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Los participantes se apresuran a coger sus embarcaciones para lanzarse al Sella, el momento más espectacular y decisivo. La escena se repetirá el sábado a las 12. :: alberto morante
Chupar de la piragua

Chupar de la piragua

«Sientes el calor de la gente, su ruido atronador animándote», cuenta el once veces ganador del torneo

ICIAR OCHOA DE OLANO

Jueves, 4 de agosto 2016, 20:09

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El Principado tiene un talismán. Se llama Dionisio de la Huerta (Barcelona, 1899-1995). Descendiente de una barcelonesa y de un próspero emigrante asturiano que hizo las Américas en Cuba, fue un tipo culto y adinerado que compatibilizó la práctica del Derecho con su pasión por el deporte. Vitalista y con un gran 'charm', nunca se casó. A cambio, viajó por todo el mundo sin renunciar a disfrutar los estíos zambullido en la exuberante naturaleza de la tierra de su progenitor. Dicen que se pateó hasta el último de sus ríos. Pionero del piragüismo en España, en el verano del 29 se le ocurrió montar una salida fluvial por el Piloña con sus amigos. Al siguiente, repitieron; al tercero, se mudaron al cauce madre, el Sella y, al cuarto, la inofensiva excursión de un grupo de veraneantes se tornó en apretada y animada contienda doméstica: riosellanos contra gijoneses. Doce embarcaciones tomaron la salida en Arriondas para remar a toda máquina hasta el puente de Ribadesella. Ganaron los riosellanos. Con la excepción de los cuatro años que duró la Guerra Civil, la competición nunca ha dejado de celebrarse desde entonces. El sábado cumplirá ocho décadas convertida en la mayor concentración de palistas. Simplemente, no hay otra más concurrida y festiva en todo el planeta.

Sus números aturden. Como su colorido cosmopolita. En esta edición, 1.156 deportistas de todas las edades se lanzarán con 816 embarcaciones al mayor cauce salmonero de España para cubrir a paladas los veinte kilómetros que unen Arriondas y Ribadesella. Las inscripciones han llegado de una veintena de países. Desde Australia a Sudáfrica, pasando por Marruecos, Colombia y Serbia, tres naciones que debutarán por primera vez en esta colosal cita piragüista, declarada de interés turístico internacional y que, por tanto, se codea con el Carnaval de Cádiz, las Fallas de Valencia, la Semana Santa sevillana o los Sanfermines.

Desplegados a lo largo y ancho de todo el trayecto, jaleando al ejército de palistas, cerca de medio millón de visitantes, otra legión que colapsa campings, fondas, casas rurales y hoteles de Asturias y de la comunidad vecina, Cantabria. Una invasión en toda regla que los autóctonos esperan con los brazos abiertos. Los promotores aseguran no disponer de datos sobre el impacto económico que supone semejante desembarco en la zona, como tampoco han contabilizado los litros de sidra que se consumen tras el esfuerzo. Pero se estiman que ambos suman bastantes ceros por separado. No siempre fue así. La cita deportiva se terminó de desmadrar en 1987, cuando la televisión retransmitió por primera vez el descenso. «A partir de entonces, el número de participantes se disparó y, también, el llamado turismo de aventura, en la zona. Ahora mismo hay ya más de veinte de negocios que enseñan piragüismo, alquilan embarcaciones u organizan bajadas guiadas por el río». Más que chupar del bote, chupar de la piragua.

Habla Juan Manuel Feliz, presidente del comité organizador del Descenso del Sella, expiragüista y ganador en el 68 de la prueba que ahora gestiona. Tres experiencias que le convierten en un experto conocedor de los hitos de un torneo que, en sus inicios, sólo era apto para hombres de hierro. Frente a los 14 o 15 kilos que pesa ahora una embarcación de fibra de carbono o kevlar con sus remos, los pioneros tenían que impulsarse a bordo de cayucos de madera y lona que podían alcanzar los 40. «Además de eso, en los primeros años las palas no eran invertidas, como ahora, y el movimiento no era tan efectivo», agrega el gestor.

Su primo, Juan Miguel Feliz, subió al podio nueve años antes que él, en 1959 y da fe de que entonces, rebasar el primero el puente de Ribadesella era «como ganar el Tour de Francia. En aquellos años no había muchos más torneos internacionales. El nuestro ya lo era y los mejores preparados del mundo estaban allí», recuerda hoy desde su domicilio, a punto de festejar el mismo aniversario que la carrera. Al año siguiente de su triunfo, integró el primer equipo español en competir en unas olimpiadas, las de Roma. Y el espíritu de lucha del Sella los propulsó a semifinales. Casi nada.

En estas décadas, el descenso ha encogido notablemente su duración. De la hora y 45 minutos que costaba la travesía se ha pasado a una hora, un minuto y catorce segundos. Ese es el mejor tiempo conseguido en los ochenta años de vida de la competición. Su dueño y señor es el santanderino Julio Martínez, el hombre que más veces ha ganado la prueba -nada menos que once-, con distintos compañeros. Firmó la mejor marca en 2009. Este año, el campeonísimo volverá otra vez a la carga. Para algo ha estado un mes bajándolo a razón de dos veces al día a horas intempestivas al objeto de esquivar las flotas de turistas.

En sus veinte años como profesional lo ha ganado todo. El Campeonato de España, el Europeo, el Mundial... ¿Por qué vuelve al Sella año tras año?

Porque en fondo-maratón es la prueba más importante del mundo y porque no existe otra competición más emocionante. En ninguna otra sientes el calor de la gente, su ruido atronador animándote desde la orilla durante los veinte kilómetros; por el estrés y la emoción que sufres en los momentos previos, cuando llegas... Es una mezcla de sensaciones única. Sólo he sentido algo parecido corriendo en 'Sanfermines'.

Asturianismo a pelo

Los favoritos en las quinielas vuelven a ser el asturiano Walter Bouzán y el gallego Álvaro Fernández Fiuza, primera posición en las últimas seis ediciones consecutivas. Pero no todo va de ganar en esta carismática cita. En realidad, se trata de gozar de ese irresistible combinado de excitación competitiva, naturaleza indómita, sidra y asturianismo. Tanto es así que quien ha pasado por allí con remo o sin él jura que es imposible no estremecerse cuando, justo antes del pistoletazo de salida, asistentes y participantes entonan juntos 'Asturias, patria querida'. Miles de voces, a pelo, al unísono. «La introdujo Dionisio de la Huerta. En sus tiempos era una canción popular aunque bastante conocida. Y gracias al Descenso del Sella acabó siendo el himno del Principado», evoca Juan Manuel Feliz.

Como también fue cosa del inquieto «bon vivant» barcelonés -así se definía él mismo- el desfile que antecede la prueba, una especie de paseíllo que se abría para saludar a los piragüistas e infundirles ánimo. «En uno de sus múltiples viajes, recaló en Hawai y trajo de vuelta la costumbre de imponerles collares de flores, junto a la montera picona típica de Asturias». Aunque ahora los palistas han sido reemplazados por gaiteros autóctonos -y este año también procedentes de Escocia-, «el espíritu de romería, fiesta y asturianía se mantienen intactos».

A la palentina Mara Santos se le achica la voz cuando habla del Sella. Con solo cinco añitos, de la mano de su padre, ya estaba allí de 'cheerleader'. Con catorce remó por primera vez «de infiltrada» en el apartado de Cadetes, que exigía tener uno más, y con dieciséis se proclamó vencedora del absoluto. Después vendrían otros veintiún laureles. Un portento de deportista de élite, también en atletismo, que sucumbió al hechizo del Sella, «un río exigente», y al «fervor de su gente por su tierra y por la competición». Apartada de la parrilla de salida por la incompatibilidad de su trabajo como monitora de natación y socorrista en un polideportivo con «el entrenamiento que se precisa», será premiada mañana por la organización con el premio 'Valores del Sella'.

El talismán del Principado está listo para mostrar de nuevo su mágico poder de convocatoria en la fiesta mundial del piragüismo.

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