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Vicente del Bosque: Honestidad y nobleza
Análisis

Vicente del Bosque: Honestidad y nobleza

El salmantino, un hombre de principios, tan importante es la calidad futbolística como la humana

Amador Gómez

Lunes, 9 de junio 2014, 11:53

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Nunca le ha gustado ser protagonista. Es un rara avis en el mundo del fútbol. Discreto, comedido, agradable en el trato, dialogante con sus jugadores... Les da libertad y le gusta ser correspondido. Antes era más inflexible. Pocos como él han sabido sacar tanto partido a la experiencia. Vicente del Bosque sabe moverse en terrenos pantanosos. Se ha ganado el cariño de sus pupilos con cierta autoridad, pero también con ese punto de paternalismo que tanto agrada en el vestuario, con una excelente capacidad como gestor de grupos.

Los más jóvenes agradecen que no les ignore y les haya abierto las puertas de la selección. Los veteranos, que continúe por la línea marcada, sin grandes revoluciones. Para Del Bosque, un hombre de principios, tan importante es la calidad futbolística como la humana. Así consiguió mantener el bloque de campeones de Europa de Luis Aragonés que después conquistó con él al frente el primer título del mundo de la historia para España y revalidó la corona continental, para consumar un triplete consecutivo jamás logrado antes por ninguna otra nación.

Su nombre estará ligado para siempre a La Roja, pero también al Real Madrid, víctima de Florentino Pérez, por su supuesto librillo anticuado, pero, sobre todo, por su imagen de hombre normal y campechano. Se le faltó al respeto y aún está resentido. Decidió emigrar entonces a Turquía, país que le llegó al corazón por la hospitalidad y el carácter afable y encantador de sus gentes, tan cercano a él. A su regreso se encontró con el mejor regalo que puede recibir un entrenador. Él, bandera de la humildad y la discreción, nada menos que seleccionador de España. El salmantino afrontó con entereza y sentido común el caso Raúl, aunque su hijo Álvaro, con síndrome de Down, no dejaba de reclamarle que convocase al que todavía era en aquel momento delantero madridista y máximo goleador del equipo nacional.

En su etapa de futbolista, como centrocampista de ataque con vocación de organizador, Del Bosque, nunca perdía la calma. Lento, pero seguro. Como técnico tampoco se le recuerdan demasiados pasos en falso. Uno de ellos, permitir que se abriese un debate en la portería, al convocar para su primera lista mundialista a cinco guardametas. Sin embargo, después evitó que el caso Casillas generado por Mourinho afectase a España, al manejar con absoluta normalidad la competencia entre el portero del Real Madrid y Víctor Valdés. Aunque el azulgrana estuviese en algún período en mejor momento que el primer capitán blanco que fue héroe en el Mundial de Sudáfrica con su milagrosa parada a Robben.

Antes de acudir a esa cita en la que la gloria esperaba a España se le acusó a Del Bosque de haber cedido a presiones, de llevar a Sudáfrica a algunos jugadores por obligación, y de haber dejado fuera a otros que, pese a su bajo estado de forma, hacían piña. Al final intentó ser justo y citó a los que más lo merecían. De su padre, represaliado tras el estallido de la Guerra Civil, aprendió lo que significan la honestidad y la nobleza, después de tantas horas de escuchar lo mal que lo pasó como factor de una compañía ferroviaria y del horror que vivió en un campo de concentración en Murguía (Álava) por culpa de sus ideas.

Compañero y marqués

Su escuela también fue el Real Madrid tan distinto al de ahora, aquél que se volcaba en la cantera y que le enseñó a ser compañero, a no pecar de egoísmo y arrogancia. A ser educado, bondadoso y pasar desapercibido. Si acaso, llamaba la atención, aparte de por su calidad y elegancia con el balón, por el pelo largo que Santiago Bernabéu le permitió que mantuviese.

Del Bosque no es amante de las decisiones dictatoriales, aunque entiende que debe haber una disciplina y utilizarse a veces, en momentos puntuales, la mano izquierda. También supo suavizar la guerra entre el Real Madrid y el Barcelona e impedir que las continuas batallas entre los equipos de Mourinho y Guardiola y sus internacionales españoles, plagadas de agresividad, de juego sucio e incluso en algunos casos de odio, golpeasen a la selección y rompiesen la armonía de La Roja.

A quien el Rey Juan Carlos concedió en febrero de 2011 el título de marqués, una distinción que no cuadra con su forma de ser, no le falta carácter, pero presume de tranquilidad. «Tengo fama de permisivo, pero no lo soy. Parece que ahora estamos buscando de nuevo al entrenador látigo, cruel... pero con cordialidad se lleva mejor el equipo. La disciplina se consigue desde el convencimiento, con normas y respeto, no con broncas y miedos», proclama Del Bosque, asiduo en actos benéficos y solidarios y también protagonista -aunque no le agrade-, de numerosos anuncios que reflejan su simpatía y espíritu amable. Tampoco renuncia a relacionarse con los medios cuando se le requiere. Sin embargo, jamás confunde la amistad con la profesión. Su consejo a los colegas entrenadores es contundente: «Nunca, nunca, filtréis una información a un periodista por vuestro interés, porque seréis esclavo de él para toda la vida».

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