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Roca Rey, ayer, en la plaza de toros de Valencia. :: txema rodríguez
Roca Rey, el ciclón que todo lo arrolla

Roca Rey, el ciclón que todo lo arrolla

Fandi corta una oreja por una templada faena y Manzanares se queda sin opciones en una tarde donde los toros de Cuvillo no estuvieron a la altura

JOSÉ LUIS BENLLOCH

Sábado, 18 de marzo 2017, 00:39

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Tanta ansia de triunfo traía Roca Rey que antes de coger la muleta estaba pegándole naturales al toro, desde aquí hasta allá, y vuelta a empezar, desde aquí hasta allá, fue en un quite con el capote al sexto. Muy despacio, más despacio aún, una saltillera, otra, un natural, otro y otro y uno de pecho, especie de brionesa interminable, que puso a la gente en pie. Eso pasó en el sexto. A eso le llamaron siempre delirio. Fue como si hubiese entrado un ciclón. Tal cual. De esa guisa llegó Roca Rey a Valencia, su plaza, su feria, su gente. Llegó y arrolló. Como cuenta la leyenda que llegó un buen día aquel Carlos Arruza, ciclón mejicano, para plantarle cara a la torería española y ganarles el corazón a los aficionados. No es el más artista, ni el de más sentimiento, ni el más rondeño, ni muy castellano, es un tsunami peruano que los aficionados han acogido como algo propio y al que rinden devoción. No es nada gratuito ni caprichoso. Ayer volvió a Valencia como si no hubiese pasado un año desde aquel debut rompedor del 2016, como si siguiesen faltándole contratos, como si no hubiese paseado por las enfermerías de medio mundo su cuerpo fibroso de joven de guerrero, con el carácter del que no se doblega ante nadie. Llegó, se plantó en la arena en cuanto tuvo ocasión, asentó los pies, se encomendó a sus muñecas mandonas y supongo que a todos lo santos, que uno se supone tiene sus debilidades, y ante aquella actitud todos entendieron/entendimos que el llamado cóndor peruano venía dispuesto a seguir su conquista de tierra torera. Era un propósito irrenunciable y los toros, que ayer fueron menos toros de lo que necesitaba Roca, comenzaron a girar en torno a su figura entre clamores. A cada giro, a cada muletazo, en los buenos y en los menos buenos, la gente clamaba admiración y hasta perdieron la noción del espacio y del lugar y le cantaron como si fuese un ídolo de los estadios, detalle que no me gusta, lo que no quiere decir que no sea indicativo de que Roca tiene sitio delante del toro, en la plaza y en la sociedad a la que tanto necesitamos. La prueba es que la plaza se llenó ayer, como no se había llenado nunca, en palabras del empresario. Todos querían ver a Roca y lo bueno es que lo vieron, porque lo que distingue a los grandes de los menos grandes es que están bien cuando deben estar bien y no solamente cuando pueden, que parece lo mismo pero es bien diferente.

Gran ambiente en la plaza. Lleno rebosante y auténtico. Ni un boleto en la taquilla. Combinación de estilos que gustó a todos. La nota negativa fueron los toros. Maldita sea. Cuando más se les necesita, ¡zape!, segundo día consecutivo de fiasco. No estuvo presentada la corrida, algún ingeniero de entre bastidores ¿la autoridad? se encargó de descomponer la corrida original. ¡Vaya ojo, los tíos! Tanto celo pusieron que acabó apareciendo un toro silleto impropio de Valencia y de cualquiera plaza de fuste. No digo que con otras hechuras hubiesen embestido, pero, desde luego, hubiésemos tenido más posibilidades.

Roca toreó a su primero con paciencia. La paciencia para esperar un toro que viene andando y nunca llega y nunca sale de la muleta es sinónimo de cojones, con perdón, pongan valor pues, y Roca esperó a su primero varias veces en muletazos despaciosos y mandones. Sucedió antes de meterse en la vorágine de la corta distancia y después de unos estatuarios faraónicos. A su segundo le montó la mundial con el capote, en los lances de recibo, en las rogerinas para llevarle al caballo y en ese quite interminable que les conté. Fueron dos faenas a corazón abierto que le abrieron la puerta grande.

Fandi, que no tuvo su mejor día con las banderillas, toreó por momentos con templanza con la muleta. Mucho mejor de lo que se le suele reconocer. Manzanares, sin toros, no pudo lucir. Su enclasado primero no se mantenía y el silleto segundo, sobrero de Victoriano del Río, no tuvo ni clase ni fuerza y así ni el que lo inventó. Así que la tarde fue para Roca, que vive ese momento en que todo lo puede. Que dure.

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