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Moisés Rodríguez Plaza
Lunes, 29 de junio 2015, 00:09
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Pelayo tiene algo especial. Es una especie de búnker para la escala i corda. Allí han tenido que triunfar a lo largo de toda la historia todos los pilotaris llamados a ser leyenda. Cuando se accede a la Catedral desde el bar, el silencio que se percibe proclama que el visitante acaba de entrar en la Catedral. Ese embrujo se debe, quizás, a que el trinquet que nació antes del vetusto barrio de la estación tiene más vidas que un gato. Mantuvo viva la llama del deporte autóctono en una etapa difícil. En la guerra civil demostró estar a prueba de bombas y en la posguerra resistió gracias a Juliet d'Alginet a la mala fama generada por las trampas en les travesses. Ahora, ya bien entrado el siglo XXI, se afronta al reto de mantener viva la llama del deporte autóctono y seguir albergando en pleno centro de Valencia a las mejores figuras.
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