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Once inicial de España en el amistoso contra Túnez EFE
Expedición a lo más alto

Expedición a lo más alto

Por otra vertiente y con una nueva hoja de ruta, la selección española, invicta desde hace dos años, intentará en Rusia volver a la cima del fútbol

jon agiriano

Enviado especial a Krasnodar

Domingo, 10 de junio 2018, 17:48

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A veces, nada mejor que una gran obviedad, lanzada como un cohete al espacio público, para poner las cosas en su sitio. Es lo que hizo Andrés Iniesta hace dos semanas en unas declaraciones a la revista GQ. «Ganar un Mundial es algo casi imposible, muy, muy difícil. Ir pasando rondas, una a una, tiene una dificultad máxima», aseguró. Así es, efectivamente. Y conviene repetirlo para que, en estas vísperas emocionantes, nadie se despiste con súbitos excesos de optimismo por el hecho de que España viaje a Rusia en el vagón de primera, dentro del grupo de los principales favoritos para el título. De hacer una clasificación, diríamos que ocupa el tercer puesto, por detrás de Alemania y Brasil, y por delante de Argentina, Francia, Inglaterra, Bélgica...

Lo que sucede es que esta condición privilegiada de gran aspirante no significa nada. Tiene un valor puramente simbólico, como el propio Julen Lopetegui ha advertido más de una vez. Y es que, cuando llega un Mundial, el pasado queda suspendido. No hay galones que valgan, de nada sirven los precedentes, ni siquiera los más positivos. Lógicamente, siempre será mejor llegar con la autoestima muy alta tras 20 partidos sin perder, como le sucede a España, que con la moral por los suelos. Ahora bien, la realidad es que, a partir del próximo miércoles, cuando el balón se ponga a rodar en el estadio Luzhniki de Moscú y cada partido se convierta en «una conquista», como dice el seleccionador, todo empezará de cero para todos. Y una simple brizna de fortuna o desgracia en un momento determinado puede cambiar el destino de un equipo, auparlo o derrumbarlo.

En la selección española se advierte un punto de madurez para aceptar esta realidad que tiene que ver con su propia composición, heterogénea, versátil y competitiva. Si a Sudáfrica 2010 se fue con un grupo en su punto exacto de esplendor y a Brasil 2014 con ese mismo grupo ya en el primer hervor de su decadencia, a Rusia 2018 se va con un nuevo proyecto adaptado a los tiempos que corren. Quedan puntales de la vieja guardia como Ramos, Piqué, Busquets, Iniesta y Silva; herederos consolidados de la gran generación victoriosa como De Gea, Jordi Alba, Thiago, Diego Costa, Koke, Aspas o Carvajal; jóvenes pujantes como Saúl, Asensio, Isco, Lucas Vázquez, Kepa... Más allá de sus diferencias, todos son gente curtida, acostumbrada a jugar al máximo nivel, a la falta de oxígeno de los ochomiles del fútbol.

Equilibrio

El cóctel de Lopetegui tiene un sugerente equilibrio de sabores y proporciones. Al menos lo ha tenido hasta ahora. Es cierto que los dos últimos amistosos, sobre todo el disputado ante Túnez ya en Krasnodar, han despertado levemente el fantasma de la 'Boring Spain', la España aburrida de los mil pases y los dos remates, es decir, lo que podía llegar a ser esta selección cuando se convertía en una caricatura de sí misma. Pero no tiene sentido alarmarse por dos simples amistosos en los que nadie quiere correr riesgos. Se puede debatir sobre futbolistas concretos, sobre su estado de forma, sobre el encaje de unos y otros, especular sobre su respuesta cuando llegue la hora H del día D. Lo que no se puede es llamar a la ambulancia o a los bomberos. Básicamente, porque esta selección se ha ganado un amplio margen de confianza. En estos dos años se ha visto a una España reconocible, sí, pero nueva y pujante.

Lopetegui en el amistoso contra Túnez
Lopetegui en el amistoso contra Túnez EFE

El objetivo del técnico de Asteasu siempre ha sido volver a la cima que se alcanzó en Sudáfrica. Ahora bien, por otra vertiente y con una nueva hoja de ruta. Esto último era tan necesario como inevitable. A España no sólo le faltan jugadores carismáticos como Casillas, Puyol, Villa o Torres, sino algunos de los que forjaron a fuego su estilo, caso de Xavi Hernández o Xabi Alonso. Iniesta, por su parte, se encuentra ante su último acto de servicio. Era obligado mantener las coordenadas de esta manera de jugar a partir del toque y la posesión -esto sí que ha sido la verdadera marca España en el mundo-, pero también lo era relativizarla un poco, quitarle la parte más pesada de la púrpura, adaptarla a las nuevas condiciones, ser menos previsible, disponer de más variantes. Mantener el estilo con todos sus dogmas hubiera sido un grave error, un empecinamiento absurdo, y Lopetegui nunca tuvo la tentación de cometerlo. Lo cierto es que, con muy buena letra, mejorando las expectativas que había sobre él cuando relevó a Vicente del Bosque en julio de 2016, el guipuzcoano ha logrado lo que quería: hacer un verdadero equipo a partir de tres conceptos para él innegociables. Volvió a insistir en ellos nada más llegar a Krasnodar: cohesión, emoción y compromiso.

El grupo de jugadores parece en un buen punto de cocción. No llega al nivel de unidad y espíritu de conjura de la selección de Sudáfrica, entonces un grupo de amigos unidos por la convicción de compartir un mismo destino vital: ser campeones del mundo. Pero hay buenos mimbres, un ambiente saludable, unas instalaciones perfectas para prepararse como es debido -lo de entrenar a ocho grados y jugar a treinta como en Brasil ya es historia-, y una gran ilusión por volver a lo más alto. En cualquier caso, como decíamos líneas arriba, todo esto es pasado y sólo sirve para que nos hagamos una composición de lugar y describir el contexto. Para nada más. Lo importante, es decir, la verdad, la empezaremos a descubrir el viernes en Sochi ante Portugal.

Será un partido importantísimo para una selección que no ha tenido suerte en sus últimos debuts mundialistas. En Sudáfrica perdió con Suiza y se pasó toda la primera fase en el alambre, y en Brasil se derrumbó ante Holanda y ya no se levantó. Sólo quedaron de ella polvo y cascotes. Arrancar bien equivaldría esta vez a tener casi los deberes hechos en la fase de grupos y supondría un gran refuerzo psicológico. Permitiría a la selección liberarse, algo crucial para un equipo que puede ser devastador cuando está con confianza y el juego le fluye con naturalidad. Esa es la España que busca Lopetegui, la que domina, disfruta y hasta es capaz de ser contundente en la portería rival. Antes de los dos últimos amistosos, de hecho, llevaba una media de 3,2 goles por partido. Conviene recordar este dato ahora que el equipo acaba de atascarse dos veces frente a la portería rival y se debate sobre sus delanteros. Y una vez recordado, olvidarlo. Es la hora de partir.

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