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Bóvedas de Guastavino en Oyster Band, estación Grand Central de Nueva York. :: lpRafael Guastavino Moreno, el arquitecto valenciano de Nueva York. :: lp
Rafael Guastavino, el arquitecto valenciano  de Nueva York

Rafael Guastavino, el arquitecto valenciano de Nueva York

Las soluciones constructivas resolvieron uno de los grandes temores de los Estados Unidos de finales del siglo XIX: El fuego

ÓSCAR CALVÉ

Domingo, 10 de enero 2016, 00:31

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El azar es un componente tan inescrutable como manifiesto en la historia de la humanidad. Nadie sabe el modo en qué puede presentarse. Uno de los casos más evidentes de esta certeza se produjo la noche del ocho de octubre de 1871. Sucedió en un pajar, en el centro de la ciudad estadounidense de Chicago. Unos hombres jugaban a los dados alumbrados por un pequeño farol a causa de la prohibición municipal sobre la organización de timbas nocturnas. Uno de ellos, Louis M. Cohn, dio un golpe involuntario al farol y provocó una de las más grandes catástrofes norteamericanas del siglo XIX: El gran incendio de Chicago. Esta es la teoría más aceptada sobre el origen de la tragedia, que sin embargo dispuso como principal cabeza de turco a una mujer inmigrante, irlandesa y católica. La señora O'Leary reunió todos los condicionantes óptimos para convertirse en carne de cañón para la época y murió sumida en una insoportable depresión. Dejando a un lado la involuntaria autoría de aquella hecatombe, ¿cuáles fueron las consecuencias del incendio y qué relación tiene con un valenciano nacido en 1842? Las víctimas mortales de ese fuego que se propagó durante tres días por toda la ciudad se contaron por centenares y más de cien mil personas se quedaron sin hogar. Chicago hubo de reconstruirse por completo y así surgieron los primeros rascacielos de la historia, y con ellos los primeros ascensores. Aunque la ciudad se convirtió en el modelo mundial de la modernidad, la desdicha sufrida había golpeado todo el país y millones de estadounidenses temían una tragedia similar en cualquier ciudad a causa del predominio de la madera como material constructivo, especialmente en las cubiertas. Un arquitecto valenciano en busca de fortuna llevó la solución. Su reconocimiento fue tal que el 'New York Times' definió a Guastavino de manera póstuma como 'el arquitecto de Nueva York'.

Catorce hermanos

Rafael Guastavino Moreno nació en Valencia el 1 de marzo de 1842. Fue el cuarto hijo de una numerosa familia (14 hermanos) de origen italiano. En su ciudad natal empezó a formarse en música, mostrando un temprano interés por las Bellas Artes y la Arquitectura. En 1861 se trasladó a Barcelona y cursó estudios de arquitectura. Tres años más tarde se casó con Pilar Expósito con la que tuvo cuatro vástagos, pero su matrimonio fue un fracaso. Algunos apuntan que a causa del ensimismamiento profesional del joven Guastavino, otros a sus infidelidades. Paralelamente a la ruptura conyugal, Guastavino empezó a cosechar sus primeros triunfos como arquitecto, no sólo en obra, especialmente en las mansiones de la incipiente burguesía catalana o en el teatro y la fábrica de la familia Batlló, sino también en proyecto, como lo atestigua la mención honorífica en la exposición internacional de Filadelfia donde presentó un plan para optimizar la salubridad de una ciudad industrial. Uno de los factores arquitectónicos en los que Guastavino destacó sobre manera se fundamentaba en la recuperación de una técnica centenaria de origen mediterráneo para la construcción de bóvedas. Se trata de la bóveda tabicada de ladrillo, construida mediante la superposición de varias capas de ladrillos con su lado mayor orientado hacia el espacio que debe cubrir. La ligera inclinación de las diversas capas constituye la bóveda. Pese al éxito de la revitalización de esta manera constructiva, Guastavino sufrió unos años condenado a aceptar encargos menores y se replanteó el modo de granjearse un mejor futuro, la manera de abrir nuevos mercados. Decidió emigrar. Acompañado de su hijo menor y su ama de llaves, Guastavino embarcó en Marsella rumbo a Nueva York. Era el 26 de febrero de 1881.

Sin saber inglés y con la cartera vacía, era indispensable que el ingenio de Guastavino mostrara su mejor versión. Además de gran arquitecto, fue un hábil hombre de negocios. Dibujó en revistas especializadas y venció concursos de proyectos constructivos. Así ganó algún dinero. Pronto intuyó el verdadero filón empresarial de la arquitectura norteamericana de finales del siglo XIX: La psicosis en torno al fuego. Su sistema era más resistente a los incendios que los construidos entonces en madera y hierro, eso sin contar que también era más económico. Invirtió el poco dinero ahorrado en construir dos pequeñas casas con sus variadas técnicas de tabicado para demostrar empíricamente que el fuego no las destruía. Probablemente ya estaba cansado de intentar vender sus techos ignífugos y ser rechazado, así que congregó a las autoridades municipales de Nueva York para que presenciaran el experimento. Podemos imaginar que dijo algo así como: «Miren esto». Dio fuego a una de sus construcciones. Ardió durante cuatro horas y alcanzó la temperatura de 1.093 grados centígrados. Ni las paredes ni la bóveda construidas con su particular técnica (que él mismo reconoció fuera del ámbito empresarial que no era tan suya) sucumbieron. El valenciano acababa de entrar por la puerta grande en la historia de la arquitectura norteamericana. No es una expresión hecha. Su sello, continuado por su hijo Rafael quedó en cerca de mil edificios repartidos por 40 estados del país. Sólo en Nueva York la empresa familiar participó en más de 350 construcciones.

Biblioteca pública

El primer edificio de gran prestigio en el que intervino Rafael Guastavino fue la Biblioteca Pública de Boston (1889). El paso decisivo para su éxito empresarial aconteció ese mismo año cuando el valenciano constituyó la Guastavino Fireproof Construction Company. El arquitecto comenzó a registrar diversas patentes que lo convertirán, junto a su hijo, en poseedor de una inmensa fortuna. Patenta la 'Construcción de edificios resistentes al fuego', 'el sistema de arco de azulejo' con el que construye arcos entrelazando azulejo y ladrillo, 'la escalera a prueba de incendios', y así hasta alcanzar la considerable suma de 24 licencias o inventos. Ante la escasa calidad de los ladrillos y del cemento americano y el encarecimiento de costes que suponía su importación, Guastavino creó sus propias fábricas de las citadas materias primas. A cada inconveniente surgido, Guastavino hallaba una valiente solución. Ya anciano, se retiró a una mansión construida por él mismo en Carolina del Norte, donde vivía con su amante y gustaba de cocinar paella para sus invitados. Allí falleció repentinamente. Ya aludimos a la esquela del valenciano que presentó el New York Times el 2 de febrero de 1908. Pero su fama no dejó de incrementar gracias a la acción de su hijo. De hecho, la edad de oro de la Guastavino Fireproof Construction Company se sitúa en los años 20 del pasado siglo. El destino o el azar, al que referíamos al comienzo se puso del lado de los Guastavino. Aunque el padre nunca volvió a Valencia, el hijo decidió tomar contacto con su familia paterna en 1912, a la que nunca le había unido apenas relación a causa de las vicisitudes familiares. Acorde a su privilegiada posición, el viaje de ida lo realizó en un barco repleto de comodidades que nada tenía que ver con el que su padre emigró al viejo continente. Para la vuelta disponía de los billetes de embarque más deseados en 1912, el del mayor barco del mundo del momento. Efectivamente, el Titanic. Una complicación en su agenda le impidió llegar a tiempo. De nuevo en Estados Unidos, Rafael Guastavino Expósito continuó con las actividades empresariales hasta 1943, cuando vendió sus participaciones de la compañía al jubilarse.

El reinado del acero y el cristal era ya una realidad consumada, y los propietarios de la antigua compañía Guastavino notificaban la quiebra en 1962. Pero su legado no se derrumbó como lo evidencian multitud de construcciones, entre ellas el techo del crucero de la catedral neoyorquina de St. John the Divine. Se construyó hace más de 100 años y sigue en pie pese a cubrir un espacio de 30 metros de diámetro con una estructura de sólo 11 centímetros de grosor. El restaurante Oyster Band de la estación Grand Central de Nueva York, el Capitolio de Nebraska o el Museo Natural de Washington son otras construcciones donde participaron los Guastavino, más vivos que nunca: todavía hoy, algunas universidades norteamericanas organizan cursillos prácticos sobre el sistema constructivo patentado por el valenciano.

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