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Ajusticiamiento por garrote vil del General Elío en la zona del Pla del Reial, al lado de los jardines de los Viveros en 1822. :: bv
Los escenarios del espectáculo de la muerte en la Valencia negra

Los escenarios del espectáculo de la muerte en la Valencia negra

Miles de ejecuciones públicas reunieron en las plazas de la ciudad a centenares de vecinos para presenciar los castigos

DAVID GIL

Sábado, 7 de noviembre 2015, 23:59

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El cap i casal esconde lugares donde un hacha afilada cortó cabezas, una soga bien prieta estrujó cuellos y las vivas llamas del fuego quemaron los cuerpos de los miles de condenados a muerte que entregaron sus vidas a lo largo de la historia de la ciudad. Hoy en día los ciudadanos de bien pasean sin temor por estos lugares, sin siquiera avecinar lo que ocurrió hace centenares de años. Vecinos y turistas pisan cada día el suelo que acogió las representaciones más macabras del hombre sobre el hombre bajo una justificación basada en la ejemplaridad del castigo.

«Por la rueda o por la horca, por degüello o por hoguera, la ejecución se desarrolla como una auténtica interpretación dramática, donde el patíbulo es el escenario, el verdugo y el condenado, los dos actores principales, los mirones en turbamulta, los espectadores». Así describió el escritor, François Lebrun, una ejecución pública, tal y como recoge el historiador valenciano Vicente Adelantado en 'La pena de muerte como espectáculo de masas'.

«Las autoridades elevaban los patíbulos en los lugares más concurridos o en aquellos próximos donde habitaba el reo», explica Adelantado. Algunas de las sentencias, además de la muerte, también incluían la realización de un paseo vergonzante del condenado por las calles de la ciudad, desde las dependencias carcelarias o los tribunales hasta los lugares de ejecución. Las torturas y humillaciones se sucedían hasta que se cumpliera el castigo dictado por el juez. «En la Edad Media no hay espectáculo ingenuo o vacío de contenido», afirma el historiador al explicar la importante carga de significado que tenían las ejecuciones públicas. Era una manera ejemplar de transmitir el temor a una sociedad analfabeta para la que las fuentes de información escritas no servían. Los ajusticiamientos eran eventos muy importantes y con una escenificación cuidada. Tanto es así que daban trabajo a mucha gente, como carpinteros, sogueros, verdugos o los trompetas públicas que emitían el sonido de la muerte para que todos los vecinos se enteraran de la inminente ejecución.

Horcas, hogueras y garrote

Las violaciones de la ley que cometían los valencianos no eran muy variadas. Según los datos recogidos en la publicación 'La pena capital en la Valencia del XVII', de los historiadores Pablo Pérez y Jorge Català, durante este siglo hubo alrededor de 885 ejecutados. La mayoría de las sentencias se debieron a bandolerismo y asesinatos. Los delitos morales eran muy pocos y de ellos se ocupaba la Inquisición, tras su establecimiento en la ciudad a finales del siglo XV. Asimismo, tampoco había un gran repertorio de formas para llevar a cabo la pena máxima. «La soga fue el principal método de ejecución durante el siglo XVII, excepto 25 decapitaciones, 23 en la hoguera, 18 en el garrote y 17 perdones. Los 802 ajusticiados restantes tuvieron lugar en la horca», explican Pérez y Català.

«Por norma general, las ejecuciones de condenados por el Estado se llevaban a cabo en la plaza del Mercado, delante de la lonja», afirma Adelantado. Aun así, indica que los procesos no se alargaban demasiado, por lo que muchos eran ejecutados cerca de donde habían cometido el delito. «Recuerdo un caso de la Edad Media en el que un hombre que violó a una monja y fue capturado en Bétera. Allí mismo lo ejecutaron», indica el historiador.

La localización dependía también del delito. Si este era parricidio, se llevaba al acusado al cementerio, donde tenía que besar el cadáver del asesinado. Después, se procedía a la ejecución en las puertas del recinto, tal y como explica Adelantado. «Lo principal era que fueran lugares públicos y de paso, para que la escena la pudiera presenciar cuanta más gente mejor», sentencia.

De la mano de la Justicia tampoco se libraban los estamentos sociales más altos, pero hasta en la manera de morir se diferenciaban los nobles de los plebeyos. Los caballeros y miembros de familias con títulos nobiliarios tenían derecho a una muerte limpia y sin sufrimiento, por decapitación. Estos evitaban los sitios donde la gente común era ajusticiada, su lugar para morir se encontraba en la plaza de la Seo cerca de la calle Caballeros.

No muy lejos de allí también se producían los ajusticiamientos de los presos de cárceles cercanas como la de las Torres de Serranos. A los reos que no eran nobles se les ejecutaba debajo del puente que todavía hay delante de las puertas. César Guardeño es guía turístico de Caminart y realiza rutas por los lugares más lúgubres de Valencia. Él indica que en este puente se encontraba un garrote vil, aunque lo que más se usaba era la horca que se establecía en un cadalso provisional.

El fuego inquisitorial

En la Valencia negra no podía faltar una pesada y sanguinaria actuación de la Inquisición. El Tribunal del Santo Oficio ejerció su macabra función en la ciudad donde sembró el temor entre aquellos que podían ser acusados de herejía, homosexualidad o sodomía. Estos eran solo algunos de los delitos por los que perdieron la vida decenas de valencianos en varios puntos del cap i casal. Las sedes carcelarias de la Inquisición se encontraban localizadas en la Torre de la Sala, en la calle Batllia, y en la Casa de la Penitencia, cerca de la calle Salvador. Ambas dependencias no quedaban muy lejos de la Plaça de l'Almoina, donde la leña esperaba a ser encendida para «purificar» las almas de los condenados en su ajusticiamiento. «Este era un lugar perfecto, fácil de llenar de público», señala César Guardeño. De esta manera, ante un gran público, se leía el auto de fe delante del virrey y las autoridades religiosas antes de proceder a la ejecución, según indica el guía turístico.

Asimismo, otro quemadero de la Inquisición se situaba en la Pechina. Los condenados por el Santo Oficio eran trasladados hasta la orilla del río Turia para ser sacrificados. El historiador Adelantado señala que puede que los llevaran allí «por motivos de salud», ya que era un sitio apartado del centro de la ciudad donde el fuego no molestaba y las cenizas de los muertos podían ser lanzadas al río directamente.

Fin de la función

El espectáculo de presenciar el castigo capital en las calles de Valencia empezó a diluirse a principios del siglo XIX. Aun así, en 1822 el garrote vil acabó con la vida del militar absolutista leal a Fernando VII, el General Elío. El escenario fue en un lugar poco común, justo en la calle que ahora lleva el nombre del condenado a muerte, al lado del antiguo Palacio Real, ahora jardines de los Viveros.

Pocos años después, el Santo Oficio ya estaba diluido, pero en el cap i casal todavía quedaba su último reducto, la Junta de la Fe. Esta autoridad convirtió a Valencia en la ciudad donde se ejecutó la última sentencia de muerte de la Inquisición Española, un hecho histórico que recayó con mala fortuna sobre el profesor Cayetano Ripoll, acusado por cuestionar la fe cristiana. Había luchado contra los franceses en la Guerra de la Independencia y fue llevado a Francia como prisionero, donde conoció el deísmo.

Al volver a España, impartió clases en una escuela rural de la huerta valenciana hasta 1824, cuando fue condenado por hereje. Finalmente falleció en la horca de la Plaça del Mercat dos años después, ya que la hoguera estaba mal vista en la sociedad del siglo XIX, según se desprende del documental sobre el trágico caso de Ripoll, realizado por la Associació Valenciana d'Ateus i Lliurepensadors. Así se cerró el telón de uno de los espectáculos más lúgubres de la historia de la humanidad.

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