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Roberto Merhi.
La vertiginosa infancia de 'Teto' Merhi

La vertiginosa infancia de 'Teto' Merhi

Moisés Rodríguez Plaza

Jueves, 2 de abril 2015, 12:47

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«Vamos a ver lo que hay, porque los Robertos me llevan loca». Lo dice Marta, la madre de Roberto Merhi, el piloto de Manor, y la esposa de Roberto Merhi. Tiene en una mesa de billar un montón de fotografías que resumen en imágenes la carrera deportiva de su hijo. Se ha tomado un par de minutos para guardar a Gordo y Flaca, los dos labradores de Teto, que eran un peligro. «Pero no porque muerdan, sino porque te pondrán las patas encima y te ponen perdido», señala la mujer. Son los primeros instantes en la casa de Benicàssim donde ha pasado la infancia, la adolescencia y parte de la juventud un chaval acostumbrado a vivir de forma vertiginosa desde los ocho años... o antes.

«Uno de los tres nos tenía que salir piloto. Sí o sí», comenta Marta, hija de un piloto de aviación que eligió la provincia de Castellón para establecer la residencia familiar: «Decía que esto era más tranquilo». Ahí conoció al primer Roberto Merhi de su vida. Empresario del sector de la cerámica y aficionado al volante. «Nos gusta conducir», señala la mujer. Él competía en karting. «Yo le ayudaba en la puesta a punto del coche. Hubo un año que me ofrecieron correr el Campeonato de España con todo pagado, porque por aquel entonces era la única chica que pilotaba. Pero justo me había quedado embarazada».

Ambos, Roberto y Marta, esbozan una sonrisa cuando recuerdan aquellos años de juventud. «Aún me pondré yo en forma y me pondré a correr con GT», comenta Roberto. «Que te lo crees tú. ¡Ya tengo bastante con sufrir por uno!», exclama Marta. Ella no va a los circuitos. Dejó de acudir mucho tiempo atrás, después de que Teto sufriese un espectacular accidente en una carrera de karting en Madrid: «No puedo quitármelo de la cabeza. Salió volando, se quedó tendido en la pista y todos los demás karts iban hacia él. Recuerdo que grité: ¡Van a aplastar a mi hijo! Desde entonces he preferido estar en casa».

Aquello fue la última temporada antes de que Teto corriese en karting a nivel internacional. Su padre, Roberto Merhi, sí ha seguido acompañándolo. De hecho, estuvo en Australia, aunque motivos profesionales le impidieron viajar el pasado fin de semana a Malasia. La carrera en Sepang fue el inicio del sueño de no sólo un piloto, sino de toda una familia.

Roberto Merhi, Teto, decidió que quería ser piloto a los ocho años. Su padre apoyaba a los hermanos Porteiro. Ellos fueron quienes le dieron sus primeras nociones de mecánica, que con el tiempo le han convertido en un piloto que destaca en la puesta a punto. También es culpa de ellos que se desenvuelva tan bien en mojado. «A veces nos llamaban: Está lloviendo en Oropesa, traed al niño a entrenar», indica el padre.

Un día, el pequeño Teto observó embelesado la ceremonia del podio tras una victoria de Félix Porteiro. Le llamó la atención los vítores y abrazos hacia su amigo. «Si eso es por conducir, yo también quiero», le dijo a su progenitor aquella tarde de 1998. No era la primera vez que se subía a un kart, pero a partir de entonces lo hizo para competir.

Le tuvieron que explicar la mecánica de la competición, aunque no la comprendió del todo bien y eso dio pie a una anécdota por la que sus padres aún sonríen: «Para la calificación le dijeron que empujara al máximo hasta la bandera a cuadros. Él iba a tope, con el mejor tiempo, hasta que frenó en seco en medio de la pista. Cuando le preguntamos por qué había parado, contestó: Me habíais dicho que lo hiciese cuando viese la bandera a cuadros, y desde aquella recta se veía».

Teto es un ganador nato. «Hasta cuando jugamos al Monopoly o a las cartas», subraya su madre. Cuando decidió que quería ser piloto se fijó el reto de llegara la cima. Ese es el único objetivo cada vez que se sienta frente a un volante. «En las carreras de karting suele haber dos mangas. Una vez había hecho los mejores tiempos y en la primera no ganó. Cuando le preguntamos qué había pasado, nos contestó que pensaba que no daban copa. En la segunda, sí que ganó», comenta la madre.

Son recuerdos indelebles de los primeros pasos deportivos de Roberto Merhi. Unos primeros años en los que la familia al completo hizo numerosos esfuerzos. «Los fines de semana íbamos todos de aquí para allá. Mi marido y yo, con Teto y sus dos hermanos», detalla Marta. Hoy Sarah está en Estados Unidos abriendo mercado en el sector de la cerámica y Lucas, que ha estudiado Ciencias Políticas, disfruta de una beca de nueve meses en Bélgica. «En febrero pudimos estar juntos unos días, porque ahora con sus trabajos es complicado que nos reunamos», señala la madre.

Ella mira atrás a esos primeros años. A la niñez de sus hijos: «Teto y Sarah siempre han sido más torbellinos. A los dos les han gustado los coches. Recuerdo que jugaban juntos con unos garajes de estos de varias plantas que tenían. Se han llevado muy bien».

Luego llegaron los fines de semana de carreras. Los inicios en el karting. «Teto era un cohete desde pequeño», afirma Marta: «Aquellos eran los mejores años. Los chicos estaban jugando antes de las carreras, eran todos amigos... al fin y al cabo eran niños».

La casa de Benicàssim se convirtió en el cuartel general del jovencísimo Roberto Merhi. «Ahora lo ves tan delgado, al principio estaba hasta un poco gordito. Tenía que hacer físico, así que lo poníamos a correr por aquí», señala Marta. La madre fue todo un entrenador personal en aquellos primeros pasos. Ya de pequeños, hacía ejercicios de reflejos con sus tres hijos lanzándoles calcetines. Cuando Teto decidió ser piloto, usaba pelotas de tenis.

La varicela de Carmen Jordà

El hogar también fue en ocasiones una especie de hotel de pequeños pilotos, de chiquillos que soñaban con la Fórmula 1. «Aquí han dormido un montón de niños, sobre todo cuando había carrera en Oropesa. Recuerdo una vez que a Carmen Jordà le salieron unos granitos en la cara. Tuvimos que llamar corriendo para que vinieran a por ella, tenía varicela», comenta a modo de anécdota la madre de Roberto Merhi: «Yo les hacía unos bocadillos y me los llevaba a todos a pasear por aquí por el monte».

Aquellos primeros años, Teto tuvo que compaginar las carreras con la vida escolar. Complicada tarea, como bien sabe cualquier deportista de élite que ha de competir los fines de semana lejos de casa. La familia de Roberto Merhi destaca la ayuda del colegio Mater Dei, que facilitó los estudios de Teto hasta que concluyó el Bachiller. «Él está preparado para cursar cualquier carrera. ¡Y eso que a veces se distraía dibujando circuitos! Usaba las horas de Educación Física, en lo que él iba sobrado, para dar alguna hora de repaso de Matemáticas», indica Marta.

A día de hoy, Teto es el mismo Teto de siempre, pero con más años y un poco más cerca del gran sueño de correr en Fórmula 1. La familia mira con cierto pesar el mundo en que compite su hijo, donde los apoyos económicos pesan más que los éxitos deportivos. Porque Roberto ha luchado de forma incansable y ha tenido que adaptarse a cualquier situación por hacer carrera en el automovilismo. El mejor ejemplo, las dos temporadas en el DTM. En Alemania, primero residió en un hotel, aunque posteriormente prefirió alquilarse un apartamento.

Pero en ningún sitio como en casa. A Roberto Merhi le encanta ir al monte con sus dos labradores. Es un gran defensor de los animales desde niño. Una vez, obligó a su madre a detener el coche para recoger un gato abandonado en la cuneta. Le habían extirpado los dos ojos. El felino fue durante años la mascota familiar. Pero sobre todo, a Teto le apasiona hacer deporte. «A veces, coge la bicicleta y desaparece cuatro horas», indica su madre. Y eso fue lo que hizo la semana pasada, horas antes de tomar el vuelo de viaje hacia Malasia. Ciclismo, esquí, running, ping pong... casi cualquier deporte le gusta.

La casa de Benicàssim sigue siendo el cuartel de Merhi, a pesar su vertiginosa vida sobre cuatro ruedas. «Tiene fans y amigos de todo el mundo, pero también mantiene a los de siempre». Y a todos les da el mismo consejo: «Hay que hacer un poco más de deporte»./p>

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