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Ascensión del 'Mariposa' en 1909. :: centenarioaviacion.gva.es
El trágico epílogo  de la Exposición Regional Valenciana de 1909

El trágico epílogo de la Exposición Regional Valenciana de 1909

El 13 de septiembre desapareció en el cielo el globo pilotado por Esteban Martínez Díaz ante la mirada de miles de personas

ÓSCAR CALVÉ

Sábado, 10 de septiembre 2016, 23:31

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La Exposición Regional Valenciana se desarrolló oficialmente entre el 22 de mayo y el 31 de julio de 1909. No obstante, su tibio éxito invitó a una prórroga donde las fabulosas instalaciones albergaron varios acontecimientos. El más luctuoso, y de gran impacto mediático, fue la desaparición del capitán Martínez a los mandos de su aerostático 'Mariposa', acaecida el 13 de septiembre de 1909 frente al puerto de Valencia. La opinión pública de la Capital del Turia todavía se frotaba los ojos con el hito del primer vuelo de la aviación española conseguido en Paterna una semana atrás (del que dimos merecida cuenta el domingo pasado) cuando ocurrió la tragedia. También la prensa nacional se hizo eco de una pérdida, que, hilando más fino, se produjo en el cielo valenciano, sobre las aguas azules del Mare Nostrum. La silueta del globo manejado por Esteban Martínez Díaz, un soñador de otro tiempo, se desvaneció poco a poco ante la atenta mirada de miles de valencianos que habían sido congregados para ver sus peripecias aéreas en el recinto de la Exposición Regional de Valencia. Nunca más se supo de él. Al día siguiente, el periódico El Liberal de Madrid publicaba: «Aeronauta perdido, ni noticias ni esperanzas. El remolcador número 1 de la Junta de Obras del Puerto de Valencia y el 'Manuel María', han regresado a la caída de la tarde, sin encontrar el globo Mariposa. Empieza a perderse la esperanza de encontrarlo». La nota de prensa presagiaba el fatal desenlace que se presupone sufrió Esteban Martínez Díaz, pese a que nunca se hallara el cuerpo.

Aunque haya pasado a la historia por sus peripecias circenses en el aire, Esteban Martínez Díaz gozó de un extraordinario ingenio completamente avanzado a su tiempo. Al igual que Leonardo Da Vinci, estuvo obsesionado con volar. Para lograrlo no cejó en su empeño de crear maquinarias aeronáuticas, que, como el genio renacentista, llevó a la práctica sin excesiva suerte. Entre ellas destacó una que habría hecho las delicias del contemporáneo Julio Verne y que incluso podría haber inspirado algunas décadas más tarde a Ian Fleming para imaginar los heterodoxos vehículos empleados por nada más y nada menos que James Bond. Martínez Díaz puso asimismo su mente al servicio de su otra gran pasión, el deporte. Pretendió abrir una senda inconcebible para la época: la popularización de la gimnasia, que quiso introducir en los hogares sin ser tomado demasiado en serio.

Nacido en Madrid, comenzó desde muy joven a demostrar sus habilidades como aeronauta. Los aeronautas de entonces fueron una combinación de gimnastas y artistas que desarrollaron el primer deporte de aventura a finales del siglo XVIII y que alcanzaron la cima de su popularidad a comienzos del pasado siglo. En 1881 Esteban Martínez Díaz se puso a cargo de una compañía especializada en estos espectáculos en la que él mismo era el principal protagonista. Sin duda levantó fascinación, sólo así se entiende que la prensa le siguiera por todo el país con objeto de narrar sus arriesgadas ascensiones. Su fama empezó a traspasar fronteras. Los contratos se multiplicaban y los crecientes riesgos asumidos por Martínez Díaz vaticinaban algún tipo de desgracia. Quizá parte de su éxito como acróbata durante sus vuelos de exhibición radicaba en el insaciable morbo presente en buena parte de la historia de la condición humana.

En 1883, durante una exhibición en Lisboa, y cuando ya había realizado más de 80 ascensiones en menos de dos años, estrelló su globo contra un grupo de líneas telegráficas. La monumental avería que provocó en el sistema de comunicaciones, que duró cinco días, aumentó su leyenda. En incontables ocasiones cayó prácticamente a plomo, pero Martínez Díaz parecía tener más vidas que un gato, a diferencia de sus globos, rebautizados con diversos nombres. Con estos precedentes no puede extrañar ni que realizara una gira mundial, ni que acabara víctima de su amor por el riesgo. En una ocasión volaba sobre Uruguay y una corriente de aire le arrastró decenas de kilómetros respecto a su destino: tomó tierra en Argentina. También estuvo a punto de morir ahogado en la bahía de Santiago de Cuba. Probablemente su estrella se apagaría de este modo en nuestra ciudad. Pero faltaban dos décadas para la lúgubre efeméride.

Primer aeroplano

Precisamente en Cuba, en torno a 1887, Martínez Díaz se propuso diseñar su primer aeroplano. Su propuesta fue muy considerada. Muy pocos hombres en el mundo presentaban tales credenciales aéreas basadas en la experiencia. Establecido en Nueva York, presentó su idea ya elaborada a los estadounidenses. Tuvo gran acogida, pero su proyecto no fue sufragado. En todo caso, que colaborara para la incomparable fábrica Edison en la construcción de un dirigible señala que su conocimiento era muy apreciado.

Martínez Díaz también diseñó sistemas de seguridad para los medios de transporte de la época, que, como no podía ser menos, él mismo testaba. Descendió el Guadalquivir en un trayecto de casi cien kilómetros (entre Mengíbar y Córdoba) con la única ayuda de un flotador por él creado. En todo caso, su verdadera obsesión como inventor fue la máquina todoterreno capaz de desplazarse por tres elementos: tierra, aire y agua. Los detalles de este proyecto los conocemos gracias a un amplio artículo escrito por Vicente Vera en 1901 para la revista "La ilustración española y americana". El subtítulo del artículo describe particularmente el sueño del capitán Martínez: "Aerostato, triciclo y barco, todo en una pieza". Poco menos que un reto digno de las novelas de ciencia-ficción de la época. En función de la ocasión, y con la simple activación de un mecanismo, ese soñado medio de transporte volaría, rodaría o flotaría. No es plan de pormenorizar las complejas características técnicas de aquella maravilla. Sin embargo, unos datos ilustran aquella ilusión que no se tomó a la ligera y en el que quiso verse una plasmación del futuro tecnológico de los medios de transporte. El formato aerostato medía treinta y tres metros de eslora y cuatro metros y medio de diámetro. Contaba motores de gasolina que activaban las hélices y una serie de globos elipsoidales. Al llegar a tierra, casi todo el artefacto se plegaría y unas ruedas aparecerían en la parte inferior de esa estructura ahora cuadrada. Para el agua se replegarían las ruedas y se procedería al hinchado de unos flotadores adosados a la base del armazón. Martínez Díaz patentó su invento, que fue recogido con expectación únicamente por parte de las publicaciones especializadas. Pero no pasó de ahí. Como tampoco pasó de ahí un proyecto más modesto en aspiraciones pero no en empeño.

Aparatos de gimnasia

Desde 1891 y hasta pocos meses antes de su desaparición en Valencia, Martínez Díaz elaboró una serie de aparatos gimnásticos destinados a los domicilios particulares. El precedente del actual y gimnasio en casa. La fiebre del músculo no se llevaba por entonces, y, si existía un precursor de la "operación bikini", este no incluía el ejercicio físico en casa. El denominado 'Aparato de gimnástica higiénico-doméstico' era afín a los populares sistemas que hoy venden las superficies especializadas, pero no se fabricó.

Aunque su gusto por el riesgo configuraba la crónica de una muerte anunciada, nadie podía sospechar que el cielo de Valencia, tan hermoso como siempre y por entonces testigo de excepción del progreso, iba a despedir definitivamente al aeronauta. Apenas un mes atrás se había inaugurado un tranvía aéreo que comunicaba dos torres de hierro erigidas en el Llano del Remedio y en la Alameda. Casi 200 metros de recorrido que fascinaba a nuestros antecesores al precio de 0'25 pesetas el trayecto simple. La semana anterior se había logrado el primer vuelo de la aviación española. Además, el propio Martínez Díaz se había elevado con su globo en Valencia el 5 de septiembre, hasta los 900 metros, en una ascensión que se prolongó hasta cuatro horas. La suerte le dio la espalda el día 13, caprichos del destino. La muerte acudió a la Exposición Regional y decidió llevarse al capitán inventor.

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