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El mito recurrente de los mercados alternativos

El mito recurrente de los mercados alternativos

Países lejanos que podrían comprarnos fruta, como China o Japón, han de abrirse con más gestión política que comercial

V. LLADRÓ

Lunes, 25 de agosto 2014, 00:07

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Cada vez que sucede algún episodio que entorpece el normal discurrir de las exportaciones hortofrutícolas, como ahora ocurre con el veto ruso, se suscita desde diversas fuentes la posibilidad de buscar mercados alternativos para intentar colocarles la mercancía que se supone no va a tener buen acomodo en los destinos acostumbrados, dada la merma impuesta, en este caso desde Moscú.

Tengámoslo claro: no existen mercados alternativos por explorar o conquistar. Es decir, no los hay al alcance de la mano o que sean posibles mediante la actuación repentina y solitaria de los exportadores y para grandes cantidades.

El gran mercado alternativo mundial es la Unión Europea, donde ya vendemos desde siempre la inmensa mayoría de nuestras frutas y hortalizas (la naranja abrió senda en el siglo XIX) y adonde se dirigen también las exportaciones de todos los países productores de frutas y hortalizas del mundo. Lo habitual no es que un país europeo vaya a vender fruta al Magreb o a Sudamérica; lo que hay es que infinidad de países de todo el orbe (y la lista no para de ampliarse) procuran producir cada vez más, muy por encima de lo que consumen, para colocarlo en Europa, donde suelen gozar de un trato preferencial que no reciben a la inversa los europeos cuando se dirigen a vender fuera.

La alternativa que encuentran ahora los melocotones y las nectarinas que Bruselas va a retirar del mercado, porque sobran, será la de entregarlas gratuitamente en centros asistenciales. Pero ni aún así se calcula que habrá acomodo para todo, de manera que no ha habido más remedio que arbitrar otra alternativa a la alternativa: se ha autorizado que estas frutas, que se retirarán de la circulación mediante pago de 26,9 céntimos por kilo (la mitad de los cuales ya son del agricultor, que va nutriendo fondos operativos), puedan destinarse también a usos no alimentarios, como, por ejemplo, la elaboración de compost. Es decir, abono para fertilizar los campos y que pueda haber nuevas y abundantes generaciones de melocotones.

Cuando un agricultor habla de la eventualidad de repentinos mercados alternativos, cabe pensar que esté poco informado o que tienda a acomodarse en el efecto placebo de imaginarlo. Pero si lo dice alguien con responsabilidad oficial, es posible que se añada como intención la de enmarañar a la opinión pública, que por definición lógica queda alejada del conocimiento concreto de estas cosas y es fácil que tienda a creer que ya se encuentra todo en cómoda fase de solución.

Mercado alternativo era Rusia, que siempre ha sido para los citricultores valencianos la gran esperanza blanca que nunca acabó de explotar, por unas cosas o por otras. Curiosamente, la citricultura v alenciana gozaba de mayor favor en plena URSS que ahora, cuando debiera haber fuertes corrientes de libertad, aperturta y entendimiento.

Alternativas más lejanas son China, la India, Corea o Japón, pero se mantienen casi cerradas en la práctica, y, al igual que en el caso ruso, no es cuestión de mayor o menor agresividad comercial; ese camino ya está trillado. Lo que hace falta es decisión política de este lado para poder desbloquear las barreras de la otra parte. Pero ahí es donde se falla siempre, mientras se sigue hablando de buscar alternativas.

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