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Sorolla durante una jornada de trabajo en una playa de Mallorca. :: efe
Sorolla, el pintor  de la Malvarrosa

Sorolla, el pintor de la Malvarrosa

El artista valenciano decidió no poner a la venta los cuadros que representaban la playa y pasaron a decorar su domicilio madrileño

ÓSCAR CALVÉ

Sábado, 20 de febrero 2016, 23:44

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Cuando motivos laborales o académicos nos obligan a abandonar Valencia por un largo período, son muchas las características que extrañamos de la capital del Turia. No obstante, un elemento predomina sobre el resto: la luz de Valencia. Esta particularidad se convirtió en la punta de lanza de uno de los artistas valencianos más universales, Joaquín Sorolla Bastida. De hecho, las obras del genial pintor que mayor precio han alcanzado son aquellas realizadas en la playa de la Malvarrosa, donde el reflejo del sol en el Mediterráneo fue plasmado por Sorolla de un modo irrepetible. Para muestra un botón. Su cuadro 'Pescadores. Barcas Varadas' ostenta el honor de haber sido adquirida por un precio que supera con creces el millón de euros. Más allá de la condición fluctuante del mercado artístico, un simple ejercicio podría ilustrar este argumento. Si los días grises les provocan cierto pesar, acudan a una obra de Sorolla ambientada en el mar. Incluso los más insensibles al arte experimentarán cierto alivio al ver que aquella luz de Valencia, que sólo Sorolla supo captar un siglo atrás, sigue surcando nuestro cielo y nuestro mar. Sólo es cuestión de tiempo que regrese.

El único inconveniente del ejercicio propuesto reside en que la Sala Sorolla del Museo de Bellas Artes de Valencia parece tener sus días contados, aunque confiamos en que se adopte alguna medida paliativa para no marginar aquello que es irremplazable. Lo cierto es que la pinacoteca valenciana lleva años tan desangelada que un servidor pierde la fe en su revalorización, pese a contar con una de las colecciones más representativas del continente. Pero esa es otra historia. Volvamos a Sorolla. A su genialidad. A la Malvarrosa. A la inminente celebración del aniversario de su nacimiento, que se cumplirá el próximo sábado.

Joaquín Sorolla Bastida nació el 27 de febrero de 1863, en el centro de aquella Valencia que luchaba por entrar en la modernidad. En concreto en el número 4 de la calle Nueva, hoy calle de las Mantas. Era el primogénito de un matrimonio de comerciantes de ascendencia foránea. Su padre, Joaquín Sorolla Gascón, era natural de Cantavieja (Teruel), mientras que la madre, Concha Bastida Prat era valenciana de padres catalanes. El tempranamente desafortunado matrimonio regía en las proximidades de la Lonja una tienda de tejidos llamada 'Sis dits', cuyos beneficios fueron invertidos en un nuevo domicilio, sito en la calle Barcelona. La muerte les sobrevino a ambos cuando el pequeño Joaquín apenas tenía tres años y su hermana era casi una recién nacida. El tan temido como recurrente cólera fue el culpable. Los dos niños pasaron al cuidado de su tía Isabel Bastida Prat y de su esposo José Piqueres Guillén, que vivían en la calle Llarga de la Sequiola, actualmente Don Juan de Austria.

Con once años, Joaquín Sorolla Bastida ingresó en la Escuela Normal de Valencia, a la par que compaginaba su precoz trabajo como cerrajero en el negocio familiar de su tío. El director de la citada escuela advirtió las tempranas habilidades artísticas de Sorolla e indujo a la familia a que apuntara al adolescente -trece años- a unas clases nocturnas de dibujo impartidas por Cayetano Capuz en la Escuela de Artesanos de Valencia, entonces a la altura de la Calle de las Barcas que hoy denominamos Pintor Sorolla. Tras la obtención de un premio accésit, completa su formación artística académica en la escuela de Bellas Artes de Valencia entre 1878 y 1881. Ya durante este período surgen los primeros grandes pasos para su vida profesional y sentimental. Además de los iniciales reconocimientos a nivel regional, se convierte en protegido de Antonio García Peris, afamado fotógrafo quien dota al pintor de un estudio y lo emplea como retocador e iluminador de sus fotografías.

La hija de su mecenas se convertirá en el gran amor de su vida, Clotilde García. Sorolla contaba con 21 años cuando formalizó su relación con Clotilde, y acababa de lograr por primera vez un reconocimiento a su obra en la Exposición Nacional de Bellas Artes. En ese mismo año de 1884 presenta su obra de temática valenciana 'El crit del Palleter' y vence una plaza de pensionado de pintura en Roma, otorgada por concurso promocionado por la Diputación de Valencia. Una especie de beca que dotaba al pintor de una paga de 3.000 pesetas durante tres años. Ese trienio Sorolla recorre buena parte del país transalpino, además de establecerse en París a lo largo de seis meses, siempre con el ánimo de aprender. La fase final de esa etapa fue significativamente dura: tras superar la malaria, tuvo que sufrir el amargo sabor del primer gran fracaso. Su 'Entierro de Cristo', obra muy elaborada y de grandes dimensiones no es premiada por la Exposición Nacional de Bellas Artes como él esperaba.

Sin embargo, pronto recobra la ilusión. Consigue una prolongación de la beca en Italia, y realiza un viaje relámpago a Valencia para casarse con Clotilde en la parroquia de San Martín. Tras dos efímeras estancias en la ciudad italiana de Asís y en el domicilio de su suegro en Valencia, el matrimonio se instala en Madrid, donde Sorolla gana una enorme reputación como pintor histórico, costumbrista y de retratos. En el desarrollo de su frenética actividad pictórica nacen sus dos primeros hijos, que por motivos de salud, pasan largas temporadas en Valencia y en Buñol junto a Clotilde, en el domicilio de los padres de ésta. Sorolla permanece solo en Madrid, salvo los veranos, cuando se reúne con los suyos bajo el sol mediterráneo. Los éxitos profesionales se suceden. En 1896 gana la Gran medalla de oro en la Exposición Internacional de Berlín, poco después de presenciar el alumbramiento de su tercera hija en Valencia. En 1900 obtiene el 'Grand Prix' en el Certamen Internacional de París. Reconocido como el pintor español más notable a través de una encuesta realizada por la revista Blanco y Negro, Sorolla se emancipa de la presión del mercado y de la crítica y comienza un tipo de pintura más personal, asociada a sus estancias veraniegas primero en el Cabañal y luego en la playa de la Malvarrosa. Sus obras figurando esta playa se convierten en la manifestación más excelsa de su pintura. Sorolla había instalado su nueva casa en Madrid, pero fue especialmente feliz en esta playa valenciana. Nunca dejó de soñar con la Malvarrosa. En su 'Paseo a la orilla del mar' retrató a su siempre amada Clotilde y a su hija mayor, María Clotilde. Esta obra, como otras similares, la conservó. A diferencia del resto de sus cuadros, Sorolla prefirió que los cuadros de la Malvarrosa permanecieran en su domicilio. La manera de plasmar la luz está a la altura, si no la supera, de los grandes pintores impresionistas europeos. Jamás nadie ha pintado un rayo de sol como lo hizo él. Probablemente la pasión con la que pintó esta obra sea la causa por la cual el espectador que la contempla pueda sentir la brisa, el calor del sol y el aroma a mar tan característicos.

En su madurez, Sorolla dispuso de grandes reconocimientos internacionales, expuso y triunfó en Londres, Venecia, Madrid, Berlín, Nueva York, Chicago, etc. Retrató a Alfonso XIII, Ramón y Cajal, Pérez Galdós, Blasco Ibáñez. Incluso al presidente de los Estados Unidos William Howard Taft. Fue en el país norteamericano donde Sorolla recibió un trascendental encargo por parte de la Hispanic Society: catorce grandes murales dedicados a las regiones de España para decorar las salas de dicha institución. Esta tarea le ocupó entre 1913 y 1919 y constituye un incomparable monumento a nuestro país. Un ataque de hemiplejía mermó sus facultades en 1920. Sorolla falleció en 1923, no sin antes solicitar a su esposa que mantuviera su legado artístico más querido en su domicilio, que estoicamente protegió su hijo durante la Guerra Civil española. Su antigua casa es el tercer museo más visitado de Madrid. Ante todo lo expuesto, quizá convendría evocar una cita bíblica: Nadie es profeta en su tierra. ¿O sí? El Museo de Bellas Artes de Valencia sugerirá la respuesta.

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