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Fallas 2018: UN AÑO MÁS NO LO HEMOS CONSEGUIDO

UN AÑO MÁS NO LO HEMOS CONSEGUIDO

Las Fallas de la excelencia, de la Unesco y el arte chocan de bruces con la fritanga, la basura y los orines por las calles

Paco Moreno

Valencia

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Lunes, 19 de marzo 2018, 02:06

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No es bueno escribir esto con el regusto del aceite en la garganta y el cansancio acumulado de una semana intensa, pero hoy es lunes y toca ocupar un trozo del periódico con este artículo. Y lo hago con gusto porque intentaré dejar todas esas sensaciones de lado para escribir un poco más de las Fallas, esa fiesta que como dice Okuda está basada en la creación y el arte.

Dejo también de lado el debate de cuántos visitantes han pasado por Valencia. Sea un millón de personas o la mitad, el caso es que algunas zonas de la ciudad se han visto desbordadas por completo. Y tristemente no ha sido por el arte, sino por la suciedad y la fritanga, por la basura y el botellón en todas sus calles.

El Ayuntamiento hace mucho por evitar esta situación, pero nunca es suficiente. Algunas papeleras se llegan a vaciar hasta media centenar de veces al día y siempre están llenas. Las barrederas frotan la calle Xàtiva seguidas por miles de personas que vuelven del castillo de la Alameda, todas con algo en las manos que inevitablemente acaba en los montones de basura.

Hay aspectos de la fiesta que sí pueden evitarse, como la proliferación hasta el infinito de churrerías que inundan de aceite lacrimógeno el ambiente, las food-trucks que entraron por la puerta trasera y han llegado para quedarse para desgracia de muchos hosteleros, así como por la aparición casi por generación espontánea de decenas de lateros y manteros por las calles de más afluencia, amén de mendigos y buscavidas que buscan la supervivencia.

Ante esa situación, compro por completo la idea de los presidentes de la sección Especial de crear una tasa que ayude a financiar las comisiones y de este modo reducir el número de puestos callejeros que se autorice cada año (esto último lo añado yo). La alternativa es que la Generalitat se implique más. El actual Consell defiende que se ha avanzado mucho en esto, pero igual que pasa con las barrederas del Consistorio en la calle Xàtiva, nunca es suficiente.

Es verdad que este año se ha producido lo que algunos llaman el fin de semana perfecto. Ahora vendrá la discusión de si es buena la multitud o es preferible una fiesta más reducida. Yo soy partidario de lo primero porque pienso que el mismo derecho tiene alguien al que sólo le llega el bolsillo para media docena de buñuelos comidos en el bordillo de una acera que el gourmet que se pide el jamón ibérico como algo habitual en su dieta. Pero al primero por lo menos que le den producto de calidad para no tener la constancia desde el primer bo cado de la indigestión.

Tiempo habrá para analizar todo esto, aunque cada vez me atrae más la idea de una tasa que redunde en beneficio de las fallas. Con la cuotas de los falleros y la aportación de los patrocinadores no llegan y la alternativa de alquilar la calle para las salchipapas y los mojitos no mola.

También debe ser objeto de análisis lo ocurrido con las nuevas vías de evacuación, el cierre del pasaje peatonal en el túnel de Germanías y todo lo relacionado con el incremento de la seguridad, sobre todo en la gestión de algunos días y horas.

La seguridad ciudadana es prioritaria, de eso no hay duda, pero también debe modularse el efecto que tiene sobre las comisiones falleras. O sea, un argumento más para hablar de la tasa. Y sin salir del ámbito policial, también es cierto que deben contar con más recursos para medir los decibelios de las verbenas. Hasta las cuatro de la madrugada con decibelios que sobrepasan ampliamente la normativa es mucho aguantar si uno no está dentro de la fiesta.

Y dejo para el final el tema más espinoso: el botellón. La ordenanza permite el consumo de alcohol en la calle sin ningún límite horario ni zonas, siempre que sean Fallas. Ocurre igual en otras fiestas aunque en las josefinas es donde más se visibiliza a las miles de personas que acuden cada noche a los lugares de ocio botellas en mano para beber hasta caer redondos al suelo.

¿Qué pasaría si se elimina esta excepción y el consumo callejero se penaliza todo el año? La Federación de Vecinos ya criticó esta normativa, sabedora de las consecuencias que acarrearía. Así ha sido, toda la ciudad es un gran botellódromo y eso deriva en vandalismo, poco aprecio a lo público (por no decir ninguno), convertir cualquier espacio libre en un urinario y, en suma, manchar la imagen de una fiesta que se proclama Patrimonio de la Humanidad.

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