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Castillo de la Orden de Montesa que sufrió graves daños durate el terremoto. :: lp
Terremotos  y miedo popular  en la Edad moderna

Terremotos y miedo popular en la Edad moderna

El seísmo que se produjo en 1748 causó 38 muertos y destruyó el convento y castillo de la Orden de Montesa

DANIEL MUÑOZ

Sábado, 10 de enero 2015, 23:42

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valencia. Hace pocos días cuatro temblores se dejaron sentir en la Comunitat, afortunadamente sin consecuencias materiales o humanas. A pesar de que los desastres naturales más habituales en el Reino de Valencia fueron las sequías prolongadas o las lluvias torrenciales, los movimientos sísmicos eran uno de los fenómenos que mayor sensación de miedo generaba entre la población, debido a su elevado poder de destrucción y a su condición de «castigos divinos».

Precisamente, este año se cumple el 260 aniversario de la mayor tragedia natural que se recuerda en la historia europea: el terremoto de Lisboa de 1755. La virulencia de este seísmo (y el posterior tsunami que le acompañó) fue tal que destruyó la capital lisboeta y provocó la muerte de aproximadamente 12.000 personas, generando un impacto tremendo en la Europa de la época y un debate con una doble vertiente, la moral y la científica.

Sin alcanzar un grado de destrucción similar, el territorio valenciano padeció durante los siglos modernos los efectos de terremotos de variada intensidad, cuyo rastro se remonta hasta el siglo XI. El seísmo documentado de mayor antigüedad fue el que tuvo lugar en Orihuela en 1048, conocido gracias a la traducción de unos textos árabes. Sin embargo, a partir del siglo XIV se dispone de un registro sistemático de los movimientos sísmicos en Valencia, a partir de la información aportada por cronistas, fuentes literarias y documentación archivística.

Se han documentado diferentes seismos como el que afectó a la zona de Xátiva en 1517, el del valle de Guadalest (1554), y diversos temblores en Alcoi y sus alrededores (en 1566-1568 y, nuevamente, en 1620 y 1644). Pero, sin duda, el que mayor repercusión tuvo (por su nivel de destrucción y la reacción de las autoridades), fue el terremoto de Montesa de 1748, acontecido el 23 de marzo y con una fuerte réplica el 2 de abril, y que afectó a más de 100 localidades valencianas, repartidas entre las gobernaciones de San Felipe (Xátiva), Montesa, Alzira y Cofrentes. Este seísmo provocó la destrucción de poblaciones como Vallada, Enguera, Xátiva o Estubeny, con un saldo total de 38 muertes, la gran mayoría de ellas en Montesa al desplomarse el convento y castillo que la orden militar de idéntico nombre poseía en la villa. El impacto de este desastre provocó la movilización inmediata de la Capitanía General y la Intendencia valencianas, lo que nos aporta una información detalladísima de la destrucción producida por el temblor, que, además, fue el primero que tuvo cobertura en la prensa de la época. El caos generado por este seísmo obligó a los vecinos a abandonar sus hogares y huir a campo abierto, intentando encontrar el cobijo y seguridad que ya no les garantizaban sus casas.

Desastre y pecado

El carácter destructivo de los terremotos provocaba siempre un miedo apocalíptico en las gentes. El profesor Armando Alberola ha analizado los movimientos sísmicos en tierras valencianas durante la Edad Moderna, sus consecuencias y la pervivencia entre la población del miedo a un Dios implacable (alentado por la Iglesia), estableciendo una relación directa entre desastre y pecado. El 13 de septiembre de 1688, el canónigo de la Santa Iglesia Metropolitana de Valencia Vicent Noguera, pronunciaba un sermón ante sus parroquianos, a tenor de los terremotos acontecidos el año anterior en Lima y Nápoles. En él se presentaba a un Dios paciente, pero a su vez justiciero, tratando de despertar el miedo entre los feligreses, «no sea que experimentemos semejante flagelo por nuestras culpas merecido».

Casi nadie dudaba del carácter divino de este castigo, lo que alentaba la necesidad de corregir conductas inmorales y hacer penitencia, tanto en los valencianos afectados como en aquellos que, sin serlo directamente, trataban de evitar un castigo similar, a través de procesiones y veneraciones públicas a los santos patrones. Durante el siglo XVIII, la pugna entre las causas naturales o sobrenaturales de los movimientos sísmicos se decantaba por la segunda, aunque comenzaban a alzarse voces discordantes al respecto. No obstante, hubo que esperar hasta 1914 para que se crease en Alicante el primer Observatorio Sismológico valenciano y uno de los primeros de España.

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