoridades municipales y los dirigentes de la compañía naviera manifestaron sus condolencias a los familiares de las víctimas. Los funerales por todos aquellos valencianos que desaparecieron en el Atlántico se celebraron el 27 de enero. Sólo dos cuerpos se hallaron en la última semana de enero. El del capitán Segarra y el de Eduardo Damiá, maquinista del Mariano Benlliure. Los restos de ambos fueron sepultados en el cementerio de Portsmouth.

Un necesario recuerdo

El capitán de la Vila Joiosa recibiría grandes honores cuando el presidente de la Compañía Valenciana de Vapores Correos de África, José Juan Dómine, decidió que el nuevo buque de la empresa portara su nombre. Durante su realización se configuró la compañía Transmediterránea (1917) y el barco Capitán Segarra, inaugurado en 1918, se convirtió en el primer buque de nueva construcción de la famosa empresa que cumple este año un siglo.

Vila Joiosa y Alicante también incorporaron la memoria del capitán en sus respectivos callejeros. Suerte muy distinta corrieron el resto de los fallecidos, entre los cuales todavía hoy muchos siguen en el anonimato. Si existió algún listado oficial de las víctimas, no llegó a las manos de todo los afectados. Sorprende hallar en diversos foros especializados solicitudes de información sobre la relación completa de fallecidos. Más de un siglo después.

En algunos casos son nietos y bisnietos de los difuntos marineros. En otras ocasiones son personas que por recuerdos familiares sospechan que su abuelo o bisabuelo formó parte de aquella aciaga expedición. Sería interesante aunar esas solicitudes e ir configurando un listado oficioso como homenaje a las víctimas que conformaron un pedacito de la historia de los Poblados Marítimos. A ellos y a sus familias.

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