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DANIEL MUÑOZ NAVARRO
Sábado, 15 de noviembre 2014, 23:23
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Se cumple el segundo centenario del nacimiento de José Campo. Nacido en 1814, en el seno de una familia de comerciantes de especias, este personaje recibió una cuidada instrucción, viajó por buena parte de Europa e inició, de manera precoz, su actividad política dentro del partido moderado, llegando a ser alcalde de Valencia con 29 años. Labor esta que combinó con su actividad de hombre de negocios, especializado en el comercio marítimo con las excolonias americanas.
Ambas facetas (política y negocios) estaban relacionadas durante el siglo XIX. No en vano, las grandes obras públicas que se acometieron en España durante esta centuria contaban, por lo general, con el apoyo del capital privado, ante las carencias de la Hacienda pública y de las arcas municipales. Público y privado se daban la mano, en una fase convulsa, en la que el beneficio de la mayoría no estaba reñido con el lucrativo negocio de la oligarquía empresarial de tipo capitalista. El Marqués de Campo fue uno de los mejores exponentes de esta simbiosis. Definido por Almela Vives como «capdaventer de la burgesia valenciana», sin duda, hablar de él equivale a describir la historia política y económica valenciana del siglo XIX.
Durante sus años como alcalde de Valencia, José Campo promovió diferentes iniciativas destinadas a transformar la ciudad y modernizar los servicios públicos. La escasez de recursos públicos y la necesidad de inversión que estas reformas urbanas requerían, dilataron su ejecución e hicieron necesaria la entrada de capital privado, faceta ésta bien conocida por José Campo. El alumbrado de gas fue uno de las actuaciones más relevantes, pero también promovió la pavimentación de algunas calles principales, la conclusión de las obras del Teatro Principal o la urbanización del Pla de la Saidia. Combinando su vertiente política con la financiera, Campo culminó un proyecto largamente demandado por la ciudadanía y por instituciones como la Sociedad Económica (a la que estuvo estrechamente vinculado): la conducción de las aguas potables en la ciudad. Este proyecto, impulsado por el generoso donativo realizado por el canónigo Liñán, tuvo que ser financiado en un primer momento a través de una sociedad anónima, y, posteriormente, apuntalado con la creación de la Sociedad Valenciana de Aguas Potables en 1846. Estas y otras grandes intervenciones de reforma urbanística transformaron completamente Valencia, sembrando el germen de la ciudad que hoy conocemos.
Llega el ferrocarril
La necesidad constante de crédito para financiar las reformas de la ciudad contribuyó a que José Campo fundase en 1846 la Sociedad Valenciana de Crédito y Fomento, institución pionera en España como banco de inversiones. Sin duda, la mejora de las infraestructuras de transporte (como medio de promoción de la economía valenciana) fue otro de sus desvelos. Introdujo mejoras en el puerto de Valencia y promovió un anticipo de once millones de reales para financiarlas en la década de 1850. En este mismo año, entró en contacto con el mundo del ferrocarril, siendo esta la empresa que más tiempo y dinero le llevó, y por la cual generalmente es recordado. La inauguración en 1852 de la línea del Grao a Játiva supuso la llegada del primer ferrocarril a Valencia, consiguiendo posteriormente las concesiones de las líneas Valencia-Almansa y Valencia-Tarragona. Un entramado financiero y empresarial que tuvo en José Campo a su figura central y que transformó completamente el sistema de transportes en España.
Probablemente, una de las iniciativas más extravagantes de este personaje fue la de promover un intento de devolución del Peñón de Gibraltar a la Corona, aprovechando la mejora de las relaciones diplomáticas entre España e Inglaterra. En una carta remitida al Ministro de Estado el 5 de noviembre de 1881, planteaba las diferentes vías de financiación de un donativo de un millón de duros, que debía servir para inclinar favorablemente los ánimos de la Monarquía Inglesa. La prudencia marcaba la pauta de esta misiva, en la que el marqués remarcaba que pretendía buscar «el medio diplomático más racional, justo y prudente, para la reincorporación a nuestros dominios de una plaza que es perfectamente inútil y gravosa a Inglaterra». A pesar de que este proyecto quedó en papel mojado, nos deja entrever la influencia política que el Marqués de Campo llegó a tener tras la Restauración Borbónica y la llegada al trono de Alfonso XII. No en vano, fue este monarca quien, el 20 de enero de 1875, le otorgó el título de Marqués de Campo.
Su recuerdo se mantiene vivo en la estatua en bronce, obra de Mariano Benlliure, situada en la plaza de Cánovas (aunque no fue esta su ubicación inicial). En ella, se representa a José Campo, rodeado de tres figuras alegóricas, que simbolizan los principales aspectos de su trayectoria: el ferrocarril, el vapor y el gas. Asimismo, en ella se refleja el altruismo y la filantropía de este personaje y su compromiso con la ciudad (a pesar de que se trasladó a Madrid en 1860). El mejor ejemplo de ello fue la construcción del Asilo de Campo, un hospicio destinado a los niños huérfanos de la ciudad, que dejó en manos de las Hermanas de la Caridad.
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