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Kruijswijk, en un momento de la etapa de ayer en el Giro. :: efe
Kruijswijk avanza
y Valverde vuelve

Kruijswijk avanza y Valverde vuelve

Foliforov se apunta la etapa y el español acaba tercero para recortarle tiempo a Nibali y meterse de nuevo en la pelea por la general

J. GÓMEZ PEÑA

Lunes, 23 de mayo 2016, 00:06

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Cuando la fuerza que creó las montañas sonrosadas de los Dolomitas se tomó un descanso, eligió Alpe di Siusi, un altiplano verde, lleno de pastos jugosos alicatados por paredes alpinas. En una curva de la cronoescalada que ayer subió hasta allí se pudieron ver las siluetas del Giro. Sobre todo, la del más líder aún, el holandés Kruijswijk. Le llaman 'la percha' por la anchura de sus hombros. Ahí está. Viene inmóvil, ligero, convencido. Sólo el sorprendente ruso Foliforov le va a quitar, y por 16 centésimas, la etapa. «No puedo decir que haya ganado el Giro aquí, pero si me siento como hoy (por ayer) no hay razones para tener miedo», suelta Kruijswijk con aplomo en la meta. Y rescata su primer recuerdo de la maglia rosa: el de su compatriota Breukink (líder del Giro en 1989). «No sé si yo había nacido, pero tengo las fotos». Acababa de nacer. Y no ha dejado de perseguir ese sueño rosa. Ahora que lo ha agarrado, no lo suelta. «Soy de los que creen que el futuro será siempre mejor». Y eso que el presente es casi inmejorable: en la general le saca 2 minutos y 12 segundos a Chaves, 2.51 a Nibali y 3.29 a Valverde, resucitado ayer. «Siento que voy a más», atiza Kruijswijk. Se ve con hombros de sobra para sostener todo un Giro pese a la fragilidad de su equipo.

Por esa curva de Alpe di Siusi han pasado antes los demás: Valverde, dientes apretados, parece nuevo. Nada que ver con el espectro que un día antes llegó a Corvara sin el oxígeno que le había robado la altitud de los Dolomitas. No malgasta la memoria con los disgustos. Los archiva en la almohada. De los candidatos al podio, va a ser el segundo en la cima, a 23 segundos de Kruijswijk y 17 por delante de Chaves. Valverde sigue cuarto en la general, pero se arrima mucho al podio. «Esto me recarga de moral», comenta. Ya no se acuerda del mal del altura que le tumbó el sábado en los Dolomitas. «Es que no era yo. Iba mareado. No estoy acostumbrado a tanta altitud», explica. Alpe di Siusi no tiene tanta talla, es un remanso entre picos. Eso le dio ayer el aire que necesitaba: «Estoy fuerte. Y ahora vienen las etapas que me benefician». Valverde está blindado al desánimo. «Aquí puede pasar de todo». La voz de un resucitado.

También por esa curva aparece el peor parado ayer, Nibali. Cabecea. Toca las teclas del potenciómetro que lleva en su manillar. Como si quisiera borrar los datos que anuncian su derrota. Se enfada, con razón, con los imbéciles que le jalean disfrazados, que le persiguen, le sacan de su concentración y le obligan a cambiar la trayectoria. Para colmo, salta la cadena de su bici. Se enerva. Patea los pedales, revienta el cambio de marchas. Se baja, se desespera, se viene abajo cuando Italia confiaba en el inicio de su asalto a la maglia rosa. Sus aficionados le ven llegar al tramo final, notan que el siciliano no gobierna su ritmo. Va a la deriva. Que acabe esto cuanto antes. Pero no, el reloj no le perdona: le concede 2 minutos y 10 segundos a Kruijswijk. Alpe di Siusi se echa las manos a la cabeza. Una montaña de tiempo. Valverde apenas ha perdido 23 segundos, Chaves 40, Zakarin 47, Majka 1.09... A Nibali hay que buscarle en el puesto 25 de la etapa.

«Ha sido un mal día»

Y hubo que buscarle en la meta para que lo explicara. Nibali sólo le tiene miedo a una cosa: a la derrota. Es, como le define Valverde, un «ciclista de raza». De los que se defienden a tortas. Ayer no culpó ni a la avería ni a los molestos hinchas. Simplemente, le falló el motor. «He tenido malas sensaciones desde el principio de la cronoescalada», confesó. Para trepar a Alpe di Siusi hay que sufrir once kilómetros durante media hora. Nibali no iba. Ni cuando quiso suplir con voluntad la falta de piernas. «Bueno. Ha sido un mal día». Aún, jura, le salen las cuentas. Un mal día pesa menos que toda una semana por delante. «Nibali es un campeón. No peleará por un lugar en el podio. A él sólo le vale ganar», advirtió su mejor gregario en el Astana, Scarponi.

Esas declaraciones las leerá hoy en la prensa Kruijswijk. Encogerá sus interminables hombros. «Bueno, yo me siento en la mejor forma de siempre», insistía en Alpe di Siusi. «Me siento fantástico». Hoy disfrutará de la maglia rosa en la última jornada de descanso de este Giro. El Lotto-Jumbo, su endeble equipo, no parece a su nivel. Con más de dos minutos sobre el segundo clasificado, la carrera sería casi suya si estuviera bien protegido. De eso viven sus rivales. Todos mantienen la fe. A Chaves, nueve médicos le dijeron que con aquel brazo destrozado no iba a volver a subirse a una bicicleta. A Valverde le golpearon duro los Dolomitas el sábado y ya no se acuerda del golpe. A Nibali no hay que explicarle: es un combatiente, un ganador del Tour, el Giro y la Vuelta que ayer no puso ninguna excusa. Se echó encima toda la culpa. Los cuatro tienen hombros de sobra para pelear por esta corsa rosa a la que aún le falta la opinión de los Alpes.

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