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El Cid, señor de la guerra

El Cid, señor de la guerra

Hoy se cumplen 916 años de la desaparición del más célebre batallador de nuestra historia

ÓSCAR CALVÉ

Sábado, 9 de julio 2016, 23:31

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Disfrutar con la historia garantiza sorpresas. Una de las más recurrentes se percibe al observar féretros no monumentales de siglos pasados, llamativos por sus escasas dimensiones. De hecho, ante la contemplación de estos, el murmullo está garantizado: «¡Qué pequeños eran!». En el siglo XI por ejemplo, la media de estatura debía situarse en torno al 1,55-1,60. Precisamente el protagonista de esta semana, Rodrigo Díaz de Vivar, medía según algunas fuentes 1,56 cm. O lo que es lo mismo, 35 centímetros menos que Charlton Heston, que alcanzaba el metro noventa y uno, y que, para varias generaciones, se convirtió en la imagen viva del Cid Campeador. El argumento sobre la idealización del personaje no se ciñe, ni mucho menos, al imponente aspecto del actor norteamericano. Lejos de ser el héroe cristiano que la literatura y el folclore popular han configurado, Rodrigo Díaz de Vivar fue una especie de mercenario al servicio del mejor postor, fuese quien fuese el pagador.

No malinterpreten estas palabras. No es deseo de quien suscribe emitir juicio alguno sobre tan célebre personaje. En primer lugar, es un dato contrastado la oferta de sus valiosos y bélicos servicios tanto a las fuerzas cristianas como a las musulmanas. Por otra parte, poco o nada tenía que ver aquella sociedad con la nuestra, y las divergencias a causa del credo se limaban políticamente sin excesivas dificultades. Pero además, por encima de estas realidades planea la figura de un hombre convertido en leyenda, del que sabemos que gobernó Valencia desde el año 1094 hasta su muerte, tras establecer un señorío independiente, autónomo respecto a cualquier autoridad real previa. En otras palabras, un hombre que luchó para sí mismo y en beneficio propio, y que logró dominar parte del Levante peninsular. Un caudillo que supo, mediante las armas, romper el orden preestablecido y generarse un patrimonio que incluía nuestra ciudad y que legó post-mortem y de manera efímera a su amada, Jimena Díaz. Hoy, 10 de julio, se cumplen 916 años de la muerte de Rodrigo Díaz de Vivar, acaecida en Valencia.

Nació alrededor del año 1050, según la tradición en Vivar, hoy llamada Vivar del Cid, en las proximidades de Burgos. Los especialistas indican que su primera escaramuza la libró muy joven, en el año 1063. Fue en la batalla de Graus (Huesca), en las filas de las tropas castellanas del monarca Fernando I, que defendía los intereses del rey musulmán de Zaragoza -protegido de los castellanos- en contra del rey de Aragón Ramiro I.

El sobrenombre

Poco tiempo más tarde fallecía Fernando I, el rey de Castilla, quien testó sus territorios (Castilla, León y Galicia) a sus tres hijos. Comenzaron las desavenencias entre los herederos. Rodrigo Díaz de Vivar sirvió a dos de ellos. En este período se ganó el sobrenombre de 'Campeador', que aludía a sus grandes dotes como batallador. Esta designación jamás le abandonaría. Cristianos y musulmanes le llamarían desde entonces Rodrigo el Campeador.

Se ganó la confianza del segundo de los herederos a los que sirvió, ya coronado como Alfonso VI de Castilla. El monarca lo casó en torno al 1074 con una prima suya, Jimena Díaz, probablemente también familiar lejano del propio Rodrigo. No sabemos si Jimena ostentó la belleza de Sofía Loren, pero como veremos, estuvo toda la vida junto a Rodrigo. Esta supuesta fidelidad sentimental poco tuvo que ver con la relación entre el Cid y el rey Alfonso VI, menoscabada a causa de algunos excesos del Campeador en las contiendas. Rodrigo no respetaba los pactos entre cristianos y los reyes de taifas (los pequeños reinos en los que estaba dividida la España musulmana) y fue desterrado en el año 1081.

El Cid buscó un nuevo señor en la taifa de Zaragoza, al que le proporcionó varios éxitos militares en sus apuros frente al enemigo, en este caso el ejército aragonés liderado por el Conde de Barcelona. Morella y Olocau del Rey presenciaron algunas de sus victorias.

Cambian las tornas

Las tornas giraron cuando Alfonso VI de Castilla, el monarca que desterró al Campeador, se reconcilió con Rodrigo, al que le encomendó mostrar sus habilidades en el oriente peninsular. Para ello dispuso de la colaboración del rey moro al que había servido. Ambos se dirigieron a Valencia en auxilio de Alqadir, depuesto rey toledano al que Alfonso VI había compensado ofreciéndole la taifa valenciana. El enemigo común era otra alianza de taifas con tropas aragonesas. La política evitó que la sangre llegara al río y el Cid tomó el mando en Valencia. Su autonomía en el gobierno resulta sorprendente para un enviado real: él mismo se adjudicó todos los tributos que hasta entonces se liquidaban en beneficio de las autoridades aragonesas o castellanas.

En este período el rey castellano veía peligrar sus propiedades en Murcia y solicitó la ayuda del Cid. Tal vez por errores de comunicación propios de la época o quizá tras una meditación con alevosía, Rodrigo no se presentó a su auxilio. Alfonso VI no sólo lo condenó a un nuevo destierro. También lo desposeyó de todas sus propiedades, condena aplicable a los cargos de alta traición. El Campeador se convertía en un caudillo independiente y comenzaba a actuar por cuenta propia en el este peninsular. Tomó Dénia, regresó a Valencia y amplió sus propiedades hasta Morella. Rodrigo Díaz era el señor de la guerra por excelencia. No gobernaba directamente los territorios, sino que establecía una política de protectorado de estos reinos taifas en manos de musulmanes que lucraban al guerrero.

La conquista definitiva

Rodrigo se hallaba en Zaragoza cuando en 1092 se produjo un alzamiento en Valencia contra Alqadir, protegido del Cid que falleció en dicha revuelta. En noviembre de 1092 Rodrigo tomaba el castillo de Cebolla (hoy El Puig), fortaleza que empleó como lanzadera de la toma de Valencia, cercada por sus tropas desde julio de 1093 y que finalmente capituló el 15 de junio de 1094. Rodrigo adoptó el título de 'Príncipe Rodrigo el Campeador', y casi seguro, comenzó a recibir la designación árabe de 'sídi' (mi señor), que derivaría en el Cid que hoy empleamos.

Las diversas incursiones de las tropas norteafricanas fueron rechazadas con autoridad por Rodrigo, que se hizo dueño y señor de otras importantes plazas, caso de Murviedro (Sagunto). Los datos conocidos sobre su muerte se alejan del brillo que tuvo como batallador. Falleció por muerte natural el 10 de julio de 1099. Testó en favor de Jimena, que pasó a gobernar Valencia mientras pudo contener el avance almorávide. Poco más de dos años.

En mayo de 1102, gracias a la colaboración de Alfonso VI de Castilla (el mismo que desterró en dos ocasiones a Rodrigo), Jimena y los seguidores del Campeador abandonaron Valencia. Llevaron consigo sus restos, que reposarían para la eternidad en el cementerio burgalés de San Pedro de Cardeña.

Todo lo expuesto es demostrable en buena medida, al contrario que otros aspectos instalados en la mentalidad colectiva. Sus espadas 'Colada' y 'Tizona', su caballo 'Babieca' e incluso su lugar de nacimiento no aparecen en la documentación de la época. Será un siglo después, en la primera obra narrativa extensa de la literatura española, cuando se incorporaron estos datos que hoy imperan en el folclore.

Realidad y mito

El Cantar de mio Cid narra hazañas y heroicidades inspiradas libremente en los últimos años de vida de Rodrigo Díaz, pero conviene ser cautos. Los datos históricos incluidos en la obra literaria delatan que fue compuesta en torno a cien años más tarde, un período no excesivamente amplio para pensar que el recuerdo del Cid se hubiera diluido ya, pero que a la par advierte de las posibles licencias, si no directamente invenciones, de las que pudo hacer gala el anónimo autor.

Los baremos para dilucidar qué personajes han trascendido sobremanera en la historia son, como los caminos del señor, inescrutables. Aunque en este caso contamos con un indicio. Volvamos a Charlton Heston. En su dilatada trayectoria representó decenas de personajes, algunos históricos. Moisés, el más reconocido libertador del pueblo hebreo. Miguel Ángel Buanarroti, el mayor genio artístico de la historia. El Cid, el más célebre y libre batallador de nuestra historia.

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